Entre ruinas y recuerdos como un pueblo fantasma: así luce el viejo Gramalote en Norte de Santander

Gran parte del municipio fue sepultado por tierra en diciembre de 2010, dejando desplazadas a más de 3.000 personas que tuvieron que empezar desde cero

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Ruinas de Gramalote recuerdan la
Ruinas de Gramalote recuerdan la tragedia que obligó a huir a sus habitantes - crédito @kevin.bolanos/TikTok

Gramalote, un municipio ubicado en Norte de Santander, fue escenario de una de las mayores tragedias naturales del país entre el 16 y 17 de diciembre de 2010. Los habitantes de este lugar fueron víctimas de un desastre provocado por una serie de circunstancias desafortunadas: intensas lluvias, deforestación y una falla geológica.

El fenómeno de La Niña trajo consigo lluvias excesivas que pusieron a prueba la infraestructura y la capacidad de respuesta del Estado. El pequeño municipio se enfrentó al derrumbe de una montaña, que conmovió sus cimientos y destruyó gran parte del casco urbano. La catástrofe causó un éxodo masivo de unos 3.300 habitantes que, a raíz de la emergencia, se vieron forzados a abandonar sus hogares.

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El generador de contenido turístico Kevin Bolaños visitó las ruinas del pequeño poblado. Allí habló con David León, un habitante que fue testigo en carne propia del fenómeno natural que los obligó a migrar por varios años a otros lugares.

“Esa noche del 16 empezamos a ver manifestaciones extrañas, los pisos saltaban, las tabletas del piso saltaban como si algo estallara. Unas casas se torcieron, unas puertas se trancaban…, esa noche se escuchaban los árboles caer, los estruendos, los cortos de la energía eléctrica”, explicó.

Con la nostalgia del recuerdo, el lugareño rememoró la tragedia haciendo énfasis en que fue muy duro porque ninguna persona quería irse de allí y dejarlo todo.

“Ese 17 de diciembre, a las 5, que llegamos a la parte alta con las primeras luces, ahí es donde se siente uno que se le arruga el corazón, porque ya vimos una masa del suelo que se había desprendido de la parte media de la ladera y estaba en la trayectoria del casco urbano. Entonces usted se derrumba, porque usted no quiere salir de acá, y pensar que eso va para el pueblo, no joda”, agregó.

Tras ser tragado por la tierra, Gramalote se aferra a la esperanza de renacer con nuevas viviendas y servicios esenciales para sus ciudadanos - crédito @kevin.bolanos/TikTok

El panorama posterior al desastre no fue alentador. El presidente de la época, Juan Manuel Santos, reconoció que la vuelta a la normalidad en Gramalote era inviable. El Gobierno se comprometió a una tarea colosal: trasladar y reconstruir un pueblo entero. Este proceso representó la reubicación planificada más grande de Colombia, marcada por desafíos tangibles como conservar la identidad comunitaria, enfrentar el alza en el costo de vida y sobrellevar el trauma emocional resultante de la pérdida total de sus propiedades y tradiciones.

Los esfuerzos de recuperación y reconstrucción fueron lentos y complejos. Seis años después de la catástrofe, el 20 de diciembre de 2016, el expresidente Santos hizo entrega del 65% de las obras de reconstrucción. Se destacaron entre estas las nuevas plazas de mercado y central, 260 viviendas y el Centro Administrativo Municipal (CAM), que reúne a varias instituciones gubernamentales esenciales para la gestión del municipio.

La inauguración de las plantas de tratamiento de agua potable y aguas residuales fue también un hito importante, garantizando servicios básicos necesarios para la reconstrucción de la vida de sus habitantes. Sin embargo, no todas las nuevas viviendas han sido entregadas, lo que indica una tarea pendiente en el camino hacia la normalización completa del pueblo.

El nuevo Gramalote enfrentó el
El nuevo Gramalote enfrentó el desafío de preservar su esencia comunal con la tarea colosal de reubicar y reconstruir un pueblo completo por parte del Gobierno - crédito Colprensa

La reconstrucción de Gramalote no es solo un asunto de infraestructura. Más allá de la recuperación física del territorio, esta dramática vivencia se ha convertido en un caso de estudio sobre cómo la gestión del riesgo y la respuesta a desastres pueden ser mejoradas para salvaguardar vidas y patrimonios en zonas vulnerables. Los aprendizajes de este desafortunado evento, que no dejó víctimas mortales, son, sin duda, lecciones que resonarán en el futuro de la gestión ambiental y social en Colombia y posiblemente en otros países con desafíos similares.

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