Hace 30 años, en 1993, se estrenó Señora Isabel, una de las grandes telenovelas colombianas de los años noventa. La historia de una mujer que, a los 50 años, termina su matrimonio y se enamora de un joven.
Hace 30 años esto era un escándalo, que una mujer, de esa edad, se permitiera rehacer su vida y reconocer y vivir su erotismo y su sexualidad no estaba bien visto. Tal vez por eso, además del inmenso talento de Bernardo Romero Pereiro, uno de los grandes libretistas que ha tenido la televisión colombiana, la historia de la Señora Isabel rompió esquemas y fue una de las primeras telenovelas que se vendieron en el extranjero y que abonó el terreno para una década en la que los melodramas colombianos vivieron su última edad de oro.
30 años después, en 2023, Jimena Romero, hija de Bernardo Romero Pereiro, volvió a trabajar para la televisión colombiana con una nueva versión de la historia de la Señora Isabel, que se llamó Ana de Nadie y que protagonizaron Paola Turbay, Jorge Enrique Abello, Sebastián Carvajal y Judy Henríquez —que en la versión de 1993 fue Isabel y regresa a esta historia como Dolores, la madre de la protagonista—.
Desde 2005, Jimena Romero abandonó la televisión colombiana. Ese año murió su padre y terminaron la última telenovela que escribieron juntos: Lorena. Padre e hija trabajaron por ocho años, desde 1997, cuando escribieron la primera adaptación de Señora Isabel para la televisión mexicana. Después de eso, Jimena Romero, que vive en Estados Unidos desde hace más de 20 años, fijo su carrera en Norte América, trabajando para México y Telemundo. En ese lapso reescribió varias veces la historia de Señora Isabel, de la que su familia tiene los derechos.
Con el trigésimo aniversario del estreno de Señora Isabel en el horizonte, Jimena Romero, Adriana Romero (su hermana) y Judy Henríquez (su madre) encontraron ese proyecto en el que querían trabajar las tres, por lo que negociaron con RCN Televisión hacer una nueva versión, una que rindiera homenaje al trabajo de su padre, Bernardo Romero Pereiro, pero que le permitiera, a Jimena Romero, adaptar una historia que conoce muy bien a un presente en el que una mujer de 50 años, luego de terminar su matrimonio por una infidelidad, intenta rehacer su vida y reencontrarse sin miramientos ni aspavientos, al contrario que hace 30 años, con su erotismo y sexualidad.
Ana de Nadie finalizó el 25 de julio, cerrando un ciclo, como dice Jimena Romero, que habló con Infobae Colombia sobre sus 25 años de carrera como libretista —algo que nunca quiso ser, pero que el destino, como suele pasar, la llevo a caminar, no sobre los pasos de su padre, sino continuar ese camino con luz propia—, sobre la nueva versión de Señora Isabel y cómo fue volver a una historia que conoce perfectamente para darle un nuevo giro, un nuevo aire.
¿Cómo fue afrontar esta historia 30 años después y que conoce a profundidad, pues la ha reescrito varias veces? ¿Cómo fue volver a ese material ahora?
Fue realmente un círculo que esta historia tenía que dar, porque, como acabas de decir, han pasado 30 años desde que se escribió en Colombia, desde que rompió, además, esquemas en Colombia. Fue la primera historia realmente internacional que hubo en nuestro país, además la protagonizó mi mamá, la escribió mi padre —ya fallecido— con Mónica Agudelo; esto era como un círculo que se tenía que dar y me pareció, además, muy a propósito, ya que, ahora que vuelve la historia, yo tengo la edad de señora Isabel, en ese momento, tengo 50 años, entonces era como un momento muy especial, desde ese punto de vista.
Además, mi mamá, yo quería que hiciera el personaje de su propia mamá, porque también me parecía que era lindo ese paso del tiempo, ¿no? Entonces realmente fue muy ideal como se dieron las cosas, fue ideal que RCN estuvo muy de acuerdo en que todo se hiciera como se hizo y dimos con un elenco maravilloso que hizo clic, con una química increíble. Así que creo que también corrimos con mucha suerte y la gente estaba creo que lista para una historia así.
Antes de entrar de lleno en Ana de Nadie, volvamos un poco antes. Hace 25 años tuvo su primer trabajo formal, precisamente de la mano de su padre, el maestro Bernardo Romero Pereiro, haciendo la adaptación de Señora Isabel para México. Al volver la vista, ¿cómo han sido estos cinco lustros? ¿Qué ha cambiado en Jimena Romero como libretista?
Creo que estoy muy marcada por el estilo de mi papá. Eso no lo puedo negar. Es un estilo, pues muy feminista; mi papá era un hombre muy feminista, le encantaban las historias de mujeres y por eso creo que era tan bueno contándolas, él siempre estuvo rodado de mujeres toda su vida. Así que creo que era muy sensible a eso. También aprendí de él mucho el lenguaje que él utilizaba. Yo soy partidaria de que el lenguaje tiene que ser bonito; los libretos que escribo están hechos no solamente para ser interpretados y que la gente los escuchen en la pantalla, sino para que el actor, los actores, que lo lean, también se sientan bien tratados, se sientan que estoy dándoles elementos con los que pueden sonar lindo. Siento que eso es muy importante. Además adoro el idioma español, me parece un idioma tan lindo, me parece que se pueden hacer cosas tan bonitas con él, que soy una apasionada de eso y eso se lo heredé a él y creo que es un estilo en el que lo que he hecho es profundizar y profundizar más en él; pero a lo que a lo que me he ido, por mi propio rumbo, es que me he vuelto más feminista, en el sentido de contar historias de mujeres. No feminista de pelear contra los hombres, sino feminista en el sentido de contar más historias de mujeres.
Él (su padre), en un momento, agarró por el realismo mágico y por todo ese cuento, que era pues algo muy lindo de él. Y siento que quiero seguir en este camino y todavía hay muchas historias de mujeres por contar.
Jimena, usted creció viendo a su padre, al maestro Bernardo, escribiendo en máquina de escribir y tengo entendido que el papel en el que dibujabas y coloreabas, de niña, eran los libretos viejos de él y que no era no esperaba seguir sus, pero finalmente acabó en medio de libretos, ¿cómo fue ese aprender con él? Porque él era muy estricto, que era corrija, corrija, corrija...
Él era una persona que era capaz —eso fue una cosa que para mí al comienzo fue muy difícil de entender pero finalmente entendiéndola y hoy lo uso— y era muy clara la diferencia entre ser padre e hija y ser jefe y empleada y maestro y aprendiz. Gracias a eso, él podía ser muy estricto conmigo, sin preocuparse porque estaba haciéndole daño a su hija. Gracias a eso yo pude, realmente, pulir el oficio a conciencia, porque yo sabía que mi papá no me iba perdonar media. En ese momento era díficil de aceptar, yo era muy joven, pero hoy lo entiendo y agradezco profundamente porque de verdad aprendí de él una disciplina superestricta. Los escritores, si no somos disciplinados, o sea, nosotros no tenemos a alguien que nos esté mirando todos los días a ver si escribimos páginas o no. Tenemos que estar automotivados en ese sentido y si uno no desarrolla esa disciplina de acero, de todos los días sentarse, pase lo que pase, no lo logras. No lo puedes hacer.
Precisamente por eso yo no quería, al comienzo, ser escritora, porque me parecía un trabajo muy difícil, muy solitario, pero hoy aprecio muchísimo esa soledad. Me encanta sentarme con mis personajes a ser ellos, a convertirme en otras personas durante unas horas del día y la disciplina que tengo es de acero, igual que la de él.
Esa primera invitación que le hizo su padre, a escribir juntos, se dio luego de que usted le envió una historia para ver él qué opinaba ¿cómo era historia? ¿Se adaptó? ¿Qué pasó con ella?
Yo estaba trabajando en ese momento como directora de proyectos en Caracol Televisión estaba, como te digo muy joven, y era un trabajo un poco tedioso porque era de leer y leer proyectos. En esa época realmente no llegaban tantos como hoy, hoy es otro cuento, entonces eran eran proyectos que llegaba como uno a la semana y yo tenía que leerlo y presentar un informe sobre lo que yo pensaba del proyecto y era tan tedioso el trabajo y tan aburrido, que no tenía nada que hacer, que yo empecé a agregarle cosas a los proyectos que llegaban como para arreglarlos y me empecé a dar cuenta como que se me facilitaba. Yo no estaba segura si se me facilitaba o ¿qué? O si es que de verdad no hacía realmente mal y pensaba que era fácil. Entonces le mandé uno de esos experimentos a él, por email, y él no me contestó nada como en tres días. Yo realmente pensé que no le había gustado y después lo siguiente fue que me llamó y me dijo «¿quieres escribir conmigo?».
Entonces, yo asumo que le pareció bien, porque él era de pocas palabras y después de eso nos reunimos... yo, obviamente, conocía muy bien Señora Isabel. Me leí las 50 horas de Señora Isabel para estar bien preparada y nos sentamos a hacer la adaptación juntos de la historia para México; ya de ahí en adelante no paré nunca. O sea, esto fue aprender a nadar lanzándome a la piscina, a la parte más honda de la piscina. Obviamente me ahogué varias veces y él me tuvo que rescatar del fondo. Me tuvo que tirar 80 veces chalecos salvavidas. Me regañó 10.000 veces, pero salimos adelante y ya después de eso, que es como hacer tres posgrados en seis meses. Quedas listo para lo que venga.
¿Cómo era trabajar con él? Más allá de las críticas, ¿cómo era el trabajo creativo, el compartir con él las ideas que iba teniendo?
Él era muy abierto a eso, y cuando uno cuando uno es escritor... la mayoría de escritores, que yo conozco, creo que todos, esa es la parte más divertida del proceso: inventar la historia, inventar qué va a pasar con los personajes, obviamente uno a veces está como enzorrado y no tiene ni idea por dónde coger y entonces ahí lo que se hace es empezar a decir cosas locas y con él también hacemos ese ejercicio, que por supuesto terminamos muertos de risa, porque se nos ocurría cualquier barbaridad, pero de ahí, volvía uno a encontrar, a retomar el hilo y creo que son de los mejores recuerdos que tengo de mi vida profesional con él. Era sentarnos a hablar eso en esa época, pues no existían estos medios virtuales, así que todo era en persona, tal vez fue la época de mi vida en que más tiempo pasé con él, porque mis papás, los dos, eran muy ocupados y cuando niñas realmente pasaron mucho tiempo los estudios de televisión. Entonces ahí pasé mucho tiempo con él, fue muy divertido.
Ya en la siguiente parte del trabajo, él hacía todas las escaletas de los libretos y yo hacía todos los diálogos. Él me corregía todo, cambiaba cosas, agregaba o me hacía repetir escenas completas para que volvieran a quedar. Era muy duro con sus comentarios, o sea, de verdad a veces venía todo tachado diciéndome esto es una mierda. Todo así, tachado. Vuelve a empezar. Entonces yo lloraba por ahí 10 minutos y volvía a empezar.
Y ya cuando él no me decía nada, cuando no decía nada era porque estaba bien. Entonces, las pocas veces que él me dijo «esto está muy bien», era ¡Dios mío! Me voy a ganar el Óscar. Él era muy así, toda la gente que trabajó con él estoy segura de que vivió lo mismo, pero también fue maravilloso. Realmente de los mejores recuerdos.
Jimena, ser la hija de siempre es una carga. ¿Cómo fue lidiar con esa luz y la sombra que proyectaba el trabajo de su padre? Y, ¿cómo es ahora reescribir esta nueva versión de Señora Isabel sin que él esté?
Tuve, digamos, un camino con él muy particular, porque nosotros escribimos juntos desde 1997 hasta que él murió, en 2005. Fueron ocho años seguidos en los que hicimos como cinco novelas seguidas juntos y él murió cuando estábamos haciendo una novela para Colombia, que se llamó Lorena, que fue realmente muy difícil de hacer, porque él estaba muy enfermo en los últimos seis meses, fue muy complicado e inmediatamente después... yo ya vivía en Estados Unidos e inmediatamente después de eso pues no volví a escribir para Colombia. Nunca más. Hasta ahora. Toda mi carrera, realmente, fue por fuera, fue para México y para Telemundo en los Estados Unidos, donde realmente no había esa sombra, por llamarla de alguna manera —aunque eso suena negativo, pero no lo es—, tenía las credenciales para poder abrir mi propio camino sin necesidad de que hubiera una comparación necesariamente. Para mí eso eso fue muy positivo, porque lo pude hacer de una manera muy orgánica y durante ese tiempo hice una adaptación más de esta de este producto, que se llamó Victoria. Ahí nos salimos, con la persona que lo escribí, Lina Uribe, de toda la historia, le inventamos muchísimas cosas, porque fue una historia tres veces más larga que la original, y ahí como que volví esa historia mía.
Siento que la historia de Señora Isabel tiene esa particularidad, que se vuelve una historia diferente cada vez que se hace, aunque sea el mismo tema y aunque sean los mismos personajes.
No sé, tiene una cosa diferente, y obviamente siempre le he cambiado alguna cosa o la otra en la historia de amor y también en la historia de las amigas, de los hijos, entonces se vuelve una historia diferente cada vez. Así que por eso no me daba tanto pudor, pero pero la gente que vio Señora Isabel creo que puede reconocer que en esta novela, en Ana de nadie, en esta versión, hay algunas escenas que están muy usadas del original, porque son mis escenas favoritas y las he usado en todas las versiones, y eso traté de mantenerlo y lo seguiré manteniendo.
Ya entrando de lleno en Ana de Nadie, en esta versión, su mamá, Judy Henríquez, pasa a ser la madre de su personaje en la versión de 1993 y fue una de las exigencias que hicieron ustedes, como familia dueña de los derechos de la historia, a RCN. En la novela original, usted ha dicho que sufría al ver a su madre en la pantalla siendo maltratada, ¿sufrió al escribir el personaje que interpreta su madre?
Como todo el mundo sabe, Dolores, la mamá, es insoportable y uno la quieren cachatear desde el principio. Era como un karma, como que ella podía liberar ese karma de esa mamá que tuvo hace 30 años, que era Teresa Gutiérrez, que en paz descanse, y ahora poder ser ella... como para poder quitarse como todo eso, porque esa madre era terrible como es aquí Dolores con Ana. Por eso quería mucho, además... a mí me gusta mucho ver a mi mamá en papeles de mala, me encanta. Entonces quería darle ese papel así y lo hice lo más miserable posible para que se lo disfrutará y ella lo disfrutó muchísimo. Eso fue muy chévere. Fue una exigencia que hicimos las tres, Adriana, mi hermana, mi mamá y yo cuando hicimos la negociación de los derechos con RCN, porque nosotros queríamos estar las tres juntas en un proyecto y cuál más importante que este. Era un sueño que teníamos juntas, y RCN, de inmediato, dijo que sí, les pareció maravilloso. Adriana también es una gran actriz y yo le pedí que estuviera en ese papel, que me parece uno de los más complejos, que es Genoveva, porque no es una mujer tan fácil de entender, es una mujer que sufre unos altibajos que no son tan fáciles de comprender para el público y que para poderlos transmitir bien se necesita una muy buena actriz, su formación de teatro para mí era muy clave aquí. Creo que todo se dio de una manera muy especial y, además, Adriana hizo un clic impresionante con Paola (Turbay) y con Adriana Arango haciendo esas tres amigas muy diferentes. Me encantan. Me encantan cómo está. Entonces, ya no tengo que sufrir más. Yo no podía ver Señora Isabel, me daba muy duro que la trataran tan mal y ahora es ella la que se está desquitando.
Y le dieron ganas de ahorcarla al verla como Dolores, porque sí, es malísima...
Sí. (Risas) Yo hago todo ese proceso cuando estoy escribiendo los diálogos, y de hecho a veces los borraba y los hacía más miserabales. Entonces, me pasa todo lo contrario. A veces digo, «¡Ay! ¡Hubiera podido ser un poquito más miserable!», porque de verdad creo es uno de sus personajes que la novela necesita, porque creo que es un tipo de mujer que todos en Colombia, y en Latinoamérica, conocemos: ese tipo de mamás así, sobre todo con hijas mujeres. Todos conocemos una así. Mi mamá no es así, para nada. Ella es una mujer supermoderna. Al contrario, malcriadorísima con nosotras, que todo lo que nosotros hagamos está bien y está perfecto y uno dice, «¡Ay, estoy gorda!». «No. Estás perfecta». Ella es todo lo contrario, entonces verla haciendo una cosa que están opuesta a su personalidad es muy divertido para mí en este momento de su vida
Jimena, usted también ha dicho que ser una mujer de 50 años a principios de los años noventa, cuando su mamá interpretó a la Señora Isabel, es algo muy distinto a serlo ahora, en 2023. ¿Cuáles fueron esos elementos que quizo rescatar de esa versión original para esta nueva versión, precisamente 30 años después?
Una de las cosas, que a mí me parecía más importante, que cambiaba radicalmente de esa versión en que mi mamá era la protagonista, es que siento que una mujer de 50 años hoy, que atraviesa una una situación como la que atraviesa Ana en su parte erótica y sexual, es muy importante. Hace 30 años, eso, si ocurría no se hablaba. Una mujer de 50 años se supone que ya no estaba en esas, no estaba para esas y menos como joven. ¡Por favor! O sea, eso tenía que estar callado. Entonces, si tú ves Señora Isabel, ves que está muy orientado hacia la parte romántica, realmente la parte erótica y sexual, pues está dejada muy de lado y muy oculta. Ahora, pues no, ahora eso es lo que hay que ver, porque si no lo ves así se siente falso, ¿no? Eso para mí era la diferencia más importante entre la versión de hace 30 años y esta y creo que se logró. Eso se habló con Paola (Turbay), porque si tú ves la original es una parte importante y que me parecía necesario.