Gerardo Diego Cendoya, escritor, poeta, profesor y pianista, fue una de las voces más importantes de la literatura española en el siglo XX y representante fundamental de la llamada Generación del 27. Su obra incluye importantes obras que abarcan gran cantidad de estilos y vertientes, que también inspiraron el trabajo de otros autores.
Para convertirse en uno de los poetas españoles más representativos, pasaría toda una vida dedicada a la exploración del arte, tejiendo amistades y construyendo un legado que seguiría inspirando en la posteridad.
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Cuando Gerardo Diego nació en aquel año de 1896 en España ya se había presentado la primera proyección cinematográfica. Corría el mes de octubre y quien sería una nueva figura de la literatura abría por primera vez los ojos en Santander, una ciudad ubicada en el norte de la península.
Fue el séptimo hijo de una pareja de propietarios de un establecimiento comercial de tejidos, aunque tuvo que ver morir a dos de sus hermanos cuando él apenas cruzaba la infancia. Fue influenciado por su padre, quien lo acercaría al mundo literario debido a las amistades que frecuentaba y solía contemplar los paseos del novelista José María Pereda.
Estos primeros acercamientos fueron determinantes para que a muy temprana edad se vinculará con el mundo de las letras, aunque este no era el único campo artístico que le interesaba.
A Gerardo Diego le atraían también la música y la pintura, aprendió solfeo y piano, actividades que no dejaría a pesar de haber ingresado a la carrera de Filosofía y Letras.
En la Universidad de Deusto conoció a quien sería uno de sus mejores amigos y a la vez, una de las figuras más importantes para su espíritu literario. Se trataba de Juan Larrea.
Sobre la Generación del 27 y el grupo de genios
En la década de 1920 se sumergió de lleno en el movimiento vanguardista, un terreno inexplorado que buscaba desafiar las convenciones literarias establecidas, además de buscarse un lugar en el mundo literario.
Uno de los aspectos más interesantes de este movimiento tuvo que ver con la influencia que tuvieron los escritores en su ejercicio creativo. Estaban influenciados por corrientes como el surrealismo, el futurismo y el creacionismo, pero Diego siempre fue más allá. Además de estas tendencias que le permitieron abordar diversos temas con distintos estilos, también trascendió las fronteras tradicionales de la poesía e incluso experimentó con nuevas formas de expresión artística.
No podía ser de otra forma, lo que Diego había hecho había roto los esquemas tradicionales de la escritura de su época. Por esto se convirtió en una pieza fundamental de la Generación del 27 y con él un conjunto de escritores y poetas que revolucionaron la literatura española también pudieron hacerse un lugar en la historia.
El movimiento tomó mucha fuerza y contó con la participación de mentes brillantes que pasaron a la posteridad, como Federico García Lorca, Luis Cernuda y Rafael Alberti. Por su parte, Diego desarrolló su inmensa creatividad, rompió las normas, construyó un camino único y valiente, que pudo no haberlo dejado bien parado, pero que halló su propia ruta en el ámbito literario.
Su trabajo fue clave para quienes, como él, buscaban nuevas formas de hacer poesía. Sus contribuciones en el ámbito cultural enriquecieron la perspectiva artística de otros escritores no solo en ese momento, sino años después, dejando las puertas abiertas a la creatividad y las posibilidades que tienen lugar aquí.
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“El cerezo y la palmera” de Gerardo Diego
Ángel I
Soy el ángel mensajero.
soy el ángel paraninfo.
Explico el alba y la estrella
y la flor que nadie ha visto.
Ángel II
Soy el ángel enviado,
el mediador por el aire.
Me hice visible a vosotros
por mi cabello de ángel.
(Tomado de El cerezo y la palmera)
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Entre la vasta obra de Gerardo Diego se destacan textos como Manual de Espumas, Versos humanos, Ángeles de Compostela, Alondra de verdad, La luna en el desierto, Biografía incompleta, entre otros, que le dieron importantes reconocimientos como el Premio Nacional de Literatura; con su única obra de teatro, El cerezo y la palmera, en la cual retrató el nacimiento de Cristo, estrenada en el año 1962, obtuvo el Premio Calderón de la Barca.
Sus obras se caracterizaron por recrear imágenes sorprendentes que a la vez despertaban emoción, gracias a la habilidad con la que trataba diversos temas, desde la naturaleza, la condición del ser humano y la sensibilidad, hasta la religión e incluso la historia.
Aunque cerró los ojos para siempre en julio de 1987 en su país natal, su voz sigue haciendo eco y ha sido inspiración para muchos poetas que encuentran en él la magia de la musicalidad en la escritura, así como la rebeldía para desafiar las convenciones establecidas en la literatura.
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