En el corazón del centro histórico de Bogotá, entre calles empedradas y en la arquitectura colonial que aún se conserva, se encuentra la iglesia de San Agustín, un lugar que resguarda no solo la espiritualidad de sus fieles católicos, también un tesoro histórico invaluable: los restos de Policarpa Salavarrieta.
Nacida en Guaduas (Cundinamarca), en 1795, conocida como La Pola, creció en una época tumultuosa marcada por el dominio español sobre Colombia. De una familia acomodada, los Salavarrieta, se estableció en una casona en Bogotá. Trágicamente, fueron afectados por una epidemia de viruela, resultando en la pérdida de varios miembros de la familia. Policarpa, una adolescente en ese entonces, se involucró en actividades independentistas después de perder a sus padres.
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Participó en el grito de independencia del 20 de julio de 1810 y se convirtió en una espía crucial para el movimiento patriota. Su participación como voluntaria en las guerrillas la llevó a enfrentar riesgos constantes mientras ayudaba a sus amigos en momentos de dificultad. Su labor se centró especialmente en la guerrilla de los Llanos, una región donde recibía y enviaba mensajes vitales, adquiría suministros militares, persuadía a jóvenes para unirse a la causa patriota y les brindaba apoyo en su decisión.
Dotada de habilidades en el ámbito del espionaje, La Pola se convirtió rápidamente en una pieza indispensable para el movimiento independentista. A menudo colaboraba estrechamente con otros compatriotas, entre ellos su hermano Bibiano, pero su asociación más destacada fue con Alejo Sabaraín. Este último, ya experimentado en el combate tras haber luchado junto a Nariño en el sur, fue capturado en 1816. Sin embargo, al año siguiente fue perdonado, quedó en libertad y se dedicó a actividades de espionaje.
Las actividades de Policarpa podrían haber pasado desapercibidas para las autoridades realistas, si no fuera por la desafortunada fuga de los hermanos Almeyda, que fueron apresados con documentos incriminatorios que implicaban a La Pola en sus labores de espionaje.
El 14 de noviembre de 1817, con apenas 22 años, en la Plaza Mayor de Bogotá (en la actualidad Plaza de Bolívar), el eco de los fusiles resonaron para el anuncio su muerte. Sin embargo, a diferencia de sus compañeros caídos, su cuerpo no fue expuesto en las calles, pues la sociedad de la época no permitía tal exhibición para una mujer. En cambio, encontró su última morada en una fosa común en la iglesia de la Veracruz.
Pero el amor fraternal y el deseo de honrar su memoria llevaron a sus hermanos sacerdotes a rescatar sus restos. Así, días después, los trasladaron a la iglesia de San Agustín, donde reposan en una bóveda en la Capilla del Sagrario.
En la actualidad, los visitantes pueden rendir homenaje a Policarpa Salavarrieta en la misma iglesia que la acoge desde hace siglos. La bóveda donde descansan sus restos está marcada con una placa conmemorativa que recuerda su sacrificio y su contribución a la independencia de Colombia, pese a que esto no ha podido ser comprobado, debido a que al sótano del lugar no puede ingresar nadie.
No obstante, según información del Archivo de Bogotá, que compartió por medio de sus redes sociales, encargado de establecer las políticas de gestión documental de los organismos y entidades distritales, en esta iglesia efectivamente se encuentran sepultados los restos de La Pola.
Para aquellos interesados en conocer este emblemático lugar, la iglesia de San Agustín, ubicado en la calle 7 # 6-39, abre sus puertas de martes a domingo, de 9:00 a. m. a 5:00 p. m. La entrada es gratuita, lo que permite que todos puedan acercarse al templo para ver la placa de La Pola.