A lo largo de 70 años, el renombrado artista oriundo de Medellín, Fernando Botero, ha dejado su huella en más de 4.000 obras. Su carrera artística comenzó en la adolescencia como dibujante, pero fue a finales de la década de 1950 cuando consolidó su estilo distintivo caracterizado por el énfasis en el volumen, la ampliación de las formas humanas y la inspiración en la cultura popular.
Botero incursionó en diversas técnicas artísticas a lo largo de su carrera, desde el óleo sobre tela, escultura en bronce, pastel sobre papel, lápiz, carboncillo, tinta, hasta acuarela. Esta constante exploración de medios artísticos, combinada con su profundo interés por la vida cotidiana en Colombia, lo llevó a ser considerado el artista colombiano más influyente del siglo XX.
Tras su fallecimiento, el Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes reunió a seis curadores, críticos e investigadores de arte que armaron las ‘Cinco obras que todo colombiano debería conocer del maestro Fernando Botero’.
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Mandolina sobre una silla
En esta obra, el maestro antioqueño habría concebido inicialmente un bodegón con naturaleza muerta, pero terminó creando un instrumento musical con sus características proporciones. Esta obra es de 1957.
Botero dio indicios claros de su estilo marcado por el volumen y la amplitud, de acuerdo con la jefe de la Sección Técnica y Curatorial de la Unidad de Artes y Otras Colecciones del Banco de la República, Laura Zarta:
“Cuando tomó la decisión de reducir el tamaño del hueco central del instrumento hizo que la mandolina asumiera proporciones descomunales, transformando la composición de la pintura, la estructura de la imagen y generando juegos con los volúmenes, lo cual derivó con el tiempo en el estilo tan distintivo que conocemos de su pintura”.
Los obispos muertos
En 1958, Botero pintó a un grupo de obispos en el suelo, un hecho inaudito para la población tradicional antioqueña del momento. Aunque Botero no era nadaísta, su obra refleja la rebelión y las críticas de los antioqueños hacia el clero, un tema central en los primeros manifiestos nadaístas. Creó una ilustración para Gonzalo Arango que representa obispos muertos, una pirámide de cadáveres elegantemente vestidos, que parecen estar dormidos; varias versiones de esta obra se exhiben, incluyendo una en el Museo Nacional. Según Álvaro Medina, historiador y crítico de arte:
“Botero no era un nadaísta en el sentido estricto, pero su conexión radicaba en la rebelión y en una serie de críticas hacia el clero, particularmente por parte de los antioqueños. En sus primeros manifiestos nadaístas, la cuestión religiosa tenía una gran relevancia”.
Apoteosis de Ramón Hoyos
La pintura fue elaborada en 1959 en honor al ciclista que logró cinco victorias en la Vuelta a Colombia, originalmente sustraída del Museo Nacional por lo que exigieron un rescate de alrededor de 3.000 dólares para su recuperación, ahora se encuentra en exhibición en Copenhague, Dinamarca. Esta obra representa un componente esencial y un punto de referencia significativo en la historia del arte colombiano.
De acuerdo con el curador e investigador Christian Padilla, el artista antioqueño logró un hito con esta pintura: “Botero ya había obtenido el primer premio en 1958, con 26 años, muy joven, y nuevamente se presenta a pesar de que, por políticas del premio, no podía obtener por segunda vez consecutiva el primer lugar. Pero, la presencia del Apoteosis de Ramón Hoyos fue tan contundente que tuvieron que generar la figura de fuera de concurso porque era evidente que era una pintura que sobresalía ante todas las obras presentadas en ese salón”.
Mona Lisa a los 12 años
Al igual que la Apoteosis de Ramón, la Mona Lisa a los 12 años fue pintada en 1959. En la pintura el maestro antioqueño homenajea en un un inmenso lienzo de casi dos metros de largo y ancho la icónica obra de Leonardo da Vinci.
Esta pintura tiene una historia particular, según señala el director de adquisiciones y proyectos de la galería Duque Arango de Medellín, Miguel Duque. El maestro Botero no pasaba un buen momento en los Estados Unidos intentando sobrevivir como artista en la Gran Manzana:
“Llega a su estudio una curadora del Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMa) y una de la obras que él tenía exhibida es este lienzo. Inmediatamente, queda perpleja, asombrada, y decide adquirirla para la colección permanente del museo. Después de eso, todo es historia”.
La familia presidencial
En esta pintura de 1967 aparece un jefe de Estado junto a su familia, atrás un sacerdote junto a un policía y más atrás el artista pintando. En esta escena, Botero podría realizar una crítica contra la unión de iglesia, milicia y Estado, la manera en la que opera el poder en Colombia o simplemente un retrato a la reflexión, de acuerdo con el curador de arte del Museo Nacional Jaime Cerón:
“Parece una especie de ruptura en esa estructura de observación. Los personajes retratados parecen haber sido aislados por un espejo doble, que nos permite verlos a ellos, pero ellos no pueden vernos a nosotros. De esta manera, el espectador se siente incapaz de ser observado por estos personajes, lo que nos lleva a reflexionar y a intentar comprender por qué están tan absortos en sí mismos”.