“Las aventuras de Pinocho, ante una comisión de la Verdad” o lo doloroso que es encontrar la verdad

Inspirada en el tomo ‘Cuando los pájaros no cantaban’ del informe final de la Comisión de la Verdad, la obra estará en temporada de estreno en el Teatro Jorge Eliécer Gaitán (14 y 15 de julio), en el Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo (2 y 3 de agosto), y desde el 9 de agosto en el Teatro Petra

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La obra narra el conflicto de Guepeto, que va descubriendo la verdad sobre su hijo Pinocho y se resiste a reconocer que su pequeño no fue lo que creía que fue. Cortesía.
La obra narra el conflicto de Guepeto, que va descubriendo la verdad sobre su hijo Pinocho y se resiste a reconocer que su pequeño no fue lo que creía que fue. Cortesía.

En el estómago de una ballena, Guepeto y su muñeco, Pinocho, caminan buscando una salida. El viejo carpintero habla con su marioneta, su hijo, y busca su patica: “¿Han visto la patica de mi muñeco?”, le pregunta al público, le pregunta a quienes se va encontrando en el estómago de ese cetáceo que se lo devoró y que, como metáfora de la guerra, nos devoró a todos los colombianos.

Así comienza Las aventura de Pinocho ante una comisión de la Verdad”, una obra escrita por Jaime Moncada y Matías Maldonado (que también la dirige) y en la que el universo de Carlo Collodi ‘choca’ con los relatos y testimonios que reúne Cuando los pájaros no cantaban uno de los tomos del informe final de la Comisión de la Verdad sobre el conflicto armado colombiano.

En la obra, Guepeto busca, además de la patica de su muñeco, la verdad de qué le pasó a su hijo, al verdadero Pinocho, ese de carne y hueso que desapareció y que fue víctima de unas circunstancias de las que no pudo escapar, como tampoco lo pudieron, ni pueden, millones de colombianos a los que la guerra entre el Estado colombiano y las distintas guerrillas en los últimos 60 años les truncó la vida.

Como una suerte de pimpón diabólico, como dice Maldonado, este Pinocho va de un lado a otro, de victimario a victmario, de la guerrila a los paramilitares y de los paramilitares a ser víctima del contubernio que se dio en muchas regiones del país entre las autoridades, el narcotráfico y un Ejército al que, durante la política de seguridad democrática, le exigían resultados.

El Pinocho de carne y hueso, como un fantasma, convive con el Pinocho de madera, con el que su padre, Guepeto, mantiene vivo su recuerdo. Cortesía.
El Pinocho de carne y hueso, como un fantasma, convive con el Pinocho de madera, con el que su padre, Guepeto, mantiene vivo su recuerdo. Cortesía.

En ese tránsito, a diferencia del relato de Collodi, nuestro Pinocho pasa de ser de carne y hueso a ser una máquina, una marioneta que no controla su destino y deja de ser víctima para pasar al otro lado y ser un actor más del conflicto.

Guepeto, que busca y busca la patica de Pinocho, se encuentra con el doctor Mandril, que preside, como juez, un tribunal al que lo llaman a declarar luego de pedir si saben dónde está su hijo, si han visto al muñeco. Junto al cabo Habichuela, el doctor Mandril presiden la sala y empiezan a desenredar la pita de qué pasó con Pinocho, del que poco a poco vamos sabiendo que fue lesionado por una mina quiebrapatas y que después se volvió raspachín de coca al servicio de don Gato, un narcotráficante de la región donde vivían todos los personajes.

Cada uno de los personajes —a los que después se suma Mano Negra, una encumbrada mujer sin rostro que maneja los hilos del conflicto, desde los de la justicia y las fuerzas militares hasta los del negocio de la droga, los paramilitares e incluso incide en las decisiones de la guerrilla— se encuentra en la ballena y ante el tribunal del doctor Mandril y ante Guepeto van contando qué pasó con Pinocho, desenredando esa verdad que el carpintero, en un principio, no acepta, pues la verdad siempre duele.

El drama de Guepeto es no aceptar la verdad de que su hijo fue lo que fue, por eso parece que usa al muñeco como esa representación del recuerdo —que siempre es una ficción—, pues afrontar la verdad es doloroso.

En el relato de Collodi, como se sabe, el periplo de Pinocho es una búsqueda por ser un niño real, ser de carne y hueso. En la obra de Maldonado y Moncada, conviven los dos, el muñeco de Pinocho y el Pinocho real, que como un fantasma y como una suerte de narrador general, va contando y mostrando ese bosque, que el muñeco como un árbol, no deja que Guepeto vea, mientras Lucy-Lora —la versión del grillo que habla, la consciencia de Pinocho, en el relato de Collodi— le insiste que la verdad, por más tropiezos, nunca perece y siempre aparecerá al final.

Pinocho, en esta obra, representa las vidas de muchos jóvenes colombianos que fueron truncadas por la guerra entre el Estado y las guerrillas. Cortesía.
Pinocho, en esta obra, representa las vidas de muchos jóvenes colombianos que fueron truncadas por la guerra entre el Estado y las guerrillas. Cortesía.

La obra, explica Maldonado, nació de una invitación que recibió en 2021 de la Comisión de la Verdad —nacida del Acuerdo Final de Paz entre el Estado colombiano y las extintas Farc en 2016— para, en teatro, recoger y presentar el legado de la comisión, y si bien el proyecto que presentó entonces no fue escogido, la inquietud quedó en él, por lo que después, con Jaime Moncada, trabajan en la historia, que resultó ganadora de la Beca de creación multidisciplinar de gran formato del Instituto Distrital de las Artes y que se estrenó el 8 de julio en el Teatro El Ensueño, para después presentarse en el Teatro Jorge Eliécer Gaitán (14 y 15 de julio) y en el Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo (2 y 3 de agosto), y desde el 9 de agosto, en temporada en el Teatro Petra.

Al recibir la invitación de la Comisión, Maldonado pensó, de inmediato, en Pinocho como ese relato, o ese mito, como dice el dramaturgo, que sirve para presentar ese relato común, es historia común, esa verdad que intentó construir la Comisión.

“Pensé en Pinocho porque era para mí dos cosas: por un lado, que la labor de la Comisión, que es la labor de encontrar una historia común, básicamente contar un cuento que nos cuente a todos, que nos incluya a todos, y lo que yo siento es que eso solo lo puede lograr el mito. No es una historia común la que puede reunir a una sociedad, una comunidad, sino un mito, y de alguna manera, Pinocho ya tiene el carácter de mito”, le dijo Maldonado a Infobae

La intención, tanto de Maldonado como de Moncada, no era simplemente contar una historia sobre el conflicto, “sino una historia sobre una gente que trata de contar una historia sobre el conflicto, es más sobre el esfuerzo de encontrar la verdad que sobre la misma verdad”, explica el director de la obra.

Uno de los grandes retos de construir la obra fue cómo sintetizar los testimonios de las víctimas del conflicto reunidos en el informe final de la Comisión de la Verdad —que vale advertir se publicó mientras los dos dramaturgos escribían y trabajaban en el libreto—, sin caer en la representación documental de los horrores de la guerra, de la que advierten hay una suerte de agotamiento en el público, en la medida de que “el horror ha perdido su capacidad de conmover”, dice Maldonado.

“La realidad ya no nos conmueve, la realidad nos da hastío”, Matía Maldonado
La obra se desarrolla en el vientre de una ballena, que es una metáfora de cómo la guerra devoró a los colombianos. Cortesía.
La obra se desarrolla en el vientre de una ballena, que es una metáfora de cómo la guerra devoró a los colombianos. Cortesía.

Volviendo a la obra. Uno a uno, don Gato, el cabo Habichuela —que fue amigo de la infancia de Pinocho y que lo presentó con don Gato para meterlo en el negocio como raspachín de coca—, van pasando por el estrado del tribunal que preside el doctor Mandril para contar qué fue pasando con Pinocho, cómo se presentó con don Gato y se fue metiendo en el negocio del narcotráfico para darle una vida mejor a su padre, a Guepeto, al que le compra una casa.

El viejo carpintero, enceguecido por el recuerdo de su hijo, representado en el muñeco, se niega a creer lo que escucha, por más que parece que va viendo cómo las cosas que vivió se van encajando en el relato de don Gato o del cabo Habichuela y se van completando, va teniendo la imagen completa. Empieza a ver el bosque y no solo al árbol.

Pinocho, el de carne y hueso, el fantasmágorico, también, entra y sale de escena contando, como narrador principal, lo que pasa con todos. Al respecto, Moncada dice que en la primera versión de la obra (la que se estrenó en teatros es la séptima): “Cada uno tenía su testimonio y la participación Pinocho era un poquito más pequeña, porque además él era el desaparecido y él al vivir todo eso, como que estaba ausente y la obra, pues tenía otro tinte, pero entonces lo hablamos, lo hablamos, lo pensamos, y la decisión que tomamos fue que en realidad lo interesante es que Pinocho, que es el ausente, fuera la voz de todos estos testimonios. A Pinocho le pasan todas esas cosas, pero lo interesante es ver cómo ese testimonio en voz de él cambiaba”.

La obra no es una tragedia, hay que advertirlo, pues, aunque la historia de Pinocho, como la de las víctimas que sintetiza en su relato, es una tragedia inmisericorde, las situaciones y los relatos se van sucediendo con momentos cómicos, situaciones inverosímiles y graciosas en una obra que poco a poco se va oscureciendo mientras la verdad se va iluminando.

Sobre esto Maldonado dice: “Esa para mí es una búsqueda constante en todas las obras, es como dónde está esa frontera entre lo que me da risa y lo que me da dolor. Es esa cosa de que Colombia es el país más feliz del mundo y al tiempo el país más violento del mundo. Pero esa capacidad, de algo que puede oscilar entre lo que llama la resiliencia y la locura, simplemente. Pero sí, en medio de la tragedia si alguien prende un pick-up y pone música nos fuimos a bailar”.

Y recuerda estos versos de José Asunción Silva: “Juntos los dos reímos cierto día…/¡Ay, y reímos tanto/Que toda aquella risa bulliciosa/Se tornó pronto en llanto!”

También confiesa que hubo, por un momento, esa tentación de que la obra termine en un final feliz, en el que todos se reconcilian y se abrazan y en el que Pinocho no muera —porque muere, ya se dijo que es un fantasma—, sino que pueda reencontrarse con su padre, ese que lo busca y que lo termina encontrando no en sus recuerdos, sino en ese relato común, en esa verdad, que le duele y que le cuesta aceptar.

En esta construcción, Maldonado dice que los aportes de Ramsés Ramos, que interpreta a Guepeto, fueron vitales para que el carpintero no fuera un personaje pasivo al que le pasan todas estas tragedias, sino que fuera un personaje activo que se mueve por el conflicto que vive en su interior: “acabar reconociendo que su hijo no era eso que él pensaba, o sea, él mismo, qu es lo que podríamos considerar una víctima también tiene cosas por decir y reconocer. Como todos”.

Moncada, por su parte, advierte que en el proceso de construcción del libreto le decía a Maldonado: “Tenemos que tener cuidado con esto, porque el perdón es muy importante, pero no podemos quedarnos haciendo catecismo sobre que el perdón nos va a salvar”, pues la intención no es que pontificar sobre el perdón, sino, a partir de la reperesentación de varios actores del conflicto “después de salir hubiera esa ambigüedad, creo que es como algo más para el público, porque no es algo que digamos explícitamente hubo perdón, todos estamos felices, sino creo que el público va a poder decidir si hubo perdón, o no hubo perdón”.

La obra, para no alargar más esto, termina con los personajes saliendo de la ballena, como en el relato de Collodi, de esa ballena que mano se los devoró y que para Maldonado es una metáfora de cómo la guerra fue ese “monstruo que nos tragó a todos y que nos tienen en la oscuridad”, y con el reencuentro, en el más allá, del cabo Habichuela y de Pinocho, que como fantasmas, juegan fútbol, en una suerte de “reconciliación, trágica en el sentido de que es una reconciliación si se quiere inútil porque es de fantasmas, porque es de espectros, es de vidas arruinadas por la guerra”.

Inspirada en el tomo ‘Cuando los pájaros no cantaban’ del informe final de la Comisión de la Verdad, la obra estará en temporada de estreno en el Teatro Jorge Eliécer Gaitán (14 y 15 de julio), en el Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo (2 y 3 de agosto), y desde el 9 de agosto en el Teatro Petra. Cortesía.
Inspirada en el tomo ‘Cuando los pájaros no cantaban’ del informe final de la Comisión de la Verdad, la obra estará en temporada de estreno en el Teatro Jorge Eliécer Gaitán (14 y 15 de julio), en el Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo (2 y 3 de agosto), y desde el 9 de agosto en el Teatro Petra. Cortesía.
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