La invención de un lenguaje propio: el legado de Fernando Botero

Creó una pintura reconocible y encontró un estilo propio, algo con lo que sueñan todos los artistas, un día que pintando una mandolina le hizo el agujero más pequeño de lo normal. Ese es su legado

El maestro Botero retratado por Hernán Díaz en los años sesenta cuando ya había creado su lenguaje propio, ese que se convirtió en su legado - crédito @mambogota/Instagram

Rilke decía, o dicen que dijo, “La fama es la suma de los malentendidos que se reúnen alrededor de un hombre”. Fernando Botero fue malentendido por mucho tiempo, sobre todo al comienzo de su carrera de casi siete décadas. Sus exploraciones juveniles, en las que coqueteaba con distintos estilos, como las figuras hieráticas inspiradas en Uccello, las obras que hizo en Tolú, evocando al Gauguin de Martinica o Tahití, el cubismo de Picasso y Braque, sus exploraciones expresionistas, si se quiere, de los cincuenta, hasta encontrar el volumen e inventarse un lenguaje, su lenguaje, le valieron malentendidos. Colombia no estaba, parecía, preparada para una obra tan contundente.

Esto último, la invención de un lenguaje es, para Beatriz González, la pintora viva más importante de Colombia; Eduardo Serrano, uno de los críticos y curadores más influyentes de los sesenta, setenta y ochenta, y Eugenio Viola, curador del MAMBO, el principal legado del maestro Fernando Botero. Infobae Colombia habló con cada uno de ellos, con el ministro de Cultura, Juan David Correa, y con David Manzur, el último gran maestro de la pintura colombiana, para celebrar al maestro Botero, recordar y ponderar sus aportes a la plástica colombiana.

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La invención de un lenguaje

El maestro Botero retratado por Hernán Díaz en los años sesenta cuando ya había creado su lenguaje propio, ese que se convirtió en su legado - crédito @mambogota/Instagram

Cuenta la leyenda, que el maestro Botero inventó su lenguaje —o terminó de inventarlo, porque el volumen ya se dejaba ver en sus obras de la primera mitad de los cincuenta— cuando, pintando una mandolina hizo el agujero del instrumento muy pequeño. El volumen explotó y fue rotundo. A partir de ahí, la exploración del maestro siguió ligada al volumen y mantuvo una pincelada expresionista que se fue suavizando y hasta desaparecer inspirada en los maestros italianos del Renancimiento como Guitto o Piero de la Francesca.

El éxito no fue inmediato, fue incomprendido, el lenguaje que se inventó el maestro Botero era algo muy nuevo, muy extraño para el público de los cincuenta y por más que en el escenario del arte colombiano había figuras titánicas como Alejandro Obregón, Enrique Grau, Guillermo Wiedemann o Eduardo Ramírez Villamizar, la obra de Botero fue como un meteorito.

La maestra Beatriz González cuenta cómo fue ver ese nuevo lenguaje:

“Cuando él inventa su lenguaje... ahí es el momento en el 59, cuando él ya ha regresado de México ya ha inventado esa manera de dibujar y de pintar que era muy incomprendida, entonces uno sí siente que algo nuevo está sucediendo y que es una imagen de ninguna de las personas que estaban en ese momento, como Obregón, como Ramírez, como Grau, esas expresiones manejaban que un lenguaje que empalmaban en el desarrollo del arte moderno universal, en cambio lo de Botero no se podía encasillar en ninguna parte, era una sorpresa encontrar que alguien había inventado un lenguaje, porque así Obregón fuera extraordinario, sin embargo, se podía colocar dentro de la invención del lenguaje universal de artistas, en cambio esto era tan extraño, tan absolutamente nuevo, que realmente me parece a mí que eso era lo que más le sorprendía a uno”
El maestro Botero retratado por Hernán Díaz en los años sesenta cuando ya había creado su lenguaje propio, ese que se convirtió en su legado - crédito @mambogota/Instagram

El curador del Museo de Arte Moderno de Bogotá, Eugenio Viola, es taxativo en su valoración sobre el legado de Botero: “La invención de un lenguaje plástico propio”, también dijo que otro de sus legados “es la interpretación moderna y optimista de la contemporaneidad de la historia del arte”, sobre esto último profundizó:

“Es porque estas formas, él siempre habló de volumen, aparentemente son optimistas, pero a una mirada superficial, la que yo llamo una visión cosmética del apreciación de la obra de arte, porque tal vez él no ponía una ironía sutil, sino una áspera crítica social. Por lo que el optimismo es simplemente en una mirada de superficie, no siempre es así. Su legado es su lenguaje plástico propio, que es inmediatamente reconocible y sobre todo popular porque es capaz de interceptar públicos diferentes alrededor del mundo”
Obra temprana del maestro Botero en el Museo Nacional de Colombia - crédito @museonacionalco/X

Para Eduardo Serrano, el legado del maestro Botero comienza con la obra que le dejó al país, pero también radica en su seguridad, en su persistencia y tenacidad, la misma que le valió la incomprensión de algunos críticos que le reprochaban no seguir los lenguajes plásticos propios de la modernidad:

“A la plástica nacional comenzando por la obra que deja, que es un patrimonio invaluable para el país y para la cultura del país; también deja su seguridad en sí mismo, Botero fue un hombre sumamente seguro de todo lo que hacía, él no dudaba ante su obra; la persistencia también de Botero, porque Botero desde que encontró su lenguaje de forma rotunda y voluminosas no cambió, su estilo siguió siendo el mismo hasta el final y eso molestó algunos críticos, que Botero no evolucionará hacia la los parámetros de la modernidad. Pero Botero ignoró esas críticas totalmente”
El maestro Botero retratado por Hernán Díaz en los años sesenta cuando ya había creado su lenguaje propio, ese que se convirtió en su legado - crédito @mambogota/Instagram

Serrano también advierte que esa evolución que se da en Botero, pasando de ser el Botero de figuras monstruosas, como diría Marta Traba —gran admiradora y defensora de la obra del maestro—, a figuras más suaves y volumétricas, fue una decisión personal influida por la admiración de Botero por la pintura del Quattrocento italiano, en especial de Masaccio y Piero de la Francesca y que era una mezcla del Renacimiento y el siglo XX: “Siempre he dicho que la obra de Botero es una mezcla de renacimiento y siglo XX, porque en el siglo XX se le facilita Botero romper con todos los parámetros establecidos de la pintura. El siglo XX fue el siglo de la libertad para el artista, le abrió la libertad del artista y Botero pudo de esa manera seguir el propio derrotero que él se había planteado”.

“Pienso que eso fue una preferencia personal del artista. A él lo entusiasmaron Masaccio y Piero de la Francesca porque eran los artistas que tenían en sus pinturas tenían una solidez, una volumen contundente y él de ahí sigue trabajando con esa idea del volumen, pero su decisión al volumen viene más tarde, viene en 1957 cuando pinta la famosa mandolina con un hueco chiquito que agranda, en contraste, el cuerpo del instrumento musical”
En 1956, Fernando Botero descubrió su estilo dibujando una mandolina - crédito archivo particular

La maestra González insiste en que lo más importante del trabajo de Botero es la invención del lenguaje, un lenguaje colombiano:

“Yo creo que una de las cosas más interesantes de Botero es que inventó un lenguaje colombiano y eso repercute internacionalmente. Eso me parece a mí muy interesante porque, pues él había logrado, había inventado ese lenguaje. El invento es lo que me interesa a mí, que logré inventar un lenguaje artístico para que, en cierta forma no solamente lo reconozcan a él, sino que reconozcan al país. Colombia queda muy bien, me parece, a través de un lenguaje como el de Botero, el que inventó”

Ese lenguaje que inventó y esas primeras obras son las que más le interesan a Serrano: “Me quedo con el Botero de sus inicios, pero me refiero a los inicios con su nuevo lenguaje, el Botero de la Mona Lisa, de los Niños de Vallecas, el Botero que era un poco más expresionista que se le veía la pincelada o la raya del carboncillo. El Botero que nos dejaba ver cómo estaba hecha la obra. Esa es la parte que más me interesa a mí de Botero”.

El recuerdo de Botero que conserva David Manzur

Manzur recuerda a su viejo amigo y el tiempo que vivieron en Nueva York en los sesenta - crédito Cortesía/David Manzur

David Manzur tiene 94 años y sigue pintando como si tuviera 20. A su edad le ha tocado despedir a sus grandes amigos y colegas, desde Obregón, Grau, Villamizar, Carlos Rojas y ahora al maestro Botero. Manzur habló con Infobae Colombia y revivió esos primeros años de los sesenta en los que coincidieron en Nueva York, en donde el expresionismo abstracto vivía su ocaso y nacía el arte pop.

“Fíjate tú que hacía tiempo mucho tiempo no lo veía, pero recuerdo el año 61 a 64 cuando tuvimos un acercamiento muy constante; Fernando vivía en Nueva York en la calle MacDougal y saliamos por las tardes con Meneghetti, un crítico uruguayo y hablábamos de las posturas, acuérdate que Nueva York en este momento estaba terminando ese gran movimiento que se llamaba abstracto-expresionista y comenzaba una nueva figuración, que más tarde se llamó pop, A nosotros nos tocó esa transición. A mí me maravillaba, por ejemplo encontrar artistas como De Kooning, pero Fernando era constante y solamente tenía la idea de una expresión que consistía transformar la proporcionalidad del cuerpo y convertirlo en medidas relativamente heroicas”

Sobre la obra de Botero, el maestro Manzur dijo que más que gordura y volumen era la “expresión sobre la proporción”:

“La gente habla de gordura, pero a él no le gustaba esa palabra la palabra clara era: expresión sobre la proporción y la hacía muy muy bien y fue muy fiel en toda su vida a ese respecto. Tan es así que cuando hacía naturalezas muertas, las manzanas eran enormes, las uvas eran enormes y este sentido lo tradujo después a la escultura creando un sentido de la tridimensionalidad casi sensitiva de sus manos al rodear el contorno de del material y sentirlo, en otras palabras se identificaba enormemente con el agrandamiento de las cosas. A mí me parece admirable y los recuerdo diría yo casi que con envidia puede ser enorme cantidad de obra que hizo en todos los aspectos técnicos, como fue acuarela, guaches, óleo, témperas... todo lo manejó bien, hasta la crítico de manera que Fernando fue un gran artista y así lo recuerdo”

El diálogo con la historia del arte y el mundo contemporáneo

El ministro de Cultura, Juan David Correa, reconoció que los aportes del maestro Botero a la plástica colombiana son muchos, entre esos el entender que su “obra era una búsqueda, que se inició cuando tenía 18 años como dibujante, caricaturista del periódico El Colombiano, en su primera exposición; una búsqueda de un lugar, de un estilo, de una forma de ver la realidad y de encontrar una mirada, creo que este es un legado muy importante para todos los artistas de este país”.

Otro de sus aportes, dice el ministro Correa, fue entablar un diálogo con la historia del arte y ponerla a jugar a su favor, para contar el mundo contemporáneo y para formarse como artista y pintor: “Como todo buen artista, creo que el maestro Botero comprendió que dialogar con la tradición y dialogar con sus contemporáneos, a través de la mirada y de lo que habían hecho artistas tan importantes como Picasso, Velázquez o Goya era fundamental para poderse construir como artista”.