Que paliza se llevó el presidente de Ecuador, Guillermo Lasso, en las elecciones del pasado domingo. Las razones de lo sucedido son múltiples, y las trataré de explicar, pero el resultado tiene un solo ganador: el condenado expresidente Rafael Correa.
La primera razón es la situación económica que, tanto su predecesor, Lenin Moreno, como el mismo Lasso tuvieron que afrontar. Correa dejó un país quebrado, empeñado a los chinos con algunas obras de infraestructura que se están cayendo a pedazos, como la hidroeléctrica Coda Codo Sinclair, que iba a costar 900 millones de dólares y acabó costando 3.3 mil millones; su cuarto de turbinas tiene 8 mil fracturas, 54 de las cuales son imposibles de arreglar.
Esta quiebra fiscal y de deuda (no olvidemos que los chinos cobran hasta el último centavo) los llevó a acudir al Fondo Monetario Internacional (FMI). Lasso logró recortar el deficit del 7 por ciento del PIB al 2 por ciento, pero no supo manejar el apretón, no se lo supo explicar al país; no distribuyó los cerca de 4.8 mil millones de dólares que el FMI como tocaba, no tuvo ni el olfato político ni la asesoría adecuada para entender lo que vivía el ciudadano ecuatoriano y, ahora, el país le pasa cuenta de cobro. Lasso, el banquero, gobernó como banquero, no se dejó ayudar y ahí están los resultados.
Algo parecido le sucedió al expresidente argentino Mauricio Macri. Recibió de Cristina Kirchner un país quebrado y, siendo un gran político, se demoró en tomar decisiones y en mejorar la situación. La crisis económica lo derrotó en las siguientes elecciones. Lasso no aprendió nada de este ejemplo.
El otro derrotado es Jaime Nebot, la gran fuerza política de Guayaquil, ciudad que transformó; allí su movimiento político, el Social Cristiano, gobernó durante 31 años. Pero las razones son otras. Falta de renovación política en el partido, además de las pugnas internas que allí se dieron. Muchos de los cuadros de la colectividad no se identificaron nunca con la alcaldesa de la ciudad, Cynthia Viteri; líderes importantísimos se fueron y le resquebrajaron el voto. Un ejemplo: un candidato a la alcaldía de Guayaquil que era del partido de Nebot, Pedro Pablo Duart, obtuvo un 15 por ciento de la votación.
Dos lecciones hay para la derecha en estos casos: primero, ir unidos. En Quito ganó el candidato de Correa con un 25 por ciento de los votos; la división le abrió el camino. En Colombia, las alcaldías de Bogotá, Cali, Medellín y Barranquilla deben tener un solo candidato de centro o de centro derecha. Crear las condiciones para seleccionar un candidato es indispensable, ya.
La otra gran derrota, más peligrosa aún, en esas elecciones fue la del referendo. A la pregunta de si autorizaban extraditar narcotraficantes y corruptos, los ecuatorianos votaron no. ¿Qué tanto hubo de influencia de los narcos (hoy un poder inmenso en ese país) en ese voto? aún no lo sabemos, pero se sabrá y, la verdad, además del voto de rechazo a Lasso, que ayudó de gran manera a ese NO, lo cierto es que hoy Ecuador, junto a Venezuela, se va a convertir en paraíso de narcos. Sin extradición, sin sanciones y con una economía dolarizada, Ecuador ahora es el sueño de Pablo Escobar.
En Ecuador se siente la violencia que el narcotráfico trae. Ya hay zonas donde no llega la autoridad y son de control absoluto de los capos. Esmeraldas, el sur de Guayaquil, el noroeste de Guayaquil y gran parte de Durán están en manos de los delincuentes. A lo largo y ancho de la costa ecuatoriana se siente la presencia de los traficantes, pues por ahi sale la coca. Todo esto, con ese voto, incluyendo la violencia, se va a empeorar. Vienen tiempos terribles para Ecuador.
Finalmente, Correa ganó la elección en una institución que él mismo creó para controlar todo el aparato del Estado y los demás poderes: el Consejo de Participación Ciudadana y Control Social, un instrumento vital que nombra Fiscal, Contralor, Superintendencias y más de 70 de los funcionarios de primera línea del Estado. El referendo lo quería acabar, al dejarlo sin nombramientos, y los ecuatorianos dijeron no y, si bien Correa no no tiene la mayoría, la institución sobrevive y es un instrumento que puede utilizar.
Ojalá Lasso, que tiene grandes reservas monetarias, entienda que debe usarlas para armar una policía que pueda combatir a los narcos y, de paso, darle seguridad a una ciudadanía que hoy sufre una violencia nunca vista en ese país. Hoy la pobreza de su aparato de seguridad es lamentable. Lasso debe entender que la lucha para que Ecuador no sea un narcoestado apenas comienza y que, para ser efectivo, se deje ayudar y deje de lado esa manera de gobernar “ineficiente y pedante”, como la llama su asesor en la campaña del 2021, Jaime Durán Barba.
Pero no todo está perdido. Correa tiene un 25 por ciento de apoyo, pero tiene un pasado que lo persigue. Ya dijo por twitter que Lasso no debe terminar su período, y le va a hacer la guerra con todo con el fin de tumbarlo, pues Correa sabe que solo en el caos él tiene opción de sobrevivir políticamente.
En este escenario, a Lasso le quedan dos años para voltear la marea. Debe “gobernar, gobernar, gobernar y no solo fijarse en la macroeconomía”, me dice una amiga política ecuatoriana. “Dejar de lado su soberbia y buscar aliados”, me dice otro amigo periodista. “Correa dejó el poder una vez, pero dos, ya no”, me dice otro conocedor de la política ecuatoriana. Lasso debe entender que lo que está en juego es el futuro de la democracia en su país.
Aliados hay muchos, empezando por Nebot y Lenin Moreno, si Lasso se deja ayudar; además, hay una infinidad de líderes y candidatos que sacaron la cara y buenas votaciones en las elecciones del pasado domingo. Hay exgobernadores y funcionarios del gobierno anterior, empresarios, líderes sociales, y a todos los debe recoger. En ese 75 por ciento de ciudadanos que no está con Correa hay una gran coalición que es necesario construir en estos dos años.
Guillermo Lasso debe entender que sus primeros dos años fueron un fracaso rotundo, que como hizo las cosas no funcionó y que tiene que hacer cambios de fondo. ¿Será que sí lo hace? El ego de los políticos es tan grande, pero el futuro de Ecuador está en juego. Ojalá lo haga.