La guía para cualquier persona que llega a Bogotá son los cerros orientales, basta con verlos para saber en dónde estamos; sin embargo, en la mañana del 26 de enero era difícil divisarlos con total claridad. Sobre la carrera séptima ya se sentía el denso aire que provenía de las montañas y el sol brindaba un espectáculo poco visto, mientras pintaba el cielo de naranja, aunque todo era producto de la tragedia.
Al llegar al barrio El Paraíso la sensación era tensa y confusa, aunque se sentía la fraternidad y unión entre los presentes; policías, soldados, Cruz Roja, Defensa Civil, bomberos y comunidad se convertían en uno solo, pues la meta era simple, apagar los cerros.
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En este sector estaba instalado el PMU del cerro El Cable, el cual ardía en cuatro focos en ese momento, mientras más de 300 unidades operaban en tierra y eran acompañadas por las “Guacamayas”, tal como se le llama a los helicópteros que realizan descargas de agua.
Los habitantes del barrio sabían la importancia de la presencia de las autoridades en el sitio, algunos llevaban café en termos para compartir con las tropas que bajaban del cerro y otros dejaban a disposición sus locales, para que los presentes pudieran usar el baño y refrescarse en medio de la fatiga.
La idea principal era subir al sector de las antenas, a pocos metros del fuego y realizar un registro, lo anterior en compañía de profesionales; sin embargo, minutos antes del ascenso los planes cambiaron ante el riesgo por la activación de uno de los focos, el cual se logró ver desde abajo luego que lanzara una fuerte llamarada.
Cuando pensé que mi jornada había terminado, las historias llegaron al lugar y es que en compañía del Ejército Nacional pude conocer cómo se estaba trabajando en la zona de operaciones; mientras descendía un pelotón de soldados notablemente cansado, pues habían estado toda la noche intentando mitigar las llamas junto al resto de unidades de bomberos y otras instituciones, en jornadas que se extendían hasta por 12 horas.
Me llamó la atención que no solamente estaban cumpliendo con su trabajo, ya que logré escuchar a uno de los soldados, quien con el casco en la mano y algunos víveres, le decía a sus compañeros: “Hay que moverle, el tiempo está contra nosotros y tenemos que apagar eso”. Los comandos eran jóvenes, pero con un notable valor para poner el pecho por su país.
Uno de los pelotones estuvo trabajando noche y madrugada en la zona cero, y fue el que bajó minutos antes, mientras al PMU llegaba un camión con otro componente, quienes descendieron con palas y por sus rasgos físicos, era notorio que no eran del centro del país. Me explicaban los altos mandos que era un grupo que había llegado desde el Amazonas; es decir, cruzaron medio país para darle la mano a Bogotá en esta calamidad.
El género femenino pone el pecho en medio de la tragedia
La capitán Quintero hace parte de la tropa que se encuentra en la zona de crisis, su papel es fundamental teniendo en cuenta la experiencia profesional que la respalda como psicóloga. Quintero asegura que dentro de la institución se ha avanzado en el concepto de equidad de género y son varias las comandantes de pelotón que trabajan en medio de la emergencia.
“A lo largo y ancho de nuestro país tenemos unidades que están comandadas por mujeres, quienes están al mando de los pelotones y así mismo; existimos otro tipo de mujeres, que además de nuestro rol militar, desempeñamos otros roles profesionales”, destacó.
Como psicóloga, la oficial asevera la importante diferencia que hay a la hora de abordar a un soldado en contextos de guerra y, así mismo, en situaciones de emergencia como lo son los incendios. Incluso, explicó que la tropa se capacita de manera constante para estabilizarse frente a una situación adversa, mientras el equipo especializado puede encargarse del caso.
La equidad de género queda demostrada en el lugar, pues además del pie de fuerza masculino, destaca la presencia de varias oficiales en la zona de crisis, quienes gracias a su capacidad y conocimiento orientan al resto de uniformados en contextos específicos.
Dialogando con uno de los uniformados, tuve conocimiento sobre varios de los soldados que tuvieron que dejar su familia en casa e, incluso, algunas madres por la contingencia han tenido que llenarse de valor y separase temporalmente de sus hijos, pues el deber las llama para que hagan presencia en medio de la operación, ya sea en guarniciones militares como en terreno.
El agotamiento era notorio, aunque la denominada mística llevaba a los soldados a seguir trabajando, mientras que miembros de la Cruz Roja les facilitaban guantes a quienes se disponían a subir a la cima de la montaña. El compromiso de todas las instituciones era único y, si bien, en los focos de fuego había unidades de diferentes grupos, todos trabajaban en equipo.
Algunas camionetas de la Policía subían hidratación, las de bomberos subían algunos soldados y poco a poco iban llegando miembros de la Fuerza Aérea y la Defensa Civil, para unirse a la difícil tarea. El incendio se podría considerar como subterráneo, pues hay que entender que el musgo que cae de los árboles es que genera ceniza y esta, al desplazarse, termina incendiando otros puntos.
El coronel Giovani Quijano, comandante de la Brigada de Atención y Prevención de Desastres del Ejército, explicó la necesidad de estar coordinados entre tierra y aire, pues esa cooperación entre tropas es necesaria para que el agua lanzada desde el Bambi Bucket permita neutralizar los focos en donde la llama está activa.
Según Quijano, las coordinadas y la comunicación entre unidades es la base principal para realizar una descarga efectiva.
Desde otros puntos del país o la ciudad puede ser fácil cuestionar la manera en como se opera en zona de emergencia; no obstante, basta con estar en el lugar para saber que con cualquier movimiento en falso la vida de un joven militar, bombero o policía está en riesgo y, aun así, siguen con la premisa de alcanzar el anhelado deber cumplido.