No muchos logran sobrevivir a un ataque de tiburón a mar abierto, pero el manizaleño de 38 años Cristian Castaño, sí. Escapó nuevamente de las garras de la muerte que, en años pasados, lo llevó a naufragar por Indonesia, accidentarse en moto y ser paciente de peritonitis, cuando asistió a una competencia en Honduras.
A una semana de haber sido parte del menú, decidió hablar sobre el incidente que lo ayudó a reconectar con Dios y elevar el llamado a cuidar de estos animales y sus ecosistemas: “Estoy bien. Lo que sucedió fue el martes 18 de julio, estábamos en San Andrés, entrenando. Preparándonos con otros integrantes de la selección Colombia para ir al mundial de apnea de profundidad que va a ser en agosto, en Roatán”.
“Ese día fuimos al agua seis apneistas. Todos muy experimentados, los 6 o 5 somos instructores. Con muchísima experiencia en el agua, nos fuimos hasta el punto más profundo que hay en la isla, en un lugar que se llama el Cantil del nirvana. Ese punto queda ubicado más o menos a 500 metros de la orilla del mar y tenemos que ir hasta allá, realmente, porque ahí es donde tenemos la profundidad. Ahí el fondo del mar es de 200 metros y nosotros estamos haciendo inmersiones muy profundas”, detalló en una serie de videos que compartió a través de sus redes sociales.
No es el mismo punto, aunque si la zona, en la que se hacen capacitaciones para aprendices de esta disciplina. Ellos, por motivos de seguridad, entrenan más cerca de la orilla, precisamente porque, mar adentro, “a veces hay avistamientos de tiburones, principalmente un tiburón que se llama oceánico de puntas blancas, con el cual nunca había habido ningún problema, hasta ese día”.
“Yo me encontraba y estaba a punto de hacer la inmersión. Hay gente que piensa que me atacó mientras yo estaba bajo el agua, pero no. Todos estábamos en superficie. Y yo me estaba preparando cuando me dice Tais –una amiga– que hay un tiburón”. Como ha hecho antes, decidió suspender por un momento la inmersión y esperar a que se fuera.
Pero tan pronto como se puso los goggles y miró bajó el agua lo vio. “Normalmente ellos se mantienen a una distancia de unos 3 – 5 metros y esta vez se nos acerca demasiado, tanto que yo lo golpeo con la monoaleta para que se aleje”.
El equipo se apoyaba en dos boyas. En una flotaban Cristian y Tais y en la otra el resto del equipo; lo que pudo haber llamado la atención del animal.
Si bien algunos dicen que mordió por curiosidad, Cristian cree que el ataque respondía a que “estaba buscando algo que comer, yo lo que siento es que tenía hambre y estaba mirando si teníamos peces o si algo era comestible, porque un tiburón de estos no caza a personas porque son de su tamaño, son más grandes que él”, que, en el mejor de los casos, puede llegar alcanzar los 1,5 metros.
En la zona, sin embargo, hacen pesca submarina y con lanchas, así que, es probable que pensara que llevaban alimento, habituado a conseguir peces que se escapan de la red cuando los pescadores están en el área.
Así que, con un ojo en el tiburón y otro en el equipo, empezaron nadar en dos grupos hacia la orilla. Pero Cristian se quedó atrás: “Para que ellos se alcancen a ir, intentando ser el último que esta ahí para espantar al tiburón”.
Una idea que no resultó como esperaba ya que, al verlo solo en el mar, se enfoco en él e inició el ataque: “Yo calculo que todo esto del ataque fueron unos 10, 15 minutos mientas nadábamos hacia la orilla. Esta es percepción mía, puede que haya sido menos, pero en mi mente nadamos mucho tiempo, lo mantuve a raya mucho tiempo. Hasta que en un momento, en uno de los ataques, el pasa mis aletas, ya no muerde mis aletas, sino me alcanza a morder en algún lugar”.
Desconoce por completo donde clavó la primera mordida y es que por la adrenalina no sintió dolor, pero si vio cómo el agua se teñía de rojo, ocultando al tiburón bajo la sangre. “Cuando veo la sangre y veo que estoy mal empiezo a nadar un poco mas rápido, pero el sigue viniendo hacia mí. Pero, cuando ya vio que había sangre y que había algo que podía comer se pone más intensa la situación y él mas agresivo”, debido a lo que popularmente se conoce como el frenesí de tiburón.
“Me muerde muchas veces. Me ataca. Yo le doy golpes, le doy patadas, le meto los dedos al ojo, a veces lo devuelvo, a veces no”, no lo recuerda con mucha claridad, pero desde entonces se mantuvo nadando de espaldas, con la vista en el tiburón y sostenido el brazo por el que estaba perdiendo más sangre, porque empezó a sentirse mareado.
El grupo que logro adelantarse encontró una lancha de coralina que, en cuestión de segundos, llegó al rescate. Lo ayudan a salir del agua, recogen al resto del grupo y los conducen hasta la orilla.
Al llegar baja caminando por sí solo y uno de sus compañeros que también es médico le hizo un torniquete en la mano. Tomaron un taxi y, rápidamente, fueron al Hospital de San Andrés. Mientras, llamados por la sangre, llegaban más tiburones al cantil.
Recuerda a todo el personal médico suturándolo en manos, brazos y piernas. Aunque sospecha que las heridas en sus extremidades superiores son por la pelea y no por la mordida del tiburón que, sin embargo, le habría dejado más de 100 puntadas por todo el cuerpo y algunos huesos a la vista.
A su salida del hospital, agradece que los habitantes de coralina estén monitoreado a los tiburones. Les dejó saber a sus amigos y seguidores que no participará del mundial de Honduras, pero asegura que seguirá su carrera como apneista: “No me voy a retirar de la apnea, voy a volver al agua seguro, aunque, probablemente a ese punto no, a menos que encontremos la forma de evitar que esto pueda volver a pasar”.
No perdió ninguna extremidad, ni ningún dedo como muchas personas creen y, a pesar del dolor, espera regresar para el Aida, que se llevará a acabo en octubre del 2023. Su recuperación, entonces, seguirá en Manizales. Pero, antes de abandonar San Andrés, quiso dejarles un mensaje a pescadores y locales: “Espero que al tiburón no lo maten. Espero que simplemente sigamos respetando la vida marina”.
Sin ser un experto en tiburones, entiende que el suyo tenía hambre y “que el problema de que estos animales tenga hambre y estén acercándose cada vez más es porque hay un exceso de pesca en el mar. La sobrepesca esta acabando con toda la fauna marina y por eso estos animales están buscando presas más cerca a la orilla y están atacando presas que son mas grandes de las que normalmente atacan. Es natural, nosotros fuimos los que estábamos invadiendo su espacio”.