Según Orlando Vargas, docente e investigador experto en humedales, Bogotá llegó a poseer más de 50.000 hectáreas que eran parte de los humedales dentro de la estructura ambiental de la ciudad, ahora solo contamos con 900. El factor que describe esta problemática es en gran parte a la amenaza por la diversificación de plantas invasoras que afectan el equilibrio de este tipo de ecosistemas, según el diario El Tiempo.
Actualmente, la Secretaría de Ambiente sostiene que se encarga de la protección de 901 hectáreas de humedales pero advierte de la existencia de por lo menos 10 especies de plantas que gradualmente se están estableciendo en estos lugares, y que irremediablemente ha derivado en la perdida de la fauna nativa y migratoria como también de la flora.
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“En este momento hay más de 50 especies presentes no nativas que se están propagando por el territorio, al punto de convertirse en una amenaza mayor para la red de humedales de la capital”, afirma Julián Diaz Triana, biólogo e investigador del Grupo de Restauración Ecológica de la Universidad Nacional al medio de comunicación mencionado.
Otra de las amenazas para los humedales y, por ende para las aves migratorias, tiene que ver con la calidad del aire en la capital debido a “la reproducción de este tipo de especies agresivas que puede acabar con la flora nativa, sino que también afecta los procesos de concentración de dióxido de carbono (CO2) y otros gases que están relacionados al efecto invernadero de la ciudad”, sostuvo Triana Díaz.
Esta situación se manifiesta por ejemplo en la Thunbergia alata, o mejor conocida como ojo de poeta, que ha resultado ser un problema a nivel regional en otras latitudes del país al invadir gran cantidad de hectáreas como actualmente está ocurriendo en el bosque andino antioqueño.
El cuidado y la preservación de las reservas naturales se está convirtiendo en una tarea titánica. Esto se debe a que estos ambientes naturales desempeñan un papel fundamental, como la retención y regulación hídrica que previene inundaciones en temporadas lluviosas. Además, proporcionan refugio a un gran número de especies migratorias que llegan anualmente para establecerse en estos ecosistemas que alberga Bogotá.
En una investigación desarrollada en conjunto por la Universidad Nacional y la Secretaría Distrital de Ambiente en 2012, clasificaron las especies invasoras de acuerdo al tipo de ecosistema. En el terrestre, se pudo determinar la existencia del pasto kikuyo, la curuba, las acacias negra y gris, la calabaza, y el retamo liso y espinoso. A nivel acuático, aparecen el buchón, el helecho de agua, el junco, el barbasco, la enea, y el botoncillo.
De acuerdo con Orlando Vargas, citado por El Tiempo, esta tragedia ambiental tiene su efecto por causa del acelerado crecimiento urbano que ha sufrido Bogotá en los últimos veinte años: “La conectividad entre humedales queda perdida, lo que genera que los humedales que aún se mantienen empiecen a ser las veces de islas muy reducidas que pasan a ser más susceptibles a la contaminación”.
Hoy en día es bastante habitual que algunos ecosistemas sean empleados en actividades como la ganadería y la agricultura, en donde abruptamente se han introducido especies no nativas como el pasto kikuyo o plantas que son comunes en el uso domestico, como la calabaza o la curuba. Aparte de eso, también es evidente que la construcción de vías y altas edificaciones alteran la calidad del suelo, que ya se ha visto afectado por la proliferación de plantas no nativas.
Los colectivos ambientalistas afirman que el tema de las invasiones es global y no local, por lo que siempre se desilusionan al esperar que cada cuatro años la administración distrital pueda hacer monitoreo de esta práctica que puede ser costosa, pero muy necesaria para los ecosistemas naturales de la región metropolitana.
En resumen, los especialistas creen que la restauración ecológica y la ciencia ciudadana pueden ser posibles alternativas para una buena gestión ambiental de estos espacios naturales y urbanos de la capital.