La Semana Santa es el tiempo litúrgico en el que se conmemora la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, y conlleva arduos momentos de oración para los creyentes católicos. La Cuaresma, que antecede a estas importantes fechas, consta de 40 días en las que se recuerda al hijo de Dios encarnado afrontando pruebas en el desierto, donde, justamente, permaneció por 40 días, según las escrituras.
Es un tiempo de preparación para la Pascua, es decir, cuando se conmemora la resurrección de Jesucristo. Por eso, muchos se dedican a buscar el perdón de sus pecados y a transformar su vida; otros, a orar por su bienestar y el de los suyos en medio de las dificultades, recordando que Dios es su “roca” y “fortaleza”.
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Para quienes piden abundancia, el Libro de Proverbios les recuerda que no solo se trata de recibir, sino de dar; de ponerse en el papel del pobre: “Hay gente desprendida que recibe más de lo queda, y gente tacaña que acaba en la pobreza. El que es generoso, prospera; el que da, también recibe; al que acapara trigo, la gente lo maldice, al que lo vende, lo bendice” (Proverbios 11:24-26).
En todo caso, la Biblia dispone también de 150 salmos, es decir, oraciones sobre la experiencia del diálogo con Dios. “En los salmos, el creyente encuentra una respuesta. Él sabe que, incluso si todas las puertas humanas estuvieran cerradas, la puerta de Dios está abierta. Si incluso todo el mundo hubiera emitido un veredicto de condena, en Dios hay salvación”, explicó en su momento el Papa Francisco, citado por la Arquidiócesis de Bogotá.
Uno de ellos se enfoca, específicamente, en la prosperidad y la abundancia:
Salmo 144: 1-15 - Gratitud de un rey a Dios
De David.
Bendito sea el Señor, mi roca, que adiestra mis manos para la batalla y mis puños para el combate;
mi amor, mi fortaleza, mi ciudadela y mi libertador, el escudo con el que me protejo, el que somete a los pueblos bajo mi poder.
Señor, ¿qué es el hombre para que te cuides de él, este mortal para que en él pienses?
El hombre es como un soplo, sus días como sombra que pasa.
Señor, despliega los cielos y desciende, toca los montes para que echen humo;
haz estallar el rayo y dispérsalos, lanza tus saetas y destrúyelos.
Extiende tu mano desde lo alto y sálvame, líbrame de las aguas torrenciales, de la mano de una raza extranjera,
cuya boca dice falsedades y cuya diestra jura en falso.
Oh Dios, voy a cantarte un cantar nuevo, a tocar para ti la lira de diez cuerdas.
Tú das a los reyes la victoria, tú salvas a tu siervo David de la espada mortal.
Sálvame y líbrame de las manos de una raza extranjera, cuya boca dice falsedades y cuya diestra jura en falso.
Que nuestros hijos sean en su juventud como plantas frondosas, y nuestras hijas como cariátides, modelos de palacios;
que nuestros graneros estén llenos, rebosantes de frutas de todas las especies; que nuestros rebaños se multipliquen a millares, a miles y miles por nuestras praderías;
que nuestros bueyes vengan bien cargados, que no haya brechas ni fugas, ni gritos de alarma en nuestras plazas.
Dichoso el pueblo que tiene todo esto, dichoso el pueblo cuyo Dios es el Señor.
¿Cómo hacer un buen ejercicio de oración?
Entrar en diálogo con Dios requiere de disposición y una “actitud de fe sincera”. Con esto, se puede empezar con una Lectio Divina, es decir, una lectura orante que tiene unos pasos definidos para poder meditar sobre el texto sagrado elegido.
De acuerdo con la Arquidiócesis de Bogotá, para hacer una correcta Lectio Divina hay que seguir el siguiente orden:
- Lectura del texto: debe ser atenta y pausada. El lector debe tener una apertura de corazón sincera para recibir el mensaje de la palabra de Dios. También se necesita de paciencia y de disciplina para no distraerse.
- Meditación: es el momento de confrontar la lectura con la propia vida y de reflexionar al respecto. “La Palabra de Dios confronta nuestra vida concreta y la de nuestra comunidad y sociedad. La meditación nos coloca honestamente ante la verdad de Dios y del hombre”, detalla la Arquidiócesis.
- Oración: teniendo claro el mensaje de Dios y cómo aplica en la vida. Es “el momento más intenso del camino”, en el que se puede dar gracias, alabar y pedir perdón o gracia.
- Contemplación: es una forma de orar, pero “más allá de las palabras”, con la que el creyente es impulsado al “compromiso” y a la “acción”.