Él es Pedro José Alvarez, el artista colombiano que tras perder la movilidad aprendió a pintar con la boca

Luego de una intervención quirúrgica de emergencia, se despertó sin poder hablar, moverse o respirar por sí solo, pero, con tiempo y disciplina, logró superar lo que hacía con sus manos

Tras perder la movilidad del 90% de su cuerpo, logró desarrollar la habilidad de pintar con la boca - crédito Pedro José Alvarez

El evento que marca un antes y un después en la vida de Pedro, lo ha obligado a reaprender, los últimos 13 años, todo lo que, en algún punto, lo llevo a ser independiente.

Antes de “eso” tuvo una infancia promedio, más o menos hasta los 14 años, cuando, estando en séptimo grado, fue perdiendo la movilidad y la sensibilidad en uno de sus pies.

Consultó al médico que lo devolvió a su casa, diciéndole que era algo normal. Sin embargo, al otro día los síntomas se replicaron del otro lado y se sumaron las náuseas y los vómitos.

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De regreso en el hospital le hicieron una punción lumbar, pero el examen reveló algo extraño que los médicos de un hospital de alto nivel decidieron examinar por medio de una intervención:

“Cuando terminaron la cirugía y pase a recuperación quede sin movilidad de nada, quedé con ventilación mecánica, me pusieron marcapasos, quede con vejiga neurogénica (…) nunca supimos quien firmo la cirugía, nunca supimos qué tan grave era. Creíamos que, desde que lo hicieran de urgencia, era algo delicado. Pero en ese tiempo mi mamá no tenía trabajo, mis hermanos eran menores de edad y yo me mantenía todo el tiempo solo”, relató en exclusiva para Infobae Colombia.

Pasó dos meses en UCI, sin mostrar mejoras. Se comunicaba con los ojos y haciendo chasquidos con la boca, hasta que fue trasladado a un hospital especializado en donde, tras dos años de permanencia logró recobrar la fuerza pulmonar con ayuda de un equipo de médicos alemanes, que vio potencial en él para iniciar un tratamiento pionero.

Pedro realiza cada trazo estriando el cuello y moviéndolo en dirección a la figura - crédito Pedro José Alvarez

Lejos de conseguir el alta, el hospital se convirtió en su hogar durante los siguientes siete años. Terminó el bachillerato porque un médico amigo pagó su inscripción a un colegio virtual, en el que tomaba sus lecciones por medio de un computador, al que le fue instalado un sensor que recibía órdenes de los movimientos que realizaba con la cabeza.

Conseguir algo de dinero, para pedir un domicilio y saltarse la comida del hospital lo motivó a decorar alcancías y pequeñas esculturas, una vez recobró la movilidad del cuello.

No imaginaba que el arte se convertiría en su proyecto de vida, pero, de lejos, era observado por una mujer que lo contactó con la fundación Mónica Uribe Por Amor. Cada año, seleccionan a un joven con talento, de las comunas de Medellín, y lo patrocinan a su paso por el taller del profesor Luis Ángel Hernández, quien, desde hace 25 años se sumó a la iniciativa con el programa taller blanco y negro.

“Se les enseña por igual, se tratan igual, como un alumno más, no se les da un tratamiento especial. Les hacemos sentir que son una persona más. La limitación ahí la tienen, pero no se las estamos recordando”, explicó el profesor Hernández en conversaciones con Infobae.

Pedro tuvo que aprender de nuevo a respirar, hablar y levantar la cabeza por sí solo - crédito Pedro José Alvarez

Cuando recibe al ganador del programa lo evalúa en silencio, “Pedro inició con mucho ánimo. Eso es algo que tenemos que evaluar en las personas que ingresen al programa, que cuando estén allí lo que estén haciendo los enamore”.

Desde que le metieron la idea de pintar se olvidó de sus limitaciones. Inició con teoría del color, pasó a dibujo, luego expresión y terminó con composición “él hizo todos los pasos, con excelentes calificaciones, y nunca tuvimos ninguna dificultad con él, porque tiene una capacidad extraordinaria y porque es un enamorado. Entonces, cuando uno está enamorado de lo que hace, lo hace bien o lo aprende bien”, destacó Hernández.

La única dificultad que presentó a lo largo del curso fue desplazarse desde su casa hasta el taller, pero, aun así, jamás faltó. Necesitaba un caballete a su medida, que le permitiera acercarse para poder realizar los trazos con la boca.

“Tuvieron que hacer unas rampas para que su silla de ruedas cupiera por la puerta. Los caballetes, también, entre varias personas, los rediseñaron y resolvieron que la mejor opción era que pintara con acrílicos, “porque no podía manipular solventes, ni nada abrasivo”, que contenga líquidos inflamables.

Aprendió paisajismo sentándose junto al profesor y tratando de replicar lo que él iba pintando. Pero con figura humana fue algo diferente. “Veía mucho a una persona que pintaba figura humana y me metí en ese mundo, me quedaba mirándola después de terminar mi clase”, hasta que un día, ella misma se ofreció a enseñarle.

Pedro estuvo sumido durante varios años en depresión - crédito Pedro José Alvarez

Fotocopió un libro de teoría y al otro día se lo entregó. Esa noche, Pedro no durmió revisándolo. Había encontrado sus dos grandes musas en el arte. Ambas reflejan su fascinación por el mundo y por el cuerpo humano.

“Cuando Pedro llegó a hablar conmigo no encontré a una persona discapacitada. Encontré a una persona llena de vigor, llena de energía, llena de positivismo. La verdad es que fui yo quien se sintió enfermo”, admitió el profesor, una vez conoció a Pedro y el amor con el que trabaja.

Sin embargo, no siempre fue así. Los primeros años tras la cirugía Pedro renegaba mucho contra Dios: “le pregunta por qué a mí, si yo no había hecho nada. Habiendo tantos matones, tantos ladrones… tuve una disputa con él por mucho tiempo. Pero él me fue demostrando cada día y con cada persona que me ponía por el camino por qué estaba ahí”.

Empezar a depender de otras personas lo hundió en una profunda depresión que, al igual que los retos de una mala praxis, logró superar solo al cambiar por completo su actitud: “El pensamiento cambió un 100%. No era muy creyente, pero después de todo esto, de hacerme tantas preguntas... es ahí donde uno dice: Dios existe. Porque de estar ahí, en una UCI, dependiendo de mucha gente y solamente con la actitud lograr superarlo, es donde uno dice: Dios obra en mí”.

En su proceso, Pedro descubrió que no hay mejor medicina que un cambio de actitud - crédito Pedro José Alvarez

Su vida ha resultado ser toda una obra de la que el profesor sabe que tendrá que despedirse para permitirle volar aún más alto: “veo mucha proyección en él. Yo creo que en cualquier momento va a necesitar de una institución mucho más avanzada (…) Uno como docente lo único que es, es un escalón en la escalera del triunfo de sus alumnos. Cuando los alumnos triunfan uno ha sido solo un peldaño y esto del arte es una escalera larguísima”.

El camino no solo le ha permitido cumplir sus sueños, sino también ponerse nuevas metas como la de estar a la par con quienes tienen ambas manos para pintar:

“Al principio me dolía mucho la boca, y raíz de eso usos retenedores para que no se me desajusten mucho los dientes. El cambio fue muy grande, porque empecé sintiendo mucho dolor. Al principio pintaba media horita y terminaba mamado, después una horita y así. Ahora pinto toda la tarde y me va bien”.

La pintura que, al principio era solo terapia, se convirtió en vocación y, a pesar de vivir cada día, sin detenerse en el pasado o pensar en el futuro, planea seguir formándose para impactar a otras personas con su arte, entendiendo que en cada pintura –hechas por encargo a través de pedroalvarez.art– deja una huella intangible: su esfuerzo como valor agregado.