“Oro negro”, repiten una y otra vez Inés Costa (38) y Emilia Vaca (38). Las amigas de la infancia transformaron juntas su hobby en el trabajo de sus sueños con el que también intentan concientizar a la sociedad y salvar el planeta a través del compost. En un año transformaron 140 toneladas de desechos en materia orgánica que se destinó a huertas productivas y plantas del hogar.
A principios de marzo del 2020, días antes de decretarse la pandemia, decidieron subirse al colectivo de emprendedores y llevan adelante una iniciativa con la que intentan generar un cambio social, cuidar el medio ambiente y el suelo. En este tiempo, además, crearon seis composteras barriales que sirven para nutrir dos huertas comunitarias en la localidad de Acassuso, provincia de Buenos Aires.
“Durante la pandemia, la gente en las casas tomó dimensión de los residuos que genera y quiso empezar a cosechar su propio alimento, entonces comenzaron a utilizar los desperdicios de su propia cocina para crear material orgánico. Las composteras fueron un boom en estos meses”, relató Inés.
Desde que iniciaron el proyecto, las amigas calculan haber reciclado 40 camiones de basura que significaron menos emisiones de gases, reducción en la contaminación ambiental y reutilización de los deseos para producir alimentos orgánicos dentro de los hogares.
“Esto era nuestra pasión y dejamos atrás nuestros trabajos para dedicarnos; cuando hay pasión es tan distinto todo, lo vemos ahora y comparamos con nuestros trabajos anteriores. Yo soy cero vendiendo, pero venderte una compostera para mí es más que un producto, lo vivo. El oro negro es un camino de ida, es no volver atrás”, explicó Emilia.
Ambas tienen admiración y devoción mutuas. Cuando una habla la otra escucha con atención y refuerza sus ideas. Antes de dedicarse a “juntar cáscaras de banana de cualquier lado para reciclar’', dice Inés, trabajaba en una óptica. Emilia, en tanto, en una compañía de medicina prepaga; trabajos a los que ambas renunciaron para correr tras los sueños de su vida.
“Tengo la suerte de tener una socia que va para adelante, creemos que hay un futuro enorme y en este momento está de moda el tema del reciclaje y cuidar el planeta. El compost trae beneficios para el ciclo productivo y de vida”, comentó Inés.
La dupla adapta módulos de plástico reciclado: les instalan canillas en la parte inferior del recipiente por donde se despide el líquido lixiviado o fertilizante que se diluyen en agua. A estos equipos también les adhieren bases y sobremesas de madera que sirven de apoyo para soportar el material orgánico que nutre la tierra. Para que el trabajo sea completo también agregan una bolsa con lombrices californianas que ellas mismas reproducen en un criadero.
Concientizar
“Buscamos respetar un poco el planeta porque antes no existía la comida rápida, un vaso descartable o una pajita, por eso, empezamos a concientizar sobre el plástico de un solo uso. Nosotras sentimos que tenemos la bandera puesta para informar a la gente sobre los residuos orgánicos; estaría bueno generar un cambio de hábito y repensar el consumo de la sociedad”, dijeron las socias.
Si bien se puede pensar que los cambios de hábito y la conciencia sobre los materiales no descartables es cosa de las nuevas generaciones, Inés y Emilia aseguran que tienen gente de la tercera edad que se dedica a compostar. “Tenemos gente de 70 años que es gente que a pesar de lo que vivió entiende que hay un cambio que hay que hacer”, observaron.
“El compost está visto como algo hippie, estético y nosotros queremos desmitificar ese concepto. La compostera no es común, como tampoco es un servicio barato ni caro”, señala Inés. El año pasado con la cuarentena por el coronavirus, el negocio reportó ingresos por cerca de $400.000 mensuales y el mes de diciembre se convirtió en uno de los períodos atípicos para las empresarias cuyos ingresos fueron de $600.000 por los equipos.
A través de esta iniciativa que canalizan por las redes sociales, las amigas también buscan hacer composteras orgánicas comunitarias donde cualquiera pueda acercarse a tirar los residuos que estarán durante varios meses cubiertos hasta convertirse en el abono que se pone en la huerta barrial de las que, a su vez, los vecinos pueden abastecerse.
Del otro lado del teléfono, las amigas aseguran que se consideran amantes de la naturaleza, las plantas comestibles y las huertas. Se conocen desde el jardín y ambas saben qué decir en el momento preciso cuando hablan de su iniciativa novedosa. Antes de cumplir el sueño de sus vidas trabajaron en distintos rubros “donde estaban bien”, pero con la necesidad de saldar una deuda pendiente: “No éramos felices”, concluyen.
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