Esa mancha de verdes enmarcada por la plaza de toros La Santamaria de Bogotá, el Planetario y la carrera quinta es el parque de la Independencia. También está conectado con el del Bicentenario y por medio de este al Museo de Arte Moderno de Bogotá y la Biblioteca Nacional, que sirven de entrada al centro de la ciudad.
El parque de hoy no es el mismo que se inauguró en 1910 cuando se celebraron los primeros 100 años del grito de la Independencia. 100 años de la pelea por el florero de Llorente y toda la mitología que se construyó alrededor. 100 años de la Patria Boba. 100 años de independencia. 100 años de soledad que aún no se escribían. Para celebrar el primer centenario de la independencia se inauguró el Parque de la Independencia cerca a la iglesia de San Diego y en diagonal al Parque Centenario –por el centenario del nacimiento del Libertador y hoy desaparecido– y al extremo norte de la ciudad.
Caminar por el parque es como entrar en un pequeño bosque urbano, hay palmas de cera, grandes eucaliptos, pinos, cauchos y acacias y en los últimos años se han plantado pino romerón, chicalás, sangreados y más palmas de cera. Caminar por el parque también es encontrarse con una concha acústica, un gimnasio al aire libre –de esos que se han ido instalando por todos los parques de la ciudad– que reemplazó al viejo carrusel que miraba al Planetario y a la plaza de toros.
Deambular por el parque es sentarse a ver los edificios del centro internacional, que se filtran entre los árboles, o ver la gente caminar y a otros fumar marihuana, hacer ejercicio, ver a una que otra pareja que escoge el parque como testigo de sus amores, ver oficinistas que almuerzan en alguna de las plazoletas del parque, o en las sillas que están por los bordes de los senderos que atraviesan el parque desde la carrera séptima hasta la quinta.
El nacimiento del parque y las exposiciones nacionales
La idea de construir un espacio para celebrar el centenario de la Independencia, que se haría con una gran Exposición Nacional, comenzó en 1907, cuando todavía era presidente el general Rafael Reyes, el primero elegido después de la Guerra de los Mil Días, que enfrentó a liberales y conservadores entre 1899 y 1902 y que precipitó la independencia de Panamá —con la ayuda de Estados Unidos—. Como parte de los intentos del general Reyes por pacificar y reconstruir un país destruido por la guerra más cruenta que había vivido el país —hasta el momento—, se organizaron las conocidas entonces Exposiciones Nacionales. Una en 1907 y otra en 1910, la segunda la más importante al coincidir con el centenario de la independencia.
Y si bien no fueron las primeras que se realizaron en el país, pues fue, según recogen en un documento del Instituto Distrital de Patrimonio Cultural de Bogotá, realizada en noviembre de 1841, pocos años después de que la Gran Colombia se disolviera para que Venezuela, Ecuador y la Nueva Granada siguieran sus destinos por separado. El objetivo de estas exposiciones, que se fueron sucediendo durante el siglo XIX sin una regularidad determinada, era, según recogió en su momento el periódico El Día, “fomentar y robustecer la moral pública y privada”.
Estas exposiciones, al no tener una periodicidad determinada tampoco tenían un sitio fijo en el que se desarrollasen, por lo que la administración municipal y el Gobierno nacional fueron valiéndose de distintos edificios de la capital para acoger las exposiciones: el claustro del colegio de San Bartolomé, el Salón de Grados (hoy Museo de Arte Colonial) y el convento de Santo Domingo, así como el patio de la Escuela de Bellas Artes fueron algunos de los lugares que acogieron las Exposiciones Nacionales durante el siglo XIX.
Volviendo a 1907, el presidente Rafael Reyes –que después embriagado de poder quiso instaurar una dictadura como la de Porfirio Díaz en México, un asunto para otro día–, por medio de la ley 39 se decidió que la celebración del centenario de independencia colombiana se realizaría con un acto público: la Exposición Agrícola e Industrial de 1910.
Pero antes de llegar a 1910, en la Exposición de 1907, que también se realizó en el marco de la celebración del grito de independencia, sirvió de antecedente y ensayo para la siguiente, la más grande, la más importante hasta la fecha. Por lo que se construyeron algunos pabellones en el Bosque de San Diego, que alojaron productos de las industrias cervecera, tabaquera, chocolatera y molinera, además de muestras de industrias menores como la de los jabones o las velas.
También sirvió, la Exposición de 1907, para que el presidente Reyes se vanagloriara de los resultados de sus tres años de Gobierno y que, según el Instituto Distrital de Patrimonio Cultural, llegó a “compararse el significado del 20 de julio de 1810 con el del 7 de agosto de 1904 (fecha de toma de posesión de Rafael Reyes como presidente), señalando con ello un “renacimiento” económico, político y administrativo del país en un clima de concordia”.
Pero volviendo a 1910, entre el 15 y el 31 de julio Bogotá se convirtió en el escenario de la celebración del primer centenario del grito de la independencia. La nación cumplía un siglo y para el festejo se organizaron desfiles militares, misas, inauguraciones de bustos y monumentos públicos, además de funciones de ópera y cine.
Un parque para celebrar el centenario de la Independencia
Al finalizar la primera década del siglo XX, Bogotá vivía una suerte de edad dorada y el optimismo ante un nuevo siglo, que despuntaba con una ilusión de progreso que se vio materializada en la Exposición de 1910 y que maravilló a los bogotanos que, durante los quince días que duró, celebraron no solo la independencia si no otras fiestas que se decidieron agrupar para que el festejo fuera mayor, más apoteósico.
Como suele pasar, la organización de la exposición no estuvo exenta de traumatismos y discusiones, una de las más sonadas en la época fue la escogencia del lugar que la debía acoger. Había entonces dos opciones, una que no fue y la que fue y que significó un tire y afloje entre la Comisión organizadora de la exposición y algunos sectores de la sociedad bogotana.
Para la comisión el lugar ideal estaba ubicado al sur de la ciudad en la Hacienda de Tres Esquinas de Fucha, argumentando que si bien era una zona deprimida de la ciudad, con las inversiones que se harían para adecuar el terreno –construcción de edificaciones, mejoramiento de las vías y las condiciones sanitarias– para la exposición esta parte de la ciudad se vería beneficiada haciendo “poblado y céntrico lo que hoy es excéntrico y despoblado” según se leía en la Revista del Centenario.
Sin embargo, desde la prensa de entonces se cuestionaba esta decisión y se proponía, en cambio, que la exposición se realizara también en la periferia de la ciudad, pero al norte, en el sector de San Diego, que entonces era el símbolo del progreso y el movimiento en la capital colombiana, pues no solo contaba con buenas vías, sino que por allí también pasaban la línea del tranvía y del ferrocarril, lo que facilitaría la movilidad de los asistentes a la exposición.
Las autoridades siguieron insistiendo en que se realizara en Tres Esquinas, sobre todo porque el terreno era de la nación desde 1906, lo que significaría una reducción de costos en un presupuesto limitado, que ya estaba exprimido por el proyecto escultórico en bronce que desde el gobierno Reyes se había propuesto para exaltar los valores nacionales y al Libertador. Dicho proyecto constaba, además de una estatua ecuestre de Simón Bolívar, de cinco estatuas alegóricas de las cinco naciones que liberó Bolívar del yugo español, así como de 20 placas y 10 bustos de bronce de varios próceres de la independencia colombiana.
Este proyecto grandilocuente salido de la cabeza de un presidente embriagado de poder no se logró concretar del todo, pues solo se pudo contratar la comisión de las estatuas de Bolívar y del sabio Caldas en Francia. Otro de los monumentos que pudo financiar el Estado fue una estatua de Antonio Nariño, las demás piezas fueron financiadas por iniciativa privada –miembros de los clubes más exclusivos de la ciudad y representantes de gremios– y encargadas a artistas nacionales, y que serían instaladas por toda la ciudad.
Volviendo a los terrenos en los que se iba a realizar la exposición, la discusión quedó zanjada cuando Antonio Izquierdo, un próspero comerciante de tierras y urbanizador de la época, cedió gratuitamente los terrenos de lo que hoy es el parque de la Independencia. Acto que fue celebrado por la alta sociedad bogotana que se logró salir con la suya —ahora, podría decirse que esta es una de las muestras de cómo una parte de los bogotanos siempre ha despreciado el sur de la ciudad condenándolo al atraso, pero también podría no decirse—.
Con los terrenos asegurados y con varias de las esculturas encargadas, comenzaron las obras del parque de la Independencia en la parte sur del Alto San Diego, entre las hoy carrera quinta y séptima.
En el diseño original del parque, según Guía para recorrer los parques y jardines públicos de Bogotá 1886-1938, este estaba dividido por un camino principal en dirección occidente-oriente en dos sectores. El diseño de cada sector era diferente, probablemente porque en la zona sur existían más árboles antes de la creación del parque, sobre todo eucaliptos. En esta área se diseñaron jardines, en su mayoría geométricos.
Mientras que en el sector norte se construyeron los edificios para la exposición y con jardines asimétricos. Ahora, sobre el diseño del parque no se sabe, a ciencia cierta, a cargo de quién estuvo, pero hay fuentes que señalan al japonés Tomohiro Kawaguchi como el responsable.
Además de los jardines, también se construyeron varios pabellones, inspirados en los que hubo en las Exposiciones Universales de París, Londres y Chicago durante el siglo XIX, y que respondían al interés en lo exótico que se respiraba en occidente durante el cambio de siglo.
Por eso no es extraño que se idearan pabellones tan ‘extraños’ como el Egipcio, que evocaba y mezclaba elementos de varios templos del milenario Egipto o el Quisco de la Luz, que es una fiel reproducción del Petit Trianon de María Antonieta en Versalles, y que fue donado por los hermanos Samper Brush, que desde 1895 controlaban el abastecimiento eléctrico en la ciudad.
También se construyeron el pabellón de las Artes, con una fuerte influencia del art nouveau francés, el pabellón Industrial que evocaba la arquitectura oriental con cúpulas en forma de cebolla y el pabellón de las Máquinas, que con madera, imitaba esa arquitectura hecha en hierro que tanto caracterizó la revolución industrial en Europa.
El complejo expositivo lo completaba el quisco Japonés, que imitaba una pagoda, y el quisco de la música, en el que se organizaron presentaciones y recitales, según cuenta el escritor y amante de la historia bogotana Andrés Ospina, en una nota para el Canal Capital.
Además de los pabellones y quioscos en el parque se ubicaron la estatua ecuestre de Bolívar —que después se emplazaría en el desaparecido Monumento a los Héroes y que durante el estallido social de 2021 fue el epicentro de las manifestaciones— y un monumento a los Héroes Ignotos, dos esculturas traídas de San Agustín, además de un carrusel y pequeños establos.
El parque después de la Exposición de 1910
Finalizada la exposición, el complejo del parque de la Independencia se mantuvo en pie varios años más y a los pabellones se les impusieron nuevos usos, mientras que al parque se le fueron haciendo modificaciones y adecuaciones como parte de los incansables e infinitos cambios y reformas en las que se ha visto envuelta la ciudad desde entonces para adaptarse a su crecimiento desordenado y caprichoso.
Es así que en 1917 se instalaron en el parque bustos de mármol de Julio Arboleda y de José Eusebio Caro, mientras que entre 1919 y 1920 se instalaron un busto de Salvador Camacho Roldán y una estatua de Manuel Murillo Toro, y se construyeron balaustradas y fuentes.
Los años siguieron pasando y el parque cambiando, y para 1930 ya se habían demolido casi todos los pabellones de la Exposición de 1910, pues su mantenimiento y conservación representaba un gasto excesivo, mientras que algunos de los monumentos habían sido reubicados por toda la ciudad. El único que sobreviviría a la seguidilla de modificaciones y cambios tanto del parque como del centro de la capital, fue el Quisco de la Luz, que hoy sigue emplazado en el parque como un símbolo de una ciudad que tuvo esperanzas y sueños de grandeza a principios de siglo XX y que hoy procura mantenerlos vivos.
Para 1938, el parque vuelve a sufrir modificaciones y le fue cercenada una parte para la construcción de la Biblioteca Nacional, que se erigió para el IV Centenario de la fundación de Bogotá. Su última mutilación fue en los cincuenta cuando la administración del alcalde Fernando Mazuera iniciara las obras de la calle 26 que a la postre redundaría en la demolición del parque Centenario y la división del centro de Bogotá en dos y que con el parque del Bicentenario se volvería a juntar, para ser lo que siempre fue, uno solo, un solo corredor verde.
Hoy el parque de la Independencia es el producto del rediseño planteado por Rogelio Salmona que soñaba con unir las Torres del Parque con el Museo de Arte Moderno de Bogotá, sueño que se materializó en 2016, nueve años después de la muerte del arquitecto y seis de obras, además de varias polémicas, un cambio de diseño que estuvo a cargo del Equipo Mazzanti, pero esa es otra historia.
PARA VOLVER AL MAPA HAGA CLIC AQUÍ