En los últimos meses, en Colombia se ha experimentado una gran preocupación por el fentanilo y la manera en que este podría terminar afectando a los ciudadanos. Se trata de un opioide sintético altamente consumido en Estados Unidos y que es 100 veces más potente que la morfina y 50 veces más potente que la heroína.
Sin embargo, según Julián Quintero, sociólogo con maestría en Estudios Sociales de Ciencia y Tecnología, director e investigador de la Corporación Acción Técnica Social y cofundador del proyecto Échele Cabeza cuando se dé en la cabeza, la atención del Gobierno nacional debería centrarse en otras sustancias que en este momento tienen un mayor impacto en Colombia, como el bazuco.
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En conversación con Infobae Colombia, explicó que esta sustancia llegó a Colombia entre 1978 y 1980 y, desde entonces, ha venido aumentando su consumo en el país. En un principio, las personas que adquirían y fumaban bazuco eran de la clase alta, entorno en el que también se incluyen aquellas que estuvieran vinculadas al narcotráfico: “Yo lo considero como el hijo caspa, el hijo calavera del narcotráfico, porque de alguna manera es cuando llega la cocaína”, sostuvo Quintero.
La relación con la cocaína es la siguiente: el bazuco es una sustancia que se consigue en el proceso previo a la cristalización de la hoja de coca. Es decir, surge antes de que se forme el clorhidrato de cocaína. “No es hidrosoluble, no se derrite en las fosas nasales. Por eso, el bazuco no se puede consumir inhalado, porque es un sulfato y no es un clorhidrato”, explicó.
Lo que sí hace el bazuco es combustión, reacción química que genera humo, lo que limita las vías de administración de esta sustancia, que son solo tres: con tabaco (pistolo), marihuana (maduro) o en pipa (carro). Esto significa que es fumable, más no inyectable o esnifable.
Las primeras evidencias de esta sustancia psicoactiva fueron documentadas en Perú, en 1970. Ya en Colombia, para 1984, se registraban por lo menos 1.200.000 consumidores de bazuco, cuando la población del país alcanzaba los 28.000 habitantes, según cifras del Ministerio de Salud compartidas por Quintero.
Ladrillo, cemento y ceniza de cigarrillo: ¿para qué?
“El bazuco es un estimulante del sistema nervioso central cuyo componente activo será el alcaloide de la cocaína. Es adulterado con otras sustancias; también le echan cafeína, manitol, bicarbonato de sodio, lidocaína, anfetaminas y otras sustancias tóxicas, (…) puede ser gasolina y hasta insecticidas”.
Hay quienes agregan ladrillo, ceniza de cigarrillo o cemento a la preparación antes de fumar bazuco. Sin embargo, el propósito de esto no está relacionado con aumentar los efectos de la sustancia, sino con generar un proceso de combustión.
“Usualmente, lo usan en una pipa; se pone un aluminio en la parte de arriba, se le pincha con un alfiler para que por ahí entre el fuego, (…) se pone una cama de ladrillo, en la parte de arriba se pone bazuco para que no se vaya hacia abajo y pueda haber combustión”, explicó Quintero.
Además del ladrillo y el cemento, hay otras particularidades en la manera como se consume el bazuco. Usualmente, las pipas están hechas de PVC o de lapiceros, los cuales liberan unos gases, proceso conocido como pirólisis, que son aún más dañinos que la misma sustancia que se fuma.
Las afectaciones son mayores si la distancia entre la pipa y la boca se disminuye. “Cuando esa distancia se reduce a menos de cinco o siete centímetros, el fuego alcanza a entrar, o los calores muy altos alcanzan a entrar a la boca y hasta el sistema respiratorio”. Según Échele Cabeza, la parte traqueal y bronquial puede presentar quemaduras.
Pánico y delirios: ¿por qué es tan adictivo?
Los efectos del bazuco se concentran primero en el sistema nervioso central, luego, pasan al sistema cardiovascular. Es en ese momento cuando se presentan alteraciones en el ritmo cardíaco y en la tensión arterial.
Con un resultado de placer inmediato que dura apenas entre tres y cinco minutos, sumado a sensaciones de pánico y ansiedad generadas luego de expulsar el humo, y combinado con el desespero de conseguir una nueva dosis, queda la inquietud de por qué es tan adictivo.
El pánico, la paranoia y la ansiedad, que hasta llegan a desencadenar delirios, podrían pensarse como sensaciones negativas que deberían, más bien, desincentivar el consumo. No obstante, pasa todo lo contrario.
“Hay muchas personas para quienes esa sensación es placentera; (...) sienten recompensa, sienten satisfacción cuando están en un alto grado de excitación, con un ritmo cardíaco acelerado, con una sensación de pánico, con una sensación de ansiedad. (...) Es una sobre estimulación muy intensa”.
Además de eso, el bazuco produce un grave deterioro neurológico, conlleva la destrucción del tejido cerebral y produce pérdida de memoria, que en algunos casos puede ser irreversible. De acuerdo con Quintero, afecta la parte frontal del cerebro, que permite al ser humano tomar decisiones, lo que quiere decir que es mucho más complicado que una persona con dependencia problemática logre dejar de consumirlo. “Esta es de esas pocas sustancias que literalmente no te da la voluntad de dejarla”.
Las bondades del cannabis
El bazuco es, en efecto, un problema de salud pública en Colombia que debe ser atendido con urgencia. Por eso, algunas personas han buscado diversas alternativas para disminuir el impacto negativo de esta sustancia o, incluso, para prevenir su consumo, como por ejemplo el cannabis. Funciona para controlar el síndrome de abstinencia y reducir la ansiedad que genera, así como para disminuir la sensación de paranoia y pánico posteriores al consumo.
De hecho, entre 2014 y 2015, Quintero y su equipo entregaron a la Secretaría de Salud de Bogotá, al Ministerio de Salud y al Ministerio de Justicia, evidencia internacional sobre los beneficios que proporciona el cannabis en materia de reducción de riesgos y daños.
“¿Cuál ha sido el problema de esa estrategia? Básicamente, ha sido un problema de voluntad política y de burocracia, porque el proyecto ha pasado por la Secretaría de Salud de Bogotá, ha ido al Idipron (Instituto Distrital para la Protección de la Niñez y la Juventud), ha vuelto…”.
Según Quintero, durante la administración del expresidente Iván Duque (2018-2022) y durante el segundo mandato de Enrique Peñalosa en la Alcaldía de Bogotá (2016-2019), al parecer, se presentaron muchas dificultades para poder adelantar iniciativas como esta.
El fentanilo: ¿pánico injustificado?
A diferencia del bazuco, el fentanilo no es una sustancia con la que se haya reportado un consumo problemático en los últimos 20 años en Colombia. De acuerdo con Quintero, el Ministerio de Salud solo ha registrado cinco muertes por este opioide sintético en los últimos diez años.
Aseguró que la preocupación que se respira en el país por el fentanilo se debe, en gran medida, a la sobreexposición mediática y política. “[Es] una epidemia que no es nuestra y que nos quieren hacer ver que es nuestra y que los números indican que no son un problema grave en Colombia, pero que la geopolítica de las drogas de Estados Unidos frente a China y frente a México involucró a Colombia en esa narrativa”.
Con el bazuco es diferente, puesto que tiene un altísimo impacto en la salud pública y en la seguridad. Hoy en día, al menos 50.000 personas consumen esta sustancia, lo que podría considerarse un número reducido, teniendo en cuenta que en 1984 se registraron más de 1.000.000. ¿Qué pasó con todos ellos?
“Gran parte de esas personas que no dejaron de consumir en esa época fallecieron en contextos de consumo de bazuco. La tasa de desintoxicación o deshabituación del consumo de bazuco es muy mínima”. Enfermedades como la tuberculosis, afecciones pulmonares y cardíacas, que son adquiridas en contextos de habitabilidad de calle y de consumo, contribuyen al aumento de las muertes.
Colombia lleva entre 30 y 40 años en una grave crisis por esta sustancia a la que, según Quintero, no se le ha prestado atención. En las principales ciudades del país hay un gueto asociado al consumo en los que se frecuentan los delitos menores alrededor de psicoactivos como el bazuco. Y, quienes tienen una dependencia problemática pueden terminar fumando hasta 20 “bichos” al día.
Una política prohibicionista mandada a recoger
La prohibición, la persecución de consumidores y el tratamiento a la fuerza no son la solución. “Hay que reconocer que hay personas que desean consumir bazuco, hay personas que no quieren y no van a dejar de usarlo y no se les puede estar ofreciendo como única alternativa la abstinencia”.
Un ejemplo de la ineficacia de este tipo de política implementada en la lucha contra las drogas es la destrucción del “Cartucho” en Bogotá durante la administración de Peñalosa. El resultado, según Quintero, fue la consolidación de otras zonas de consumo en la ciudad, como en El Amparo, ubicado en la localidad de Kennedy; en El Rincón, en Suba; en San Bernardo, en el centro de Bogotá; o en Ciudad Bolívar. Estos lugares no están controlados y son focos de delincuencia.
Lo que se necesita, según el experto, es crear espacios de consumo seguro, regulado y supervisado en los que se preste todo tipo de servicios orientados a la reducción de riesgos y daños. En esos sitios se podría empezar a implementar estrategias que impulsen la funcionalidad de los consumidores; darles pequeñas oportunidades y responsabilidades para que se integren en la vida social y reciban remuneraciones económicas. Quintero propone, por ejemplo, tareas de limpieza de zonas comunes y de señalizaciones de tránsito; de esta manera, podrían acceder a dosis de sustancias psicoactivas sin tener que recurrir a la comisión de delitos menores.