Pablo Picasso murió el 8 de abril de 1973. Con su muerte acabó uno de los momentos más prolíficos de la pintura, el malagueño, según el catálogo razonado de Zegros, dejó más de 16.000 obras entre pinturas, dibujos, esculturas y cerámicas. Fue un pintor precoz, un niño pintor. Su primera pintura es de cuando tenía ocho o nueve años, un picador en una corrida de toros.
Con 14 años ingresó a la Escuela de Bellas Artes de Barcelona, después iría a la Real Academia de San Fernando en Madrid, pero duraría mucho allí. Para 1900 viaja por primera vez a París, la ciudad desde donde, años después entre los años diez y los veinte, conquistaría el mundo, influyendo, para siempre, en la pintura que vino después de él.
Al morir, todo el mundo lloró su partida, uno de los últimos grandes genios de la pintura desaparecía. Bueno. No todo el mundo supo de su muerte. Patricia Fernández no se enteraría hasta que el Museo Nacional, en 2000, inauguró la primera y única gran exposición de Picasso en Colombia, que sirvió de escenario para una de las escenas más cómicas de Yo soy Betty, la fea, la obra maestra de Fernando Gaitán.
Betty, la Fea, y Picasso
Para ponernos en contexto, porque esta escena de la telenovela sucede con la historia bien avanzada. El romance entre Beatriz Pinzón, Betty, con Armando Mendoza, su jefe y presidente de Ecomoda, para entonces, entraba en su etapa más dramática. Betty estaba por descubrir el plan de Armando y de Mario Calderón, vicepresidente comercial de Ecomoda, para garantizar la lealtad de Betty luego de crear una compañía que los embargaría antes que los bancos, a los que les debían varios millones de dólares.
El día de la exposición, que en la novela ocurre justo después del cumpleaños de Betty y de la primera vez que ella y Armando tienen sexo. Entonces, Armando revela, en un comité con Hugo Lombardi, el diseñador de Ecomoda, que su compromiso con Marcela Valencia sigue en pie y que la boda será en septiembre. También ese día, la modelo Adriana Arboleda, uno de los tantos amores platónicos de Armando, visita la empresa.
Betty, ante tantas noticias malas, y entristecida ve llegar a Catalina Ángel –suerte de hada madrina que rescata a Betty del abismo–, que fue a invitar a los empleados del área administrativa de la empresa a la exposición de Picasso en el Museo Nacional. Betty acepta la invitación, junto al Cuartel de las feas. Ya de noche, llegan al museo y, junto a Catalina Ángel, que les sirve de guía, recorren la exposición.
Armando, que notó la tristeza en Betty e instigado por Calderón, que como un tábano le recordaba la existencia de Nicolás Mora y la paranoia de que les podría robar la empresa, la persigue hasta el Museo Nacional para escaparse con ella una vez más.
Hasta aquí el contexto.
Patricia Fernández y Picasso
La protagonista de la escena no es Betty ni Picasso, es la arribista secretaría de presidencia y amiga de Marcela Valencia, Patricia Fernández. Con Marcela, Patty llegan al museo justo cuando el recorrido que Catalina Ángel le hace a los empleados de Ecomoda va a terminar.
Catalina, junto a Hugo Lombardi, el diseñador de Ecomoda y declarado enemigo natural de Betty, comentan la última obra de la exposición. En ese momento, Marcela, escoltada por Patricia, llega diciendo: “Definitivamente, este es una de las pinturas más bellas de Picasso. ¡Es la que más gusta!”.
Patricia, para no quedarse atrás, se suma diciendo: “En cambio, a mí, sí todo Picasso me encanta. ¡Es que no hay un cuadro de él que no me fascine, Cata! Es más, es que yo estoy como loca por ver la próxima exposición. ¿Tú sabes cuándo Picasso planea sacar sus nuevas pinturas?”
Hugo, que estaba detrás de Patricia y Marcela, abre los ojos y la boca, incrédulo ante la ignorancia de su amiga. Pero este era solo el comienzo, Patricia se regodearía en su desconocimiento, volviendo la situación cada vez más graciosa e incómoda, para ella, claro.
—Patricia, creo que no se va a poder porque Picasso ya murió–, le contestó Catalina a Patricia, mientras el cuartel de las feas, Freddy, el mensajero, y Wilson, el celador, se rompían en risas. Hugo y Marcela, avergonzados, se consolarían el uno al otro ocultando su risa de su amiga.
—Y eso, de repente, Cata. ¡Increíble! ¿Cómo así? Yo no me enteré, ¿eso debió ser hace muy poco?
—1973.
—¡Ay no, pues! Pero, ¡qué tristeza!, que un hombre tan inteligente y con tanta plata, pues... ¿por qué él tuvo mucho plata, no Cata?, me imagino... se haya muerto, así, de repente y que nadie se haya enterado.
Hugo remata el diálogo con uno de sus mejores apuntes: “Sí, no. Casi nadie: la bicoca del globo terráqueo, no más”, que destornilla de la risa al Cuartel de las feas. Catalina, prudente como es, disimuló su risa.
—¡Ay Marce! ¿Sabes qué? Estoy muy cansada, ¿por qué no nos vamos?
La escena continúa con Marcela y Patricia haciéndole cacería a Armando y a Betty, que se habían escapado, primero al segundo piso del museo para hablar, y después en busca de un lugar donde pasar la noche. Este sería el apartamento de Calderón. Allá, Betty le confesaría a Armando su primera gran decepción amorosa, que provocaría en despiadado empresario el remordimiento al ver que su estrategia de seducirla no difería mucho de la apuesta que hizo ese primer novio de Betty de acostarse por ella.