La negociación de la viuda de Pablo Escobar con el cartel de Cali y cómo su riqueza siguió alimentando el narcotráfico

Después de que el capo del cartel de Medellín fue abatido, su viuda tuvo que negociar con diferentes carteles criminales su seguridad, la vida de su hijo y la posibilidad de abandonar el país

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Victoria Eugenia Henao Vallejo (hoy
Victoria Eugenia Henao Vallejo (hoy María Isabel Santos Caballero), viuda de Pablo Escobar, sostuvo negociaciones durante meses con el cartel de Cali buscando que le perdonaran la vida a toda la familia, incluido su hijo Juan Pablo - crédito Jesús Aviles/Infobae

Con la muerte de Pablo Escobar el 2 de diciembre de 1993, abatido por el Bloque de Búsqueda en un tejado mientras huía de sus perseguidores, se ponía fin a un año y cuatro meses de operativos para dar con el paradero del capo del cartel de Medellín, luego de su escape de La Catedral, la cárcel que hizo construir para sí mismo buscando evitar la extradición a los Estados Unidos. También marcó el final de la “guerra a muerte” contra el Gobierno nacional, que durante tres mandatos tuvo que sufrir atentados por cuenta de sus subordinados durante casi diez años.

Pero muchas cosas quedaron en el aire con su muerte. El narcotráfico, lejos de perder impulso ahora tenía cada vez más actores. Aparte del cartel de Cali, que seguía operando a toda máquina al mando de los hermanos Miguel y Gilberto Rodriguez Orejuela, se sumaron otros narcotraficantes menores del cartel de Medellín, así como los grupos paramilitares y guerrilleros que se fueron quedando con las rutas del que supo ser uno de los mayores dolores de cabeza del gobierno de los Estados Unidos en su lucha contra ese flagelo.

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A eso se le suma la pregunta que rondó por la cabeza de más de un colombiano, una vez se superó el shock de la noticia de su baja: ¿Quién se quedaría con toda la fortuna que el capo amasó durante 15 años?

No era una pregunta más. Las excentricidades de las que presumió el capo a lo largo de su vida, lo influyente que llegó a ser en el jet-set nacional (y hasta internacional), el poder que acumuló y del que hizo gala eran muy tentadores, tanto para los otros miembros de la estructura del cartel de Medellín como para sus enemigos de Cali, así como para el propio Gobierno nacional. Pero, desde ese 2 de diciembre, un nombre aparecía como el llamado a heredar el trono: su hijo de 16 años, Juan Pablo Escobar (hoy Juan Sebastián Marroquín Santos).

Juan Pablo Escobar fue el
Juan Pablo Escobar fue el mayor de los hijos del matrimonio de Pablo Escobar y Victoria Eugenia Henao. Fotografía de 1986 - crédito Juan Pablo Escobar Henao/Instagram

Si llegados a ese punto Pablo Escobar estaba muerto tras más de un año de persecución, Juan Pablo Escobar ya estaba fichado para ser el siguiente. Mucho más cuando declaró a un medio de comunicación de la época “yo solo les voy a matar a esos hijueputas”, presa del dolor y la rabia del momento por la muerte de su papá.

Era evidente que uno de los dos lados en la pelea por el control del negocio del narcotráfico en Colombia tenía las de perder. De ahí que el cartel de Cali obligara a la viuda de Escobar, Victoria Eugenia Henao Vallejo (hoy María Isabel Santos Caballero) a negociar para acordar los términos económicos para que el grupo narcotraficante perdonara la vida de la vida de la familia Escobar Henao, todo lo que pedían a cambio era la fortuna de su abatido enemigo.

Según repasó en su libro Mi vida y mi cárcel con Pablo Escobar, las memorias de la esposa del narcotraficante publicadas en 2018, estas negociaciones dieron inicio en febrero de 1994 y se extendieron por ocho meses, mientras determinaban la cifra que la familia tenía que pagar para que sus vidas no volvieran a correr peligro y pudieran salir de Colombia.

En el libro relató que, durante la primera de estas reuniones, Miguel Rodríguez Orejuela tomó la palabra y explicó que el motivo de los encuentros era que la guerra entre carteles les había costado más de 10 millones de dólares a cada uno de los miembros del cartel de Cali, incluyendo aparte de los hermanos a José Chepe Santacruz y Hélmer Pacho Herrera. Además, querían saber si la familia de Pablo Escobar buscaba darle fin al conflicto. Eso sí, en el relato de la viuda quedó plasmado un duro mensaje de Miguel para el resto de sus familiares:

“A propósito, señora, no pida nada por los hermanos de ese hijueputa de su marido. Ni por Roberto, Alba Marina, Argemiro, Gloria, Luz María, ni por la mamá, porque ellos son los que le van a sacar los ojos a usted; nosotros escuchamos los casetes que grabamos durante la guerra y casi todos ellos pedían más y más violencia contra nosotros”

Victoria, preocupada porque su hijo Juan Pablo tampoco entraba en el acuerdo de protección por sus declaraciones una vez conoció la muerte de su padre, pidió clemencia por la familia de Escobar, o no entraría a negociar con los capos. Esa demanda motivó un memorial de agravios en el que cada uno de los presentes señalaba las atrocidades que hizo Escobar.

Los hermanos Rodríguez Orejuela, líderes
Los hermanos Rodríguez Orejuela, líderes del cartel de Cali y encarnizados enemigos de Pablo Escobar en el negocio del narcotráfico, obligaron a la viuda a ceder parte de la riqueza del líder del Cartel de Medellín a cambio de su vida - crédito Jesús Aviles/Instagram

“Ese hijueputa me mató dos hermanos. ¿Cuánto vale eso, además de la plata que invertí en matarlo?”, “A mí me secuestró y tuve que pagarle más de dos millones de dólares y entregarle unas propiedades para que me soltara. Y por si fuera poco, me tocó salir corriendo con mi familia”, fueron algunos de los reclamos.

Hubo alguien que incluso le echó en cara la fama de Escobar como mujeriego. “Quiero saber, quiero que usted me conteste: ¿si nuestras mujeres estuvieran aquí sentadas con ese hijueputa de su marido, qué les estaría haciendo? ¡Conteste!”. Ante esto, Victoria respondió, no sin miedo por las miradas inquisidoras del cartel de Cali: “No puedo ni imaginarlo, señores, no tengo una respuesta (...). Dios es muy sabio, señores, y solo él puede saber por qué motivo soy yo la que está acá sentada frente a ustedes y no sus esposas”

Carlos Castaño, uno de los líderes del grupo paramilitar Los Pepes que colaboró con el Bloque de Búsqueda para liquidar a Escobar, fue fulminante ante la viuda en su concepto sobre el capo, tal y como quedó consignado en sus memorias:

“Señora, yo he conocido hombres malos sobre la tierra, pero ninguno como su marido. Era un hijueputa y quiero que sepa que a usted y a Manuela las buscamos como aguja en un pajar porque las íbamos a picar bien picaditas y se las íbamos a mandar a Pablo dentro de un costal. Ustedes eran lo único que a él le dolía”

La familia Escobar continuaba retenida en Residencias Tequendama, en el centro de Bogotá, bajo protección del gobierno de César Gaviria, aunque meses más tarde fueron trasladados a un apartamento ubicado en el barrio Santa Ana, en la localidad de Usaquén, a pesar de las quejas de los vecinos que se oponían a su presencia allí.

Pablo Escobar y Victoria Eugenia
Pablo Escobar y Victoria Eugenia Henao estuvieron casados durante 17 años hasta que el capo fue asesinado en 1993 – crédito Editorial Planeta

Luego de la primera reunión con el cartel de Cali, Victoria recordó que fue muy difícil para ella decirle a Juan Pablo en ese momento que su vida no estaba garantizada en los acuerdos. Por otra parte, el fiscal general Gustavo de Greiff instó a la viuda, ante sus dudas, a que alcanzara acuerdos con el cartel de Cali para lograr una retribución directa al grupo narcotraficante, debido a que los capos no sólo amenazaron con matar a la familia, sino a los lugartenientes de Escobar que estaban encarcelados en ese momento.

La cifra que pidieron los Rodriguez Orejuela para saldar deudas fue de 120 millones de dólares, y no tenían mucho tiempo para entregar el dinero. Así recordó Victoria el proceso en su libro:

“Como el plazo para regresar con la lista de bienes era corto, empezamos a elaborar un balance de las propiedades de Pablo, así como de las pocas obras de arte mías que se habían salvado. Con Juan Pablo, siete abogados del bufete del doctor Fernández y un par de asesores contables, pasamos horas recopilando datos, al tiempo que yo visitaba las cárceles para preguntarle a los presos, porque no conocíamos buena parte de las posesiones que Pablo había adquirido en varios lugares del país. La tarea se complicó aún más porque mi marido llegó a comprar más de un centenar de caletas que les escrituraba a las personas de confianza que lo cuidaban en la clandestinidad. Aun así, logramos procesar varias planillas que llevaría a la segunda cita a Cali para que cada uno de los capos escogiera”

Durante el proceso, Victoria se mostró muy crítica con la postura que asumió la familia de su difunto esposo durante ese periodo. “Aún hoy me cuestiono el comportamiento de los tíos de mis hijos, porque mientras yo suplicaba que les respetaran la vida, ellos atentaban continuamente contra la nuestra. Y lo que es peor: su intención era lograr que los jefes de los carteles desconfiaran de mí y mataran a mi hijo”.

Las cosas no se hicieron más fáciles cuando aparecieron en escena dos hombres que decían representar a Gerardo Moncada y Fernando Galeano, narcotraficantes que Escobar ordenó asesinar cuando se encontraba en La Catedral. Según cuenta Victoria, la citaron a varias reuniones en Bogotá para alcanzar su propio arreglo.

Mientras Victoria salía para ocuparse de los pendientes que dejó Escobar, sus hijos no podían salir por seguridad, lo que les generaba una fuerte depresión. Uno de los pocos momentos en que pudieron salir durante ese periodo (y de paso reunirse con la familia Escobar) fue cuando se celebró la primera comunión de su hija Manuela. Sin embargo, “fue un día muy triste porque la niña lloró todo el tiempo y su aflicción nos contagió a todos”.

Entonces llegó el momento de la segunda reunión con el cartel de Cali, con los bienes avaluados hasta ese momento. Esta tuvo lugar en Cascajal, la sede deportiva del América de Cali, equipo del que Miguel y Gilberto eran propietarios. Comparado con lo que sucedió en la primera reunión, Victoria recordó que evidenció más signos de conciliación por parte del grupo narcotraficante:

“Me tranquilizó saber que estaban dispuestos a desechar la propuesta inicial de que solo les entregáramos dinero en efectivo porque seguramente confirmaron que mi marido había gastado prácticamente todo su efectivo en la guerra. También debían saber que Pablo no era amigo de ocultar dinero en caletas y que gastaba a raudales. La reunión fue larga y tediosa porque se dedicaron a escoger uno a uno entre los 62 bienes incluidos en la lista que llevé. Pero a diferencia de nuestro primer encuentro, me pareció otra buena señal que aceptaran recibir el cincuenta por ciento de la deuda en bienes incautados y el restante porcentaje en propiedades listas para comercializar, eso sí, libres de apremios judiciales”

La última condición tenía sentido para Victoria, tomando en cuenta que para ese punto varias de las propiedades de Escobar ya estaban en posesión del Gobierno. “Sus conexiones en las altas esferas del Estado les ayudarían a ‘lavar’ los bienes de Pablo, dejando por fuera a sus herederos. Lo que evidentemente sucedió”, señaló.

Carlos Castaño, jefe de las
Carlos Castaño, jefe de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), durante los años 90 encabezó el grupo paramilitar Los Pepes junto a su hermano Fidel. También participó como mediador en las negociaciones de la viuda de Pablo Escobar con los grupos del Magdalena Medio que exigían retribuciones para garantizar la vida de la mujer - crédito Colprensa

Según detalló, entre las propiedades que cedió en esa reunión se incluía un lote de nueve hectáreas que Carlos Castaño exigió para su control por orden de su hermano Fidel, el líder de Los Pepes, debido a que se encontraba al lado de la mansión Montecasino, de su propiedad. En la reunión cedió una docena de lotes ubicados en el centro de Medellín (que luego verían erigirse allí hoteles y centros comerciales), y un complejo de torres de apartamentos en El Poblado, en cercanías a la loma del Tesoro.

Según contó Victoria, Carlos Castaño la sorprendió con un gesto durante la reunión:

—Señora, yo tengo el Dalí suyo, Rock and Roll, que vale más de tres millones de dólares; se lo devuelvo para que cuadre con esta gente - dijo Castaño

—Carlos… dale las gracias a Fidel por cumplir con su palabra, pero mi decisión es que él y tú se queden con esa obra para contribuir con la causa; y cuenta con que rápidamente te haré llegar los certificados originales.

—Doña Victoria, gracias, gracias por ese gesto… mi hermano se lo va a agradecer y muchísimo—. dijo el jefe paramilitar, visiblemente sorprendido.

A esa reunión le siguió una tanda con los jefes paramilitares que en ese momento adquirían más y más fuerza en el occidente de Colombia. Allí se negoció el traspaso de otras propiedades con intermediación del propio Carlos Castaño para garantizar que ni Los Pepes ni ningún grupo paramilitar del Magdalena Medio le haría daño.

Aun así, nadie le garantizaba que le perdonarían la vida ni a Juan Pablo ni al grueso de la familia Escobar.

“—Señora, no se preocupe que después de esto va a haber paz, pero a su hijo sí se lo vamos a matar”, le indicaron los Rodriguez Orejuela en la tercera reunión.

Pero con tantas muestras de voluntad por parte de Victoria para cerrar ese capítulo sin más daños para su familia, apeló a la razón de los hermanos insistiendo en que su hijo no tenía interés en seguir con esa guerra:

“—Señores, por favor, escúchenme una vez más. En este proceso están incluidas personas de muy alta peligrosidad. No entiendo por qué ustedes están tan empecinados en quitarle la vida si él es apenas un adolescente; yo soy la única mujer que está poniendo la cara y el dinero para alcanzar un acuerdo de paz y en reconocimiento a mi labor les pido le den una nueva oportunidad a mi hijo”

A sus palabras le siguió un momento de silencio, y luego una conversación entre los hermanos y el resto de capos del cartel de Cali en voz baja. Entonces Gilberto dijo de manera escueta “Señora, la esperamos en diez días con su hijo para resolver si sigue con vida”.

Victoria Eugenia Henao junto a
Victoria Eugenia Henao junto a su hijo Juan Pablo Escobar se radicaron en Argentina y continuaron sus vidas con nuevas identidades - crédito Juan Pablo Escobar/Facebook

Según contó Victoria, “debíamos prepararnos para lo peor”. Y por supuesto, el momento era especialmente delicado para Juan Pablo. “Aunque parezca increíble, a sus diecisiete años, siendo un menor de edad, mi hijo se sentó frente al computador y escribió su testamento”, recordó, relatando que desde niño ha lidiado con las consecuencias de los actos de su papá y el rol tan importante de ella como su madre en ese momento tan duro:

“Desde los siete años había tenido que dejar el colegio, a sus primos y amigos, soportar los encierros, las persecuciones y toda la serie de adversidades que acompañaron a Pablo en sus últimos años. Yo aprendí a vivir el día a día, y a soportar lo insoportable. Y ahora me daba cuenta de que ellos, mis hijos, no tenían por qué aguantar esta barbarie heredada”

Mientras madre e hijo aguardaban la cita en un hotel de Palmira, Hélmer Pacho Herrera. el cuarto en la línea de poder del cartel de Cali, se contactó con Victoria para invitarla a ella y a los hermanos de Escobar para hablar de la herencia y la repartición de los bienes, por solicitud de la madre de Pablo. Aunque Victoria le recalcó que estaban allí para hablar de la situación de Juan Pablo, este solo le dijo que esa reunión se pospondría para el día siguiente. Sobre ese momento Victoria reflexionó:

“El largo silencio que se apoderó del lugar me dio tiempo para reflexionar sobre el absurdo que significaba que una reunión en la que se definiría si mi hijo sería sentenciado a muerte, hubiera sido aplazada ¡por petición de mi suegra! para discutir primero la herencia de Pablo. En otras palabras, era inadmisible que mi familia política buscara al cartel de Cali para zanjar un asunto que solo les atañía a los Escobar Henao”

Según recuerda Victoria, esa discusión estuvo cargada de tensión, gritos y discusiones que los Rodriguez Orejuela dejaron que se desarrollaran sin su presencia. Mientras ellos se iban, Victoria les pidió que discutieran la situación de Juan Pablo. En otra sala y cruzados de brazos escucharon a Juan Pablo.

—Señores, vine aquí porque quiero decirles que no tengo intenciones de vengar la muerte de mi papá; lo que quiero hacer y ustedes lo saben, es irme del país para estudiar y tener otras posibilidades diferentes a las que hay acá. Mi intención es no quedarme en Colombia para no molestar a nadie, pero me siento imposibilitado de lograrlo porque hemos agotado todas las opciones para encontrar una salida. Tengo muy claro que si quiero vivir debo irme.

“Nunca olvidaré la palidez de mi hijo cuando pronunció esas palabras. Qué dolor recordar su imagen de pesadumbre y desesperanza”, recordó la viuda en sus memorias. Mientras tanto, Juan Pablo continuó:

—Don Miguel, entiéndame, la vida me ha mostrado algo diferente. Por el narcotráfico perdí a mi padre, familiares, amigos, mi libertad, mi tranquilidad y todos nuestros bienes. Me disculpa si lo ofendí, pero no puedo verlo de otra manera. Por eso quiero aprovechar esta oportunidad para decirles que por mi parte no se va a generar violencia de ningún tipo. Ya entendí que la venganza no me devuelve a mi papá; y les insisto: ayúdennos a salir del país. Me siento tan limitado para buscar esa salida que no quiero que se entienda que no me quiero ir; es que ni las aerolíneas nos venden pasajes

En ese momento Miguel Rodríguez Orejuela tomó la palabra y selló el destino de la viuda e hijos de su enemigo.

—Señora, hemos decidido que le vamos a dar una oportunidad a su hijo. Entendemos que es un niño y debe seguir siendo eso. Usted nos responde con su vida por sus actos de ahora en adelante. Tiene que prometer que no lo va a dejar salir del camino del bien, del respeto por nosotros y por la no violencia.

Con lágrimas en los ojos, Victoria y Juan Pablo, así como Manuela, ahora podían por fin salir de Colombia, liberados de las ataduras del legado de Pablo Escobar. Gracias a la intermediación del fiscal general Gustavo de Greiff, los Escobar Henao salieron de Colombia con nuevos nombres rumbo a Argentina, dejando atrás una herencia maldita que ahora estaba en poder de los nuevos dominadores del narcotráfico en el país.

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