“La Invención de los sexos: cómo la ciencia puso el binarismo en nuestros cerebros y cómo los feminismos pueden ayudarnos a salir de ahí”, de Lu Ciccia, es, fundamentalmente, una historia de la ciencia desde la perspectiva de los estudios de género; aunque intentar categorizar este texto es un acto de injusticia con su contenido.
El estudio que lo sustenta es frontalmente crítico con el proyecto social que significó la ciencia; sin embargo, al final reafirma el primer precepto del método científico, hacer una pregunta, “dudar”, eso sí, desde una perspectiva materialista, como bien lo aclaró su autora.
Lu Ciccia es doctora en Estudios de Género de la Universidad de Buenos Aires, pero su formación de base proviene de la Biotecnología. Para ella, los laboratorios de las llamadas “ciencias duras” no resultan un espacio misterioso; no obstante, cuando comenzó a investigar los secretos de las neurociencias, se percató de un hecho que cambio su trayectoria profesional para siempre.
Las pruebas de laboratorio no usan ratones hembra, pues temen que “sus ciclos hormonales interfieran con las variables de los estudios”, por eso, son destinadas exclusivamente a la reproducción. Una afirmación que la investigadora se propuso cuestionar.
El resultado, 252 páginas en las que busca explicar cómo la ciencia configuró nuestro entendimiento de los géneros; pero en las que también aborda cómo la ciencia fue utilizada para perpetuar las injustas diferencias sociales entre hombres y mujeres.
Leamos habló con ella, en el marco de la promoción de su texto en la Feria Internacional del Libro de Bogotá. Para empezar la conversación partimos por un video viral en TikTok. En el material, un hombre define a la mujer como una “hembra adulta humana” y también asegura “podemos desenterrar sus huesos 100 años después, no podemos saber en lo que creían, pero sí el sexo que eran”.
La frase la horroriza, pero sirve de introducción para la primera pregunta.
— ¿Cómo nuestros prejuicios han alimentado la ciencia y cómo la ciencia ha alimentado nuestros prejuicios?
— Efectivamente, no es algo unidireccional, de ninguna manera. Tenemos la creencia histórica, incluso alimentada por los estudios de género, de que la ciencia impone el saber; como que hay un discurso hegemónico o una autoridad epistémica que nos dice cómo es el mundo y nosotres, pasivamente, somos receptores de esa descripción y la encarnamos.
Esto desde el materialismo (yo suscribo el materialismo feminista) es muy problemático, porque lo que decimos es que siempre hay una simultaneidad. Acá podemos pensar que hay una simultaneidad entre el discurso científico y nuestras prácticas, nuestro imaginario social no es un receptor pasivo, sino que somos agentes activos de eso que pensamos que es una descripción neutral del mundo.
— Eso es un poco lo que pasa en el vídeo, ¿no?
— Totalmente, lo que está diciendo este chico (el del video), su afirmación de que una mujer es la hembra adulta que tiene órganos reproductivos femeninos, hace parte de una serie de afirmaciones hechas desde una biología que se empieza a desarrollar en el siglo XVII, cuya descripción no se vincula con la búsqueda de la verdad, sino con premisas que legitimaran desde la biología los roles sexuales.
Lo que significó subsumir a la cis mujer heterosexual en la esfera doméstica y generar una suerte de imaginario donde suponemos que el espacio público es propiedad de la cis masculinidad heterosexual blanca.
— Las diferencias entre las razas también fueron justificadas desde la ciencia, pero en la actualidad nadie sostiene “públicamente” que existan diferencias entre personas de distinta racialidad ¿Por qué no pasa esto con el género?
— Justo en el libro doy cuenta de una falta que tengo: profundizar la relación entre los procesos de racialización y las relaciones de género hasta la actualidad; pero sí cito a las personas que lo trabajan, uno de ellos es Dau García Dauder, que demuestra cómo la intersexualización de los cuerpos estuvo atravesada por la racialización.
Acá tenemos muchos factores, el primer punto es que la raza es indisociable del género, están intrínsecamente ligados desde la Modernidad y la relación está consolidada a partir del siglo XIX; al mismo tiempo, hoy tenemos un discurso racista y sexista que se enmascara en un lenguaje críptico, habilitado por la profundización técnica y tecnológica, que siguen dando cuenta de la racialización.
En América Latina hay procesos muy singulares. Autoras y autores hablan del régimen del mestizaje. El mestizaje como una suerte de sujeto que conforma el Estado-Nación, como una suerte de segundo blanco, ante la imposibilidad de la blanquitud. Además, este proceso de mestizaje lo caracterizan como una forma de enmascarar las comunidades más vulnerables, que son las afrodescendientes y las comunidades indígenas.
Es muy complejo, y cuando priorizamos el género tenemos que tener en cuenta que privilegiamos una mirada blanca de como los cuerpos están jerarquizados en aquello que privilegia nuestra mirada social, porque el género siempre ha sido un factor de dominación para la cis mujer blanca heterosexual occidental, por supuesto que es algo que permea la subjetividad hoy.
Hay una reproducción simbólica de todes en relación con las relaciones de poder en torno al género, no hace falta ser blanca, mestiza, negra, indígena para reproducir o no esa lógica jerárquica, por eso hablamos de lo simbólico. No importa a quienes encarnamos, sino cómo, con que valores.
— ¿Cómo la Ciencia puso el binarismo en nuestras cabezas?
— Mi punto de partida es: cuando creemos que hay un tipo de dato biológico natural, como este señor supone (el del video), estamos reproduciendo un sesgo androcéntrico, que es la mirada cis masculina, adulta, blanca, heterosexual, propietaria, a partir de la cual entendemos el mundo. Entonces acá hay una suerte de incoherencias, hacer una analogía entre hembra y mujer cuando son dos planos ontológicos de la realidad.
Mujer remite a una categoría que tiene un orden relacional que, de ninguna manera ,es un dato natural. Yo siempre sugiero el mismo experimento mental. Digamos si nací sola en una isla, no hay nadie de mi especie, me miro la genitalidad, veo una vulva y digo mujer, evidentemente estoy delirando.
Nadie va a pensar que eso es cierto, porque no hay una codificación genética que me haga mujer. Ahí tenemos una cuestión que tiene que ver un montón de parámetros socioculturales, económicos, políticos e históricos.
— ¿Por qué resulta ser una verdad incuestionable para las personas?
— Tenemos una muy mala interpretación de lo que es la biología. Cuando hablamos de la categoría hembra como si fuera una suerte de categoría natural que está exento de sesgos androcéntricos.
Cuando decimos macho estamos teniendo una significación, ¿que entendemos por macho?, y ¿que entendemos por hembra? Que es esa cuestión de la educación del cuidado. En segundo lugar, a partir de esas dos categorías se asume una biología homogénea, hacia dentro de cada una de esas categorías. Es decir, cuando yo digo macho, estoy asumiendo que hay una suerte de características vinculadas con la reproducción y, al mismo tiempo, que esas van a definir otras, como, por ejemplo, el peso, la altura, la fuerza física, la agresión.
Acá, además, tenemos una falsa equivalencia en lo que son parámetros biológicos y estados psicológicos, como, por ejemplo, la fuerza y la agresión, entonces tenemos un discurso que es reduccionista.
Muchas autoras, yo incluida, discutimos esta interpretación de la biología, afirmamos que no es una descripción real, sino una descripción normativa; una afirmación que reglamenta cómo los cuerpos tienen que ser, pero no refleja lo que somos en términos biológicos. Somos plásticas las personas. Nuestra especie es la especie más plástica, es decir, nuestra biología cambia a través de nuestra experiencia, y el cerebro, por supuesto, es el órgano más plástico que tenemos. En esa idea de plasticidad parece anacrónico afirmar que hay cuerpos susceptibles de ser categorizados a partir de una genitalidad externa.
— ¿Cómo opera el sistema?
— Lo que hacemos es caracterizarnos por lo externo, vemos la genitalidad y suponemos que hay un tipo de gónada que genera ciertas concentraciones de testosterona, entonces, creemos que hay mayores niveles de esa hormona en las personas que tienen testículos. Este discurso científico, que permea el imaginario social también asume que a partir de esos niveles de testosterona, podemos identificar un tipo de cerebro.
Esto es muy interesante, porque la idea de dos cerebros viene entonces desde la Modernidad, cuando se consolida el positivismo y el cerebro se va a convertir en la sede de la mente.
Cuando hablamos de mayores concentraciones de testosterona se implica un cerebro masculino. Este discurso asume que esa masculinización va a implicar ciertas capacidades cognitivas y conductuales. No estamos hablando de que, supuestamente, esas concentraciones de testosterona van a tener algún tipo de influencia en la masa muscular magra, que también es problemático.
Pero afirmar que la testosterona va a definir, por ejemplo, la orientación sexual, la identidad de género de una persona, las capacidades de abstracción, la capacidad para la conducta de juego es muchísimo más problemático.
Esto es lo que dice el discurso científico desde el siglo XVIII. Entonces, cuando tenemos un discurso actualizado en clave molecular que sigue sosteniendo esos presupuestos, pero que nunca los ha corroborado, tenemos en consecuencia un sistema estructural que reproduce sesgos androcéntricos.
— Cuando se habla de transformaciones en los paradigmas científicos hay resistencias, pero en el caso del género son mucho más férreas ¿Qué dice esto de nuestra sociedad?
— Bueno, justamente nos dice que estamos en una sociedad que naturaliza ciertas lecturas de los cuerpos, que de alguna manera son cómodas. Cuando hablo de comodidad no estoy sugiriendo que seamos felices, porque en esa comodidad incluyo a los cuerpos feminizados que, por uno u otros motivos, nos corremos de esta corporalidad androcéntrica, que es la hegemónica.
Pero en esa comodidad lo que tenemos son certezas y yo lo que pretendo mostrar en el libro es que esa certeza tiene que ver con la modernidad. Cuando cambia el sistema de creencias, cambian las certezas, como explica Kuhn.
Quizás lo más emblemático antes era la creencia en Dios, que brindaba certezas sobre el mundo, pero, fíjate que la biología hoy tiene esa función, es otro dogma este discurso científico. Aquí hay fanatismo y reside la real ideología, cuando se hacen afirmaciones sin evidencia, o aunque haya evidencia que demuestre lo contrario, tenemos un discurso que parece sólido, indiscutible e impermeable, como lo era la creencia en Dios en un momento.
Este orden nos da sentido, lo que nos dice es: “nosotros tenemos sentido, no tengo la responsabilidad de cuestionarme quién soy y qué me gusta. Si nací con cierta genitalidad este es mi lugar en el mundo, entonces es una negociación, porque eso aplasta mi subjetividad en un sistema binario.
Tenemos que afrontar que la genitalidad no es productora de parámetros de relevancia clínica, el sexo es una mala categoría como punto de partida. Es problemático seguir reproduciéndolo en la arena biomédica.
— El libro es una revisión critica de la historia de la ciencia, pero, de alguna forma, se refuerza el principio científico de la duda ¿Cúal es el llamado a los lectores?
— La duda, pero no en un sentido cartesiano, sino en un sentido materialista. Debemos dudar de aquello que nos describe y se presenta como algo natural, que da respuestas como: así son los cuerpos. Mira hay un ejemplo que me gusta mucho, porque me parece motivador para poder dudar.
Si hoy hubiera baños distinguidos por raza, uno para la gente negra, otro para los indígenas, otro para los blancos y mestizos, como lo hacia las leyes de Jim Crow, nos escandalizaría, porque, claramente, la raza no es un hecho natural, sino ideológico. ¿Qué diriamos?, ¡que es algo terrible!
Entonces ¿por qué nos parece normal la división por género? pueden haber migitorios e inodoros juntos y no pasa nada, hay gente con pene que hace pis sentada y no pasa nada. Entones ¿por que funciona así? Ahí opera todo un sistema de vigilancia de género, se supone que los hombres son más sucios o que las mujeres pueden ser violentadas, pero, como sabemos, los baños son el espacio que registra menores casos de violación.
Sobre esos supuestos hicimos un aparato, producción tecnológica y esto también lo han descrito muchas y muchos autores, Paul Preciado es uno de ellos, que hablan del género como una normativa de vigilancia.