Cansada de buscar un lugar en el que pudiera almorzar sin afectar sus finanzas, Yurany montó un puesto de almuerzos en el barrio Primera de Mayo, de su natal Currulao, en Turbo (Antioquia) hasta donde llegan locales por montones para probar sus delicias a tan solo tres mil pesos.
La gente le pregunta: “¿Almuerzos a tres mil? ¿tú estás loca?... cómo están las cosas de caras” y ella responde sin titubear que, en efecto, sus almuerzos pueden pagarse con tan solo tres mil pesos, que al cambio de febrero del 2024 son 76 centavos de dólar.
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En unos meses no solo logró “ampliar” el negocio, sino también enamorar con sus platos a uno que otro cliente frecuente, y llevar a que, cuando hay platos especiales, sus comensales hagan filas que le dan la vuelta a la calle.
“Yo empecé con un kilo de arroz, unas lentejas y media canasta de huevos. Pero una vez hice cangrejo guisado con coco la fila le daba la vuelta a la cuadra. Todo el mundo estaba esperando mientras yo llevaba bebé al colegio, pero cuando llegué seguía todo ese gentío aquí. Todo aquí es a tres mil, cualquier comida que se haga”.
En su último trabajo dejó de almorzar y, para no soportar hambre, decidió comprar productos de panadería a la mitad de la jornada: de ahí que todo empezara cuando se puso en el los zapatos de otros trabajadores: “Estaba trabajando en un almacén y a veces no llevaba comida para el trabajo, entonces se me hacía difícil prestar o que me adelantaran el sueldo para comprar comidas de 15.000 o 16.000 pesos, entonces, mejor yo le decía a mi patrón que me prestara tres mil pesos y con esos tres mil me compraba dos churros y una gaseosa”.
Ni el bolsillo ni sus responsabilidades le permitieron seguir trabajando en el almacén, así que decidió dedicarse por completo al hogar y, una vez su bebé fue creciendo, recordó lo difícil que era conseguir un almuerzo a buen precio para algunos trabajadores, pues, el vendedor de paletas que su hijo frecuentaba en el parque no podía comer en todo el día.
“Se me quedó en la cabeza, ese señor debía caminar todo eso solo para hacerse doscientos pesos por una paleta. Cuando el señor se fue yo entré a la casa y me puse a pensar en que también había pasado por algo similar. Trabajar y no poder alimentarse bien es algo muy duro. A uno le da dolor de cabeza o se puede desmayar”.
Así que tan pronto como llegó su pareja sentimental del trabajo le dijo que tenía la idea de vender almuerzos económicos para que las personas de su comunidad pudieran alimentarse y ella llevara algo de dinero extra a la casa.
“Yo los iba a montar a dos mil pesos y, aunque él nunca me dijo que no, sí me advirtió que estaban muy baratos. Yo seguía con mi idea de almuerzos a dos mil pesos, pero no tenía plata para empezar, no estaba trabajando, así que le plantee la idea a mi familia y ellos me recalcaron que a dos mil pesos estaban muy baratos”. Entonces decidió dejarlos en tres mil con la advertencia de que no los iba a subir “ahí se van a quedar”.
Su idea tardó en consolidarse, sin embargo. Fue dándole largas al asunto porque no tenía con qué comprar los insumos y se mantuvo pensativa hasta que un día tomó lo que necesitaba de su despensa, como quien dice “si no era ahí, no era nunca”.
Con el miedo de no vender nada se paró a un lado del camino y en una mesa de madera puso su fogón, los platos y al otro extremo comían los clientes que llegaban atraídos a su emprendimiento por el letrero de almuerzos a tres mil.
Ese día vendió todo, a pesar de que el arroz le quedó “masacotudo”, como dicen, y desde entonces decidió invertir sus ganancias de todos los días en comprar nuevos materiales para mantenerse a flote.
Sus clientes le preguntan por el secreto para vender alimentos a un pecio tan bajo, pero al igual que Jesús en la historia de la multiplicación de panes y pescados, no tiene una explicación ni una fórmula para alimentar a los suyos.