Corría el año de 1958 cuando los colombianos vivieron de cerca la primera candidatura de Gabriel Antonio Goyeneche, el hombre que, como diría la prensa nacional, hizo del disparate y lo absurdo su forma de hacer política.
Fue candidato a la presidencia hasta 1974; es decir, lo intentó en cinco ocasiones y, probablemente, hubiera seguido aspirando al cargo, con algo más de motivación. Sin embargo, no llegó a las siguientes elecciones, por su encuentro con la muerte en 1978.
De ahí que entre los votantes de la época se ganará el apodo de ‘el candidato vitalicio’. A pesar de contar con una votación mínima (aparecía en los resultados bajo el nombre de “Otros”), jamás dejó a un lado sus aspiraciones políticas.
Nació en 1886 en el municipio de Soacha, y en 1918, con 32 años, una epidemia de gripa le habría dejado graves secuelas psicológicas que, no obstante, le permitieron continuar con sus estudios en comercio, derecho y veterinaria. Aunque no llegó a graduarse de ninguna.
Lejos de hacerse conocido por sus escándalos o alianzas políticas, Goyeneche destacó entre los demás candidatos por sus propuestas poco convencionales, como la de mandar a instalar una marquesina gigante sobre Bogotá o bombardear las nubes para proteger a la ciudad de las lluvias. Una idea que, a simple vista, parece sacada de una película de ciencia ficción, pero que bajo su perspectiva lo llevaría a alcanzar la presidencia.
Las elecciones por venir verían nuevas y descabelladas ideas, que le ganaron el mote de ‘loco’. En 20 años de candidatura propuso pavimentar el rio Magdalena, para “mejorar el tránsito” y evitar que en la temporada de sequías los barcos terminaran encallando. Según el perfil especializado en historia Pa’ que sepa el cuento, “decía que, ya que había agua, era tan fácil como agregar arena y cemento”.
Para quitarle la mala fama a la chicha propuso convertirla en champaña; construir las carreteras en bajada para que los conductores ahorraran gasolina y convertir el agua de los ríos en aguardiente, colocando grandes cantidades de anís en su interior.
Pero su idea más noble, probablemente, haya sido la de “hacer un rico diario. Todos los días se escogerá un pobre. Los demás colombianos le darán un peso. Así, el compatriota saldrá de necesidades. Al día siguiente otro será el favorecido, y con el tiempo todos seremos ricos por igual”.
Vivía de la venta de panfletos. Su programa de Gobierno con ideas tan innovadoras como improbables costaba $5 centavos y, a lo largo de su interminable carrera electoral, llegó a plasmar hasta 4.000 propuestas en ellos. Abordaban los problemas nacionales desde una perspectiva única.
Los demás políticos se quedaban cortos, aunque –hay que decirlo– con los pies sobre la tierra. Pero el señor Goyeneche se sentía cómodo estando en las nubes. Aunque pudo haber sido lo que lo condujo a su muerte.
En el 78, caminando por las calles de Bogotá, fue atropellado por un taxi y, más allá de su edad, no logró salvarse debido a la desnutrición avanzada en la que se encontraba a su llegada al Hospital de La Hortua.
Fue así que sin haber logrado poner a trabajar sus ideas, falleció alejado de las cámaras y honores que reciben algunos políticos, incluso, de prácticas cuestionables. En 1958 logró conseguir 12 votos; en 1962 aumentaron a 39, y en 1966 rompió su máximo histórico, llegando 2652 votos, y el tercer lugar de los comicios, detrás de José Jaramillo Giraldo y el ganador Carlos Lleras Restrepo.
Sin embargo, los años siguientes (1970 y 1974) volvieron a reducirse sus votantes, hasta llegar a 33 votos en el 74, cuando anunció su retiro de la vida política.