En más de una oportunidad, los visitantes en la capital se han preguntado si los bogotanos tienen una manera particular de vestirse, de acuerdo con el clima que predomine en la ciudad, el ánimo o incluso el genio con el que se despierten sus habitantes. Lo cierto, es que el closet de millones de personas ha cambiado con el paso del tiempo, pasando de elegantes vestimentas a looks más casuales.
Para algunos puede llegar a ser aburrido, ya que en la mayoría de almacenes de ropa los colores que predominan en sus escaparates son el negro, el blanco o el gris. Ocasionalmente, de acuerdo a lo que mande en la tendencia en ciudades íconos de la moda como París o Nueva York, así mismo evoluciona el diseño en los creadores de las prendas.
De acuerdo con la publicación Un paseo historiográfico por la moda, de la historiadora de moda Ima Poveda Núñez, académica de la Pontificia Universidad Javeriana, códigos sociales de vestir están ligados al contexto social y cultural de los individuos en el que indicó que “el vestir en la vida cotidiana siempre está situado en el espacio y en el tiempo”.
En Infobae Colombia conversamos con Poveda y aclaró por qué la moda en Bogotá y en el mundo se consideró como un elemento que implicó ese control social. En su respuesta, la académica indicó que aunque la moda es una expresión de la subjetividad de yo, esta se constituye y rodea, por discursos y prácticas que se conoce como “el sistema de la moda”.
El sistema de la moda, en donde se reglamenta, por decirlo de alguna manera, las siluetas y su composición estética. Debemos tener en cuenta que la indumentaria y la moda existen por y para lxs cuerpxs. Sin esto, no tendría sentido; son inseparables. Tampoco hay una moda: existen las modas, como lo viste en las respuestas anteriores. En este encuentro de propuestas y tendencias, unas prevalecen sobre otras, y más si estas vienen de sectores con poder. Es así como se han creado cadenas limitantes sobre las siluetas “ideales”, más bien idealizadas, de lo que debería ser unx cuerpx vestidx (sic).
Sin embargo, detrás de esta creencia popular existe una historia que podría llegar a considerarse sorprendente, teniendo en cuenta el proceso de adaptación que han tenido sus habitantes, de acuerdo con el entorno que les rodea y lo que llega desde el exterior. Bien lo dijo la diseñadora Carolina Herrera sobre consejos de moda:
“El dinero no compra la elegancia. Puedes usar un vestido económico, agregar una linda mascada, zapatos grises y una linda bolsa, y eso siempre será elegante”, y esto al parecer ha sido replicado por los bogotanos a la hora de vestir.
De acuerdo con una publicación hecha en revista Cromos, que hizo un repaso por cada una de las décadas desde que se tuvo contenido sobre las tendencias en moda, hacia 1910 los residentes en la capital del país tenían como referentes las pasarelas de París. Para ese momento, los detalles en los bordados de los vestidos de las mujeres, las delicadas telas y la elegancia de los caballeros, era fundamental a la hora de presentar un outfit.
Esta tendencia estuvo fuertemente referenciada en los años de gloria del ballet ruso, por lo que era común ver a las mujeres con largas faldas, con poco vuelo y sobrefaldas ampliando la silueta visual llamada “mujer espárrago”. Además, los plisados en el cuello de sus blusas blancas en finos algodones, corsés rectos y un traje llamado trotteur, formado por falda y chaqueta.
Por su parte, los hombres conservaban el estilismo conservador con un traje completo al estilo inglés, propiamente londinense, conformado por un pantalón de paño inglés, camisa con cuello pajarito, chaleco y saco. El llamado “estilo cachaco”, que marcó décadas para los residentes de la capital colombiana.
1920
Para los años 20 se produjo lentamente la llegada de la sastrería, inspirada en la idea que surgió en las calles inglesas para confeccionar trajes elegantes para los hombres de la ciudad y, vestidos cargados de brillo y delicadeza para las mujeres. La silueta femenina todavía no se apreciaba completamente, por lo que los atuendos dejaban ver las caderas caídas y cortes planos.
También fueron los primeros pasos para las tiendas por departamentos, popularizadas gracias a los periódicos de la época y que propiciaron el surgimiento de Sears, en el sector de Galerías u otras como La Oriental. Desde ese entonces, los bogotanos escogieron el clásico negro, como excusa a las bajas temperaturas, dress code que quedó grabado en la memoria de propios y extraños hasta la actualidad.
1930
Para 1930, la ciudad respiraba ciertos aires de modernidad y las actividades culturales propias de la época, como asistir a las obras de teatro, dar un paseo por las cortas línea del tranvía y poder presenciar la iluminación eléctrica en las noches, se vio reflejado en la moda. Uno de los íconos del momento, Lorencita Villegas de Santos, esposa del expresidente de la época, una mujer que paralizaba todo a su ingreso en una sala en la que la esperaban decenas de invitados.
Los abrigos de piel y los vestidos con brillantes en las diferentes prendas de confección, marcaron una década en la que la elegancia y el glamour caminaban de la mano por las calles de Bogotá.
1940 a 1950
Para 1940 la elegancia di paso a la mujer fatal o femme fatale, un estilo francés en el que la silueta femenina por fin tuvo protagonismo destacando sus curvas. En Bogotá la encargada de dar paso a esta nueva tendencia fue la diseñadora Margarita Wolf, rediseñando el look Christian Dior de 1947. Sin embargo, con motivo del Bogotazo, la ciudad vivió un retroceso en la moda y lo que un día fue elegancia se convirtió en una apariencia con un tinte desaliñado, simplista y precario.
La falda ancha en corte A tuvo su apogeo, por lo que las mujeres prefirieron regresar a un toque más recatado, pero el paisaje bogotano comenzó a tener sus primeros cambios con el crecimiento demográfico, las migraciones internas y el auge de los edificios, dejando atrás la estética de una ciudad de estilo londinense y abriéndole paso a la modernidad y el futuro.
Los cambios en la temperatura del planeta permitieron que los grandes abrigos con el tiempo quedaran relegados a los eventos nocturnos.
1960 a 1970: la influencia “hippie”
Entre 1960 y 1970 la moda tuvo un cambio exponencial, pues los protagonistas fueron los jóvenes con el auge de los diferentes movimientos que surgieron a mediados de la década del 60. La cultura hippie se tomó las calles y cafés de la ciudad, además, el movimiento femenino comenzó a tener mayor fuerza y el girl power alentó a las mujeres a formarse como seres independientes y decidir sobre sus propios cuerpos.
Los atuendos bohemios, con blusas vaporosas y holgadas, el jean que se tomó los escaparates de los almacenes de ropa, ganando mayor protagonismo amparados en las prendas psicodélicas, pero con un toque adicional con la silueta carrot o conocida actualmente como bota de elefante. En zapatos, los zuecos tuvieron gran protagonismo, así como las plataformas.
Para la década del 70 la ropa no tuvo mayor variación, pero los peinados se adecuaron de acuerdo a lo que llegaba en imágenes de los Estados Unidos, afros con grandes volúmenes, en mujeres y hombres. También destacaron los cabellos lacios, con ondas, y en los hombres la barba y las patillas marcaron tendencia.
Los colores también tuvieron protagonismo para esta época, pues el maquillaje de las mujeres dejó ver azules y fucsias en todo su esplendor en el delineado de los ojos, además, del brillo en las mejillas y el exceso de rubor. Pero una pieza cambió, los jeans pasaron a ser más ajustados en los muslos dando cabida al famoso bota campana.
En este punto, Ima Poveda habló de una “rebelión del buen vestir”, que en Bogotá fue mucho más fuerte y frentera, gracias al enfrentamiento generacional que había comenzado décadas atrás. Esto trajo consigo que hombres y mujeres se liberaran del peso “de la buena apariencia”.
Todas esas nuevas tendencias, como se mencionó, llegaron por medio del cine y sus figuras, y después, con las estrellas del rock n´roll que, poco a poco, respondieron a una rebeldía frente a sus mayores, y que en Bogotá también se conformaron las primeras bandas de rock. Todo esto llegaba por medio de las revistas y los carteles de promoción de películas. Lo que hacían los jóvenes, que podían tener cierto poder adquisitivo, y que eran parte de familias más o menos liberales, era ir a la modista de la familia y pedir que reprodujera los prototipos del vestuario que allí se mostraban.
1980 a 1990: el “boom” estadounidense
Para los años 1980 y 1990, con la influencia norteamericana como las bandas de rock y los seriados al estilo Dinastía, los elementos que dieran volumen al cuerpo se robaron el protagonismo, como las hombreras, los largos collares, peinados con laca que daban realce al cabello también tuvieron un importante espacio en la moda bogotana. Las texturas satinadas y con visos metalizados, pantalones pitillo, chaquetas de denim y sombreros, fueron algunos de los accesorios que marcaron tendencia en el estilo juvenil de la capital.
Los 2000: de lo moderno al reciclaje
Los 2000 fueron los años de la rebeldía, los pantalones descaderados y bota campana en las mujeres fueron la tendencia por más de una década. Camisetas básicas, pantalones de cuero, materiales desgastados y otros detalles no escaparon de la globalización. La moda desde ese entonces se permitió en ambos géneros con la llegada de las prendas unisex, por lo que se hizo menos evidente la exclusividad de prendas femeninas y masculinas.