Era la tarde el 20 de enero de 1980. Los palcos estaban engalanados y la gente ya “guapirreaba” con el ganado, al son de las bandas regionales. Esa sí era la fiesta buena, la más alegre de Colombia, era la fiesta en corraleja de Sincelejo, mundialmente conocida, tal como lo dice la famosa canción de Rubén Darío Salcedo.
La capital de Sucre solo era alegría, excepto por don Arturo Cumplido, reconocido ganadero, que con normalidad era quien “jugaba” los toros de esa fecha, pero la organización en esa oportunidad decidió dársela a otro ganadero. En esa oportunidad le correspondió a Pedro Tulena, lo que hace decir que ahí cayó una maldición.
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Nadie lo esperaba. Primero, por el sol pertinaz que cubría a Sincelejo en ese momento, como dice Felipe Rambauth, que asistió ese día. De repente, de un momento a otro, empezó a llover sobre la corraleja de cuatro pisos ubicada en el barrio Mochila y una gran parte de la estructura de madera se vino abajo. Fue una de las tragedias más grandes de la hasta entonces capital cebuista de Colombia. Se dice que murieron más de 400 asistentes. La cifra nunca se consolidó con exactitud.
Sobre las 4:00 p. m., la sangre, el llanto, el desespero se apoderaron de todo ante la mirada atónita de los toros. Ya pasaron 44 años.
Sincelejo no estaba preparada para asumir tal emergencia. Así lo cuenta la entonces enfermera jefe del Hospital San Francisco de Asís, Blanca Valderrama Urzola, que se desempeñaba en ese cargo porque estaba haciendo el año rural, esa labor que deben hacer todos los profesionales de la salud antes de graduarse.
La tragedia fue tan grande que hasta la primera dama de la nación de ese momento, Nidia Quintero, esposa de Julio César Turbay, viajó para ver lo sucedido.
Dice Valderrama, hoy ya pensionada, que terminó su carrera a los 23 años de edad, y que la escena más dura, que le costó cerca de dos años en superar, debido a que resultó siendo la más aterradora, fue cuando en un espacio de la unidad intermedia estaban todos los muertos, con sábanas encima. Entonces, los familiares los iban a buscar y alzaban las sábanas para verlos y tenían esa expectativa de que no estuvieran y cuando los veían pegaban un grito desgarrador.
Sin preparación para desastres
Precisa que se atendía al paciente que estuviera más grave y a los muertos los enviaban para otro lado. Además, para la fecha no había una preparación para una emergencia o un desastre de esta clase.
“No estábamos preparados. Duramos cerca de 20 días en esa atención. Vino gente de otras partes a ayudarnos. Entre ellos había médicos, enfermeras, de la Cruz Roja, de la Defensa Civil. Una persona se hizo pasar por médico y se presentó como voluntario. No estaba graduado”, relata.
Remarcó que los pacientes tuvieron que ser remitidos a Chinú, Sahagún, Montería, Cartagena porque no había la capacidad para atender a todo el personal. De igual forma, hubo un momento en el que los familiares de los heridos partieron las puertas de vidrio del hospital para saber qué pasaba. La gente estaba desesperada. Valderrama recordó que duró 24 horas sin dormir.
“Entré a las 3:00 p. m. Los palcos de esa corraleja se cayeron cerca de esa hora. Yo estaba en mi casa. Eso fue un domingo. Me llamaron y me dijeron que se cayeron las corralejas y que me necesitaban con urgencia. Trabajé toda la tarde y toda la noche, todo el domingo, hasta el lunes en la mañana, hasta cuando empezaron a llegar refuerzos de otras partes. Llegaron como 100 personas”, anotó.
Lamentó que en ese momento no había sala de quemados para atender a los pacientes que cayeron sobre calderos calientes, donde vendedores fritaban o cocinaban. Hubo muchos fracturados, sangre por todos lados, por todas partes.
Incertidumbre por la lista de heridos
También rememoró que había gente esperando una lista que se sacaba con los nombres de quienes llegaban vivos o muertos. Muchos de esos pacientes que no estaban tan mal se remitían para Chinú o Sahagún.
“Cuando me enteré que mi hermano Benjamín, que le decíamos Mincho, estaba en la corraleja, enseguida me puse las pilas y empecé a buscar. No le pasó nada. No cayó ningún familiar mío, pero sí supe que Mincho, mi hermano, estaba ahí. Empecé enseguida a buscar con mis compañeras. Yo estaba en el San Francisco de Asís, el hospital viejo”, afirmó la entonces jefe de enfermeras.
Evocó que no había nadie más de su familia porque a su papá nunca le gustaron esas fiestas, debido a que siempre las consideró un hecho de maltrato a los animales.
En cuanto a los heridos, precisó que los transportaban en carros particulares. También, recibieron la ayuda de carros de la Cruz Roja de Cartagena para transportarlos. Lo que más se necesitaban eran ortopedistas.
Anotó que los quirófanos estaban llenos porque había mucho fracturado. La mayoría tenía heridas profundas. Incluso, en el hecho estuvo una amiga de ella que estaba embarazada, pero no le pasó nada.
Momentos de agonía
Hubo momentos de desespero por ver a los familiares agonizando. Se presentaron momentos críticos. Por ejemplo, se agotaron las dextrosas, pero las empresas privadas (farmacias y droguerías) enviaban el medicamento sin facturas ni nada.
“Todo lo entregaban. No sé si después lo cobraron. Lo cierto es que nos sacaron de apuros, porque se agotaron. De pronto se solucionó con la póliza de seguro que había”, dijo.
Tuvieron que llevar prótesis desde Cartagena, unos clavos para los fracturados. Hubo muchos casos de infecciones intrahospitalarias. Los pacientes llevaban las heridas abiertas y con el roce entre uno y otro se incrementaron.
Valderrama sostuvo que llegó un muerto que duró varios días sin ser reconocido: “No lo identificaban y le salió una lombriz. Tenía cara de campesino. Días después lo llegaron a buscar”.
Finalmente, dijo que la imagen con la que quedó en su memoria durante más de una semana fue la de la gente buscando en el pasillo dónde estaban los muertos cubiertos con sábanas blancas.