En 1986 gran parte del mundo escuchó hablar por primera vez de Wole Soyinka, luego de que la Academia Sueca lo reconociera con el Premio Nobel de Literatura, convirtiéndolo en el primer escritor africano en recibir el máximo galardón de la letras.
Le puede interesar: Chinua Achebe o el inexplicable olvido de uno de los mejores autores africanos contemporáneos
El nacido en Nigeria, descendiente de la etnia yoruba, ya había cultivado una obra que retrataba la realidad de una nación que vivía a la luz de su pasado idealizado. El galardón le fue otorgado por “poner en escena, en una vasta perspectiva cultural, enriquecida de resonancias poéticas, una representación dramática de la existencia”.
Akinwande Oluwole Soyinka, su nombre completo, es hijo de un ministro de la iglesia anglicana en el estado de Ogun, Nigeria, que se desempeñaba también como director de una escuela local, y de una militante del movimiento de mujeres de su comunidad. Siendo el segundo de seis hijos, creció con la influencia de los oficios de sus padres y pronto se interesó por la defensa de las causas justas en su comunidad.
Cuando se hizo joven, dirigido por la pasión y el interés que le suscitaban las letras, fue a estudiar literatura inglesa en las universidades de Ibadán y Leeds, en Nigeria y el Reino Unido, respectivamente. Fue entonces cuando comenzó a escribir.
Consciente de la importancia de la preservación de sus raíces yorubas, pero también del hecho de que si quería que su mensaje fuera escuchado tenía que hacerlo en una lengua que todo el mundo estuviera en la disposición de entenderla, se decidió por escribir en inglés.
Le puede interesar: “El feminismo negro no divide”: Djamila Ribeiro habla acerca de las búsquedas de su activismo
A finales de los años 50 aparecen sus primeras piezas de teatro, pues se ve influido por su rol como actor aficionado y director en el Teatro de la Corte Real. Con el tiempo, conseguirá que varias de sus obras sean interpretadas en las tablas. Una de ellas, quizá de las más célebres, El León y la joya.
En la década del 60, en su regreso a Nigeria, trabaja en radio y empieza a dar clases en la Universidad de Lagos. En ese periodo funda varias compañías de teatro y comienza a escribir novelas. Una de las más notables que produce en esos años es Los intérpretes.
Interesado en la escritura de literatura y en el activismo político, Soyinka empieza a desempeñar ambas cosas casi que en simultáneo. La primera de sus obras que acoge ambas facetas es La danza de los bosques, publicada en 1963, con la que consigue denunciar, haciendo uso de la sátira, varias de las problemáticas de la época en Nigeria, que recién ha llegado al tercer aniversario de su independencia.
A nivel estético, la novela es sorprendente, pues combina la narrativa de algunas tradiciones africanas con técnicas experimentales occidentales. Aquello se convierte en un sello distintivo de Soyinka y lo empleará con frecuencia en el resto de su obra.
Durante la guerra civil en Nigeria, el escritor es arrestado por el régimen, debido a la publicación de un artículo en el que pide un alto al fuego, siendo fiel a su labor como activista político, pero dejando en evidencia, según las autoridades, su aparente papel de “agitador” y conspirador.
Son dos años los que dura encarcelado Soyinka. Parte de lo que vive en ese periodo lo narra en sus libros El hombre ha muerto y La estación del caos, publicados en 1972, una vez consigue salir de prisión y exiliarse voluntariamente. Probablemente, sea la época más oscura de su literatura, en tanto que su interés es atacar y denunciar al régimen.
Le puede interesar: Entre la diáspora y la resistencia: una corta historia de la literatura afrocolombiana de ayer y hoy
En esa época, el escritor regresa a la Universidad de Leeds, retoma la escritura de teatro y comienza a trabajar en la culminación de una de sus obras más interesantes, su autobiografía: Aké, los años de la niñez.
Narrado en primera persona, este libro se remonta a la infancia de Soyinka en la aldea Aké, de Nigeria, en los años de la Segunda Guerra Mundial. Allí el pequeño Wole, un muchacho curioso, amante de los libros y propenso a meterse en líos, crece con la doble influencia de Occidente y las antiguas tradiciones espirituales yoruba.
En la década de los 90, el autor se traslada a Estados Unidos y allí es profesor invitado en varias universidades. Es desde allí que Wole Soyinka, ya consolidado como escritor tras recibir el Premio Nobel de Literatura, sigue ejerciendo su compromiso político.
Respecto a su rol como novelista, en alguna entrevista señaló que lo que estaba tratando de hacer era contar historias. Solo eso. Terminó acudiendo a personajes de los que había leído y encontró relaciones entre lo que estaba escrito y lo que escuchaba a su alrededor.
Sus novelas y piezas de teatro le han permitido consolidar un estilo narrativo que concentra las historias sobre los mitos, los efectos del colonialismo y los actos de las dictaduras africanas.
Su obra, construida a partir de evocaciones de paisajes, sonidos y aromas, cargada de lirismo y humor, es una de las más influyentes de la literatura africana en la segunda mitad del siglo XX y es considerado uno de los más grandes escritores de África junto a Chinua Achebe, Nadine Gordimer, o Ngũgĩ wa Thiong’o, entre otros.
Antes y después del Nobel, Wole Soyinka ha mantenido viva su voz crítica de las formas coercitivas de gobierno de su país y sigue siendo uno de los escritores más interesantes de este tiempo.
Seguir leyendo: