La primera vez que Hugo Moyano inauguró junto a su tercera mujer Liliana Zulet el Sanatorio Antártida, en diciembre del 2009, su hijo Jerónimo tenía 11 años (ayer también lo acompañó desde la primera fila en la reinauguración) y él estaba a dos meses de cumplir 66.
Ya entonces colgaba en el centro del hall de ingreso una enorme araña de luces, las columnas estaban revestidas de símil mármol blanco e incluso habían colocado las butacas de cuero blanco en el auditorio donde ayer el secretario general de los choferes de camiones dijo que está entre los sindicalistas "que hacemos cosas". Impecable, según crónicas de ese año, como ayer.
Entonces fue el ministro de Salud Juan Manzur quien le elogió los quirófanos y las distintas salas como ayer lo hicieron el ministro de Trabajo, Jorge Triaca, y el vicejefe de gobierno porteño, Diego Santilli, tras recorrer las habitaciones para más de 300 camas, la unidad coronaria y las salas de terapia intensiva y pediátrica, entre otras.
Con la firma de Giozzo, dos retratos pixelados de Perón y Evita realizados con la técnica de mosaiquismo recibirán en el hall central a los futuros empleados y pacientes del sindicato de los Camioneros cuando abra las puertas realmente.
Desde aquel 2009 hasta esta nueva inauguración, algo más faltó: una rampa para discapacitados que ayer tuvieron que improvisar con la visita del ministro de Trabajo, Jorge Triaca, para que pudiera acceder con su silla de ruedas. Hubo una de madera sobre el hueco aparentemente dejado para un futuro ascensor. Cuando el acto terminó, fue retirada.
Para que arranque a funcionar definitivamente el Sanatorio faltan todavía por lo menos cinco o seis meses, según se comentaba en el cocktail de festejo.