Nueva York, 1964. Un joven de Pasto (Nariño) llegó a la Gran Manzana; había estado en Aruba, en Miami y luego en Nueva Orleans, la cuna del jazz. Inicialmente percusionista, con el tiempo se pasó al piano, pero el ritmo de los tambores nunca se alejó de él. Y es que no era un ritmo cualquiera, venía de África y llegó con los esclavos negros durante la época de la Colonia hasta que terminó por arraigarse en el Pacífico colombiano.
Ese joven pastuso conquistó Nueva York, en plena efervescencia del latin jazz y cuando la salsa se comenzaba a labrar un nombre en los clubes de la ciudad. Fue allí donde Edy Martínez le dio forma, ritmo y estructura al mismísimo latin jazz, desconcertando la mente y haciendo que se movieran los pies de neoyorkinos, puertorriqueños y cubanos con el mismo desenfreno con el que toca el piano.
Durante más de tres décadas, el maestro Edy Martínez vivió en Estados Unidos, llegando a tocar con los más grandes de la música latina de su tiempo. Su talento como músico le permitió labrarse una reputación como arreglista en varias de las producciones más importantes de latin jazz y de salsa de su tiempo. Debido a que durante los años 60 y 70 no se acostumbraba a dar créditos a todos los involucrados en una producción musical como se hace hoy, su estatus como arreglista quedó relegado al de una figura de culto de la que pocos sabían y a la que pocos tenían acceso.
Pero ni eso ni su carácter reservado impidieron que la energía y precisión de sus interpretaciones en el piano retumbaran en los locales de salsa y de jazz de Nueva York. Gracias al “boca en boca”, su nombre fue rescatado por los melómanos se encerraban en sus consabidos debates musicales.
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Andy Harlow, Ángel Canales, Celia Cruz, Edy Palmieri, Fania All Stars, Joe Quijano, Johnny Pacheco, Justo Betancourt, Larry Harlow, Louis Ramírez, Machito, Mongo Santamaría, Orquesta Broadway, Rafael Cortijo, Típica 73, Tito Puente, Tito Rodríguez, Willie Colón... ¿Se necesitan más nombres? Dioses y titanes de la salsa y de la música tropical cayeron bajo el embrujo de las manos del pastuso, que parecían bailar por el teclado, mientras que en las pistas volteretas, zapateos, meneos y gotas de sudor respondían a su música.
El jazz era su otro lenguaje, uno que descubrió junto a su hermano con un disco que su papá llevó a casa. El mundo se abrió y, tal vez, como una epifanía, vio un camino para comerse el mundo y fusionar los dos mundos en los que se movía libremente: la música latina y el jazz. Dos mundos que comparten una misma raíz, la música negra.
Billy Cobham, Bobby Watson, Dizzy Gillespie, Gato Barbieri, Paquito de Rivera y Ron Carter, son algunos de los nombres del jazz con los que Martínez grabó y trabajó y que se suman a su larga trayectoria, que ni siquiera el covid-19 pudo callar, porque hay música tan potente que ni un virus puede acabar.
La vida de Edy Martínez la puso en escrutinio Carlos Ospina en Viva Edy, un documental con el que le rinde el homenaje en vida a, tal vez, el pianista colombiano más influyente de los últimos 50 años. Uno que en Colombia es poco conocido, bien sea porque se fue muy joven o porque su nombre aparecía, más pequeño, en los créditos —cuando se los daban— de discos que lo más seguro es que más de un colombiano bailó y todavía hoy baila con desenfreno.
Ospina es un salsero empedernido, propietario de La Topa Tolondra, una de las discotecas emblemáticas de Cali (justamente el lugar donde entró en contacto con Edy Martínez por primera vez). Melómano incansable, cineasta empírico y amigo personal del maestro, culminó una grabación desafiante por las restricciones sanitarias de la pandemia de covid-19 (que por poco se cobra la vida del homenajeado).
Infobae Colombia habló con Ospina días antes del estreno del documental —el 28 de septiembre— para conocer cómo se gestó la película, las curiosidades del rodaje, su relación con el maestro y ese homenaje que le hace en vida.
Usted conoció al maestro Edy Martínez hace unos nueve años en La Topa Tolondra. Cuando él llegó allá, le dijo que le permitiera tomarse unas fotos y empezó una charla. ¿Cómo fue esa primera conversación que derivó en este viaje de más de nueve años?
Eso fue un jueves en la noche, por medio de Jacobo Vélez, el director y cantante de La Mambanegra. Estaba ahí presente, y de forma muy jocosa me dice “¿sabés quien es el viejito que está ahí abajo de la grada?”, Y le dije “no, no”. Me responde “ese es el gran Edy Martínez, el de Sofrito (tema de Mongo Santamaría) y el de (Ángel) Canales.
Yo cuando eso vivía cerca de La Topa Tolondra, en San Antonio, Me presenté y le dije “Maestro, permítame voy a la casa un momento por una cámara para tomar unas fotos”. Cuando llegué, él cortésmente me regaló un CD de un trabajo que había grabado que se llama Midnight Jazz Affair. Y empezamos a conversar, se creó una amistad bonita.
Entonces en noches de conversaciones y también investigando con melómanos, historiadores, descubrí que sabía si acaso el 5 o 10% no más de Edy. Lo básico, lo que la gente sabe, que estuvo con Mongo, con Barretto, con Gato Barbieri, pero descubrí un legado importantísimo y me sorprendió que la gente no lo sabe. Por ahí no conoce el artista, y cuando empecé a seguirlo vi que tenía un material ya superamplio. Ya en época de pandemia, entré al canal Telepacífico como coproductor, y viajamos hasta Estados Unidos a grabar con los grandes músicos que compartieron con Edy.
¿Esas primeras fotos están en el documental o qué pasó con ellas?
No, no aparecen en el documental. Pero si están las fotos que ya en medio de la amistad y la intimidad que Edy me comparte de su infancia, donde está con músicos como Barreto, Celia Cruz... Es que lo importante es que tocó con todos en Nueva York. Ese material es lo que le ha sobrevivido, porque se le ha perdido mucho, pero es mucho material fotográfico.
Dice que conocía el 5% de ese gran personaje ¿Cómo fue ese empezar a descubrir quién era Edy Martínez? ¿Cómo fue esa labor detectivesca de ir viendo en qué discos participó?
Es que gran parte del ejercicio de la búsqueda, es que antiguamente no se le daba crédito a los músicos y mucho menos a los arreglistas. Entonces cuando conozco a Edy, 15 días después organizamos en el bar un evento que hacíamos antes que se llama “Vinilos sessions”. Era una cuestión lúdica, que hacía énfasis en una orquesta o en un músico. Esa vez lo hicimos para Edy, y fue mucho melómano. La verdad es que Cali es el resguardo del conocimiento salsero.
Me sorprendió que mucho melómano se le acercaba con el póster, con el álbum para que firmara, y el maestro decía “pero si yo no estoy aquí”. Le volteaban la carátula y decían “maestro, usted está aquí”. Me sorprendió en especial con el álbum más famoso de Héctor Lavoe, que está en primer plano en la cara con la mano aquí y el anillo de Héctor (De tí depende, 1976), y ahí atrás aparece Edy Martínez. La música de Harlow... y pues los más conocidos. Él grabó 8 álbumes con Barretto, 8 con Mongo, y 8 con Gato Barbieri que era más de la línea del latin jazz. El solo hecho de trabajar tanto con Mongo dice mucho del maestro, porque Mongo no era netamente salsa, hacía fusiones con rhythm and blues, con soul, con blues. Y lo que la gente no sabe de Barretto es que más que salsero es jazzista y es por eso que compaginó tanto con él.
‘Viva Edy’ a la larga es la vida de un empírico en la música, un autodidacta, pero a su vez es un documental escrito y dirigido por una persona autodidacta en la realización audiovisual. ¿Qué representa para usted el hecho de ser autodidacta y qué representaba para Edy Martínez el hecho de ser autodidacta?
Comienzo por Edy. Me sentí identificado con él porque si bien música y cine son distintos, al final estamos hablando de creatividad. Sentí que entendía algo de eso, y cuando fui investigando entendí que él comienza muy jovencito con su hermano Juan, que fue un percusionista del carajo allá en Nueva York. De hecho cuando estábamos grabando en Nueva York me llamaba la atención que cuando terminabamos la entrevista todos nos decían “coño papi, mira que Edy tuvo un hermano que era tremendo percusionista”. Él murió en Nueva York, y era el único músico latino de la orquesta de Tito Rodríguez, entonces ya eso dice mucho de él.
A medida que ellos iban leyendo de niños, iban aprendiendo a transcribir partituras, e iban aprendiendo a transcribir a partir de lo que escuchaban. El papá de ellos era un músico muy conocido en Pasto, y su mamá lo empezó a meter en el mundo de la armonía, que es complejo. Él si me alcanzó a contar que tuvo una profesora rusa de piano, pero como que le pegaba con una regla a las manos cuando se equivocaba y él dijo “no, ya está aquí llegó” y empezó su carrera sola.
Y en cuanto a lo mío, pues yo no tengo escuela, no tengo academia, pero sí he visto todo el cine que te pueda imaginar.Yo veo cine desde que tengo noción, desde los tres años, y sigo yendo al cine, no en forma crítica como para ver en qué la embarra el director o el montaje. Entró como el mismo niño de cuatro o cinco años, porque me maravilla la cuestión bonita de entrar al cine, de la oscuridad del sonido.
Yo sigo disfrutando el cine como desde niño, y lo que he contado en estas entrevistas es que mucha gente sueña ser futbolista, médico, ejecutivo, no sé. El sueño para mí es de niño siempre fue hacer cine y yo soy afortunado y vivo agradecido con la vida de poder estar en los dos frentes, el de la música porque me encanta la salsa o todos los ritmos latinos, y estar en el cine. Entonces digamos que hay una cierta similitud, pero guardando la distancia porque el maestro ya está por encima del bien y el mal, y aquí estamos apenas organizando el camino.
El grueso de la carrera de Edy Martínez se desarrolló en el extranjero y es una historia que realmente no es muy conocida en Colombia. ¿A qué se debe eso realmente? ¿El hecho de no ser acreditado en los discos de verdad jugó un papel tan importante o hubo otros factores?
Ya sé hacia dónde vas. Mirá, antiguamente no se acostumbraba a dar crédito porque era la costumbre. Y me parece injusto porque el que siempre está en los medios, la cara bonita, es el cantante. Pero el arreglista y los compositores son los arquitectos realmente de la música, que a la hora de la verdad es la que vale ¿no?
Pero en definitiva, y esto quiero decirle a título personal, porque Edy fue muy respetuoso al hablar de eso. Yo considero que el círculo era muy cerrado. Eran los neoyorkinos, los cubanos, los boricuas, uno que otro dominicano, otro por ahí; pero en un círculo cerrado. Yo creo que hubo un poquito de racismo, por decirlo así, posiblemente.
Eso también me llamó la atención, porque yo desde niño he sido amante de la salsa, y cuando empecé a descubrir lo de Edy me preguntaba, ¿Cómo logra un pastuso desconocido meterse en ese gueto tan grande, en ese círculo complicado? De hecho él hizo arreglos para Fania, también. Hizo trabajos que han sido ganadores de Grammy, como The Other Road de Barretto, la Ópera Latina de Harlow... ¿Cómo se les coló? Y una vez, él evadiendo la pregunta que ustedes mismos me están haciendo me dijo “yo sí sentí cosas de las que tú me quieres preguntar, pero yo siempre lo que necesitaba era que me dejaran tocar. Cuando yo tocaba, ya se acababa el idioma, lo de ser colombiano, y era el idioma universal de la música, y eso los hermanaba de ipso facto”.
En una parte del documental se narra la historia en la que llegaba al estudio y los músicos susurraban entre ellos “colombiano”. Le ponen ese tema de Tito Rodríguez que la gente no entiende bien lo que pasa ahí. Pero el otro día, viéndolo con mi gran amigo Yuri Buenaventura me explica, “es que ahí tocan el piano y ahí hay una nota que va en un intermedio y no todos los pianistas la tocan, o la tocan pero la tocan mal”. Y eso fue a propósito, como para corcharlo, pero esa era la música con la que Edy se había criado. Él solo necesitó que lo escucharan.
Eso es con los extranjeros ¿Y con Colombia? Porque estamos hablando de un país que acogió la salsa como si fuera suya, de un país que dio a Grupo Niche, a Fruko, a Joe Arroyo. ¿Por qué ellos no lo tenían referenciado igual?
Edy nació en Pasto, pero tiene la disciplina de un músico neoyorkino. Se crió en ese entorno, y en el momento en que estaba en furor la salsa ellos eran como estrellas de rock. Era una cosa loca las historias que me cuentan. Él migra muy pelao para allá, y a los melómanos les llegaban pero buscaban los arreglos y no aparecía. Entonces Edy era un músico desconocido. Sale muy pequeño de acá y duró 52 años allá. Edy es muy reconocido en Nueva York, y también tuvo una época musical en Europa.
Luego ya con la tecnología se comenzó a saber que Edy Martinez fue el que estuvo en este álbum tan conocido de Ángel Canales. Mirá, en Cali se rumbea todos los días con Margie, de Ray Barretto. La gente no sabe que ahí hay un pianista colombiano, y que los arreglos fueron creados por Edy Martínez. Desgraciadamente nosotros, nuestra sociedad es como muy presta a condenar, pero se nos dificulta mucho el reconocer. Lo que yo quiero con este documental es reconocer, que la gente sepa quién es Edy Martínez.
¿También tendrá que ver con el carácter de Edy? Porque en el documental está como la sensación de que eres una persona muy tímida, solitaria. Incluso el rostro de él aparecer no en los primeros minutos, sino que aparece primero de espalda y se demora esa presentación del maestro. ¿Cómo fue tratar esa timidez de Edy? ¿También fue una causa de que no sea conocido para el gran público colombiano?
Edy es un músico que nunca nunca ha querido llamar la atención. Por comentarios que yo escuchaba detrás de cámaras, de los mismo músicos, decían que era una persona muy reservada. A veces un poco retraída, porque era como un cerebrito creando música. Pero él siempre estuvo como decimos en el argot popular, muy “cuzumbo solo”. Muy aparte, siempre estudiando, y es algo que a mí me sigue impresionando de Edy. En este momento puede estar escuchando música contemporánea, música clásica, lo nuevo que esté saliendo, sobre todo de jazz y aprendiendo. Él está en un constante aprendizaje.
Y en cuanto a cómo nos fue con la timidez, pues es que yo tengo también un perfil parecido (risas), me cuesta mucho estar en un sitio y ser el centro de atracción. Yo también como que estoy en la esquinita, me gusta mucho observar, y nos llevamos bien porque además él tiene una sabiduría impresionante. A veces yo me acomplejaba un poco, porque los temas de él, sobre todo musicales son superelevados. Entonces casi siempre hablábamos de la música criolla, pero él a veces se aburría un poco porque también ama el jazz, la música clásica, y es un campo en el cual yo no tengo tanto conocimiento, debo reconocerlo. Pero eso lo complementamos con las experiencias, con sus anécdotas de esa época, que era una época tremenda, y también hablar de cine, de literatura, de poesía, y de la vida misma, de la bohemia... eso nos vinculó bastante, y yo siento que él hacia mí tiene un trato diferente al que tiene con sus colegas, con los músicos, que es otro lenguaje y más de la calle y cosas así. Entre los dos siempre hay un respeto mutuo, y sobre todo como un cariño especial.
Hablando de bohemia, si algo tenía Nueva York en los 60 y en los 70 era vida nocturna. Y ahí estuvo Edy. ¿Cómo lidió él con ese entorno?
¡Ufff!. Hermano, es que es un entorno tan pesado, porque los salseros en los 70 eran literalmente estrellas de rock. El boom salsero de fines de los 60 y en los 70, a diferencia de lo que está pasando, y yo hablo de forma muy respetuosa, yo considero que fue el verdadero boom latino en la Gran Manzana. Y además al salir Fania explota esa música y llega a todo el mundo. Siempre va a ser difícil llegar a ese público, pero hoy hay más facilidad en la tecnología. Me sorprende la facilidad con que se hace música hoy, la facilidad con que alguien se vuelve famoso hoy en día.
Hace 50 años la cosa era demasiado compleja. Y si vos llegabas allá, y pegabas, y como que aparte de eso no es solamente pegar, sino que era requerido por muchos músicos. Y necesitaban ese campo complejo porque la salsa no es un ritmo fácil de tocar, era por algo. Él me cuenta historias de las que se pueden contar, y otras que no se pueden contar, pero fue un mundo complejo donde muchos se quedaron ahí. Héctor Lavoe por nombrar a uno. La noche siempre es compleja, hay que darle manejo, pero bueno, ahí está vivo Edy, y ese es el mejor testimonio de que sobrevivió esa rumba.
Hablando de todo melómano y todo amante de cualquiera de las artes, que se imagina estos lugares donde se creó el latin jazz y la salsa que ya no existen, ¿cómo fue ese ir pescando los pasos de Edy en Nueva York, buscando esos antiguos salones y bares de salsa y latin jazz? ¿cómo fue ese shock?
Para mi fue muy triste. Y de hecho, ahora que hablas de eso, al que le tocaba ir mostrando los sitios era Edy. Pero tres días se enferma, no pudo viajar con nosotros y ahí nos tocó realmente improvisar. Orlando Godoy hace parte del documental, y es el señor al que yo sigo en el documental y va mostrando los sitios.
No fue sorpresivo, porque yo sí sé que en Nueva York el tema de la salsa hace rato pasó. Pero ir a ver, por ejemplo, el Copacabana de lejos y que ahora hay una panadería, después de la historia que tuvo el Copacabana. ¡Iban estrellas de Hollywood en el momento! Marlon Brando no sé si ustedes sabían pero era conguero y era asiduo de allá. Por nombrar otro, el Corso aunque es más de los 80, allá tocaban todas las grandes bandas, y verlo ahora convertido en un billar... o el Birdland, que tiene una sala en honor a Charlie Parker. Ese ahora está en otro lado.
Es triste, pero yo tengo que entender que la salsa no es lo mismo que hace 50 años. Pero de todas maneras ahí está la historia. Y es la historia de una música indestructible, que a pesar de todo lo que ha pasado, los ritmos de moda o impuestos, ahí está todavía. A titulo personal, para nosotros los caleños, por ejemplo, la salsa más que un género es una forma de vida. Y ahí estamos, somos como la única fortaleza en el mundo, porque he tenido la oportunidad de Puerto Rico, Nueva York, casi toda Centroamérica, y la salsa lo mismo que hace 50 años. Pero bueno, ahí estamos todavía en la pelea.
En ‘Viva Edy’ hay algo que lo atraviesa de principio a fin, y son esas escenas que recrean un sueño que Edy cuenta que ve un paisaje rojo anaranjado y que llega un momento donde le dicen “esta es la música de mi planeta”, y que finalmente en 2014 crea con estos músicos el que fue su doctorado en la Universidad de Nariño. ¿Cómo fue el proceso de recrear esas escenas, partiendo de lo que cuenta Edy del sueño, y ubicarlos a lo largo del documental?
En mi corta carrera, y digo corta porque debería ser larga, me ha tocado sobrevivir, trabajar en muchas cosas, lucharla. Ahora La Topa Tolondra me ha dado muchas oportunidades en lo económico, porque hacer cine no es fácil.
Yo tengo tres cortometrajes, uno que acabo de rodar ahora en Cali con actores de Bogotá, y el documental se atravesó porque cuando yo empiezo a recuperar el material, ya sabía que tenía un documental. Pero yo soy más de ficción, y yo tenía claro que no quería que fuese el típico documental, solo hablar y hablar. Estaba buscando algo onírico, de fantasía, algo mágico, y Edy lo brinda en lo que él narra. De esos sueños así, Edy ha tenido muchos donde se ha soñado partituras, que a la postre se le dan, y es lo que los gitanos llaman “tener duende”. Me han pasado unas cosas impresionantes hermano, no solo en este documental, sino de mis otros trabajos, y en la vida misma. Yo sé qué es eso.
Él me cuenta esa historia y yo empiezo a buscar como un sitio desértico. Imagínate, y eso (Cali) lleno de montañas. Me acuerdo que fuimos a ver un parqueadero de buses de la Papagayo y toda esa vaina, y al fondo había una llanta y dije “eso no es lo que yo quiero”.
Llega Telepacífico, vamos a Nueva York y teníamos una entrevista pendiente en Los Ángeles con Óscar Hernández, que es el director de la Spanish Harlem Orchestra. Y teníamos otra en Las Vegas con el Dandy Rodríguez, que también aparece, e íbamos a ir a California a entrevistar a Orestes Vilato, el timbalero de La Fania, pero por cuestiones de Covid el hombre nos canceló.
Cuando veo el panorama yo le dije al productor Andrés Loaiza “hermano, consigamonos un desierto o algo parecido”. Se contactó con un pelao duro, un productor de esos que le consiguen a usted de todo. A veces mis amigos me dicen “m*** ¿vos cómo hiciste para poner un piano en pleno desierto?”, Eso queda a dos horas de Los Angeles, se llama Mirage Lake, creo que ahí han hecho cosas de Star Wars. Y mirá que es muy casual porque porque el día que fuimos, un domingo, y está ese plan de los gringos de ir a montar esa cuatrimoto y esos carros estilo Mad Max, andando “a lo que marca”. La gente empieza a ver y no lo entiende, pero cuando él habla de Marte y el sueño, la gente entiende que esas escenas son como un hilo narrativo.
De Edy se dice que es maestro, un pianista muy limpio, pero para Carlos, más allá del amigo íntimo, ¿quién es Edy Martinez?
A mí sí que me han hecho esta pregunta. Definir una persona en una sola frase es complejo. Yo trato de no cometer el error que comete mucha gente que se apasiona con los personajes, que se enamora de los personajes, porque eso es un poquito traicionero. Yo trato de tomar distancia para contarte la historia desde la barrera, y no contar cosas personales que yo creía que eran necesarias y valiosas. Ahí se toca mucho la parte musical, pero también esa cuestión interna, la soledad…
Yo lo describiría como genio y figura. Y de hecho allá en lo que grabamos en Cuba con él por teléfono “Maestro, ¿cómo le ponemos a este álbum? Para mí era claro que tenía que la palabra “Legado” tenía que ir, porque yo considero que este es el álbum es una en una obra póstuma que el maestro deja para el mundo, para su país. Quedamos en que sería Travesía y Legado. Es un nombre bonito, porque le ha dado la vuelta al mundo tocando su música, pero en una forma involuntaria también hay que decirlo representando a su país.
Habló con todo el mundo prácticamente para hacer el retrato pero ¿quién fue el más difícil de contactar? ¿a quién te hubiese gustado tener en ‘Viva Edy’ que ya no esté o que simplemente fue imposible acceder a él?
Al que le monté cacería y ya lo estaba asediando mucho, le mandé una carta hasta de amor, o sea, lo que representa para mí el barrio, su música... Rubén Blades. De hecho la gente no sabe, pero hay un álbum de Barretto donde le da la oportunidad a Blades, y en los coros está Blades con Tito Gómez, el que cantaba en la Ponceña y luego en Grupo Niche. En ese álbum hay un bolero en el que Edy hace los arreglos, y yo creo que fue la primera vez que Rubén Blades cantó un bolero así para Fania. Entonces ahí había un nexo, una línea.
Observe el trailer de Viva Edy a continuación.