De pequeño, Camilo Hoyos quería ser veterinario. Soñaba con una vida en el campo que se pareciera a sus vacaciones en la finca familiar en Manizales, donde había caballos, marranos, perros y gallinas. Él se la pasaba con los cuidadores y trabajadores de la finca, aprendiendo las labores del campo y cuidando a los animales.
Su hermano y su padre son las figuras más influyentes en su vida. Recuerda que ambos leían muchísimo, tanto en la época escolar como durante las vacaciones. Sin embargo, el hábito de la lectura nunca le fue impuesto; más bien, llegó al mundo de las letras y las historias por la pasión que le transmitió su padre, quien se inventaba cuentos para él y su hermano cuando iban por la carretera rumbo a la capital del departamento de Caldas y se encontraban cruzando La Línea.
Hoyos y su hermano escuchaban con atención los relatos para evitar marearse en la carretera y, de todos, el que recuerda con mayor claridad es de tres exploradores viajando por África en una avioneta, que de repente se desviaba por una tormenta, sufrían un accidente terrible y tenían que enfrentarse a una pradera llena de leones.
Imaginar y crear mundos nuevos le parecía fascinante. En sus vacaciones en la finca se la pasaba escuchando los relatos fantásticos de brujas, duendes y espantos que le contaban los trabajadores del lugar. Estas historias fueron su preparación para la lectura de grandes obras literarias, con las que comprendió la función de la literatura: abrirle al lector un nuevo mundo de situaciones donde todo puede pasar, sin que exista una explicación lógica o que tenga que ser cierto.
Cuando Hoyos tenía alrededor de 17 años y estaba en Medellín pasando vacaciones con su familia, se percató de que su hermano había leído “Rayuela” de Julio Cortázar, una novela de más de 800 páginas, en solo tres días. Se preguntaba: “¿Y cómo será este libro para que mi hermano lo termine a los tres días?”.
En esa etapa de su vida, Hoyos seguía enfocado en la ganadería y se olvidó de esas inquietudes hasta que lo alcanzaron unos años después. Por una razón que Hoyos no recuerda, terminó una mañana en la librería de su colegio, Los Nogales, sacando el libro de cuentos de Cortázar, “La Colección de Jorge Luis Borges”. Lo llevó a casa, entró al cuarto de su hermano y le dijo: “Mire lo que saqué. ¿Por dónde arranco?” y su hermano le dijo que iniciara leyendo “Continuidad de los parques”, y, después, “Casa tomada”. Al finalizar esos dos cuentos, la pregunta inicial de Hoyos se había resuelto, a medias: entendió que Cortázar era un excelente escritor, y que debía seguir con Rayuela.
Ese impulso de la curiosidad terminó en un interés absoluto por los libros. De hecho, unos meses después, cuando por fin leyó “Rayuela”, el libro lo llevó a estudiar Literatura y, años más tarde, sería esa misma obra el eje para escribir su tesis doctoral. En esta, Hoyos señala: “A través de las temáticas surrealistas, Rayuela se propone como una de las más certeras, complejas y novedosas novelas cuyo propósito, entre muchos otros, es el de consagrar a París como un espacio laberíntico al cual es fundamental acceder mediante otro tipo de pensamiento. Será en su atravesamiento que encontraremos, de nuevo, la gran metáfora del yo en movimiento”.
La literatura se instaló en Hoyos como se instala París en quienes la recorren, y como siempre lo hacen los buenos libros con los lectores atentos.
Alternando las gafas de la razón con las del asombro
Por obvias razones, Hoyos asegura que “Rayuela” es su libro preferido, aunque después de leerlo innumerables veces para realizar su doctorado en Barcelona, se alejó de él por unos años. La cuestión es que le es difícil tenerlo lejos de sí. Entender a los personajes le permitió darse cuenta de que para vivir es necesario soltar. Comprendió que Horacio Oliveira, protagonista de la novela, es un tipo “hiperlógico”, quien debe saberlo todo, ponerle atención a cada cosa que ocurre en el mundo, a cada palabra que piensa, a cada emoción que siente y no es capaz de soltar nada. En esa obra también está La Maga, el gran personaje de Rayuela, una mujer sencilla y quien muestra que el conocimiento no es importante para experimentar la vida, y tiene todo lo que el Club de la Serpiente está buscando: saber insertarse en el presente.
“La Maga oía hablar de inmanencia y trascendencia y abría unos ojos preciosos que le cortaban la metafísica a Gregorovius. Al final llegaba a convencerse de que había comprendido el Zen, y suspiraba fatigada. Solamente Oliveira se daba cuenta de que la Maga se asomaba a cada rato a esas grandes terrazas sin tiempo que todos ellos buscaban dialécticamente.
—No aprendas datos idiotas —le aconsejaba—. Por qué te vas a poner anteojos si no los necesitas”, escribió Cortázar.
En el libro, al igual que en el día a día, piensa Hoyos, todos están demasiado aferrados a un saber, a una teoría, y están dispuestos a existir a partir de ella. “Pero la Maga no la tiene”, dice Hoyos, quien usa gafas permanentes por su miopía y también lleva puestas otras gafas sobre esas: las del asombro, que procura alternar siempre con las de la razón.
Para Hoyos, el mundo se ve mejor manteniendo dosis de realidad en cantidades justas. A él no le interesa la literatura para mantener conversaciones en las que pueda presumir de intelectualidad o por cumplir con una serie de deberes culturales, sino para llevar lo que cuentan los libros a las situaciones de su vida.
“Quien ve desde la esquina de un salón oscuro que solo tiene una pequeña luz en la mitad, no observa lo mismo que alguien que está en el centro”, afirma.
Paredro: Sentarse cerca
Además de profesor y crítico de literatura, Hoyos es un promotor de lectura y cultura. La prueba de ello es Paredro, un podcast que empezó en el medio 070, de la Universidad de Los Andes, pero que después se afilió a la Fundación Gratitud, fundada por Hoyos y el cantante colombiano Juan Fernando Fonseca, que busca fomentar el acceso del arte a poblaciones vulnerables como herramientas de transformación social.
El nombre Paredro sale de un libro de Julio Cortazar: 62/ Modelo para armar. En el libro, no se sabe lo que significa “paredro”. Un día es esto y al otro día es otra cosa. Decidió utilizarlo y luego se dio cuenta que significaba “sentarse cerca” en griego.
Con el podcast no busca miles de likes, no tiene nada de académico y desde junio de 2020 hay episodios semanales. Cada libro que Hoyos presenta en su podcast es uno que ha leído y que ha logrado relacionar con su vida. El éxito de su programa no son los personajes entrevistados, sino la cercanía con la que Hoyos conduce sus entrevistas, contextualizando al oyente a través de citas textuales extraídas de la obra y realizando preguntas que permiten conocer a mayor profundidad al autor y sus motivaciones a la hora de escribir. Los episodios, más que entrevistas, son conversaciones fascinantes de escuchar.
A futuro, Hoyos quiere que Paredro pase de ser solo un podcast a un centro de promoción de lectura y escritura, donde todos los que se acerquen tengan la posibilidad de aprender a escribir y no necesariamente como grandes novelistas, sino que puedan hacerlo para ellos, como un ejercicio personal. Considera que siempre será mejor leer un libro y saber escribir que no hacerlo. Y es por esto que otro de los objetivos con Paredro es poder apoyar otros pequeños promotores de lectura que necesiten difusión para llegar a más personas.
Detalles y diez pares de zapatos
A sus 43 años, Hoyos habla de la paternidad como el gran regalo de la vida. Aunque nunca pensó en ser papá, siempre supo que, de serlo, se esmeraría en estar presente. Con Juanita González, su esposa, tiene tres hijos, de 11, 9 y 5 años. Hoyos cuenta que su papá solía estar ausente por su trabajo. Él, en cambio, queriendo ser lo contrario, dice que es la vida como padre la que lo ha alejado de muchas actividades sociales y laborales. Desde el primer embarazo de su esposa, recuerda que le cantaba mucho a su panza, para que el bebé en camino se acostumbrara a su voz.
Su esposa y sus tres hijos lo definen como un padre amoroso y tranquilo, “que nunca se pone bravo”. Desde su rol de profesor anima a leer lo que más se pueda. Como padre dice que no lo impone como una obligación, como tampoco lo hicieron con él. De vez en cuando les pide a sus hijos que le muestren los libros que están leyendo y un resumen de los mismos. Sin embargo, nunca les ha dicho que lean en las noches o los fines de semana.
Hoyos es quien los alista para ir al colegio, les hace el desayuno, les da los medicamentos cuando están enfermos y está con ellos casi todo el tiempo. Como familia, siempre intentan viajar por carretera, así que nunca van ligeros. Cada uno debe llevar dos pares de zapatos y deben arreglarse para que quepan en el baúl. Y ahí es donde comienza a replicarse, como una adaptación amorosa del pasado, la génesis de lo que se ha vuelto el sentido de sus años: escuchar y compartir historias.