La agricultura es una actividad dinámica que está permanentemente buscando las herramientas que la ayuden a mantener el equilibrio. En ese sentido, una de las prácticas que cobraron mucha fuerza en los últimos años para contrarrestar los problemas de malezas resistentes y pérdida de materia orgánica de los suelos son los llamados cultivos de cobertura.
Si bien en la campaña 2018/19 solamente un 13 por ciento de productores realizó cultivos de cobertura a nivel nacional, este valor se triplicó en sólo cuatro campañas. A nivel de región se encuentran valores superiores como en el NOA, NEA, Entre Ríos, San Luis y sur de Córdoba. Así lo indica el último Relevamiento de Tecnología Agrícola Aplicada (Retaa) de la Bolsa de Cereales de Buenos Aires, que explica que el uso de estos cultivos como herramienta productiva está fuertemente asociado a las condiciones ambientales de cada zona: su eficacia dependerá del régimen de lluvias y la calidad de los suelos, como también del manejo técnico que esto implica.
“El tema malezas fue el primer síntoma de un desequilibrio total del sistema, y hoy se agregó la nutrición del suelo, la pérdida de estructura del suelo. No es solo por exceso de soja, es más porque eran sistemas muy simplificados en los que con dos agroquímicos se manejaba todo”, explica el asesor agrícola Lucas Andreoni, y enumera algunas consecuencias más de esa simplificación: “Por no tener microbiología en el suelo no tenemos disposición de nutrientes, entonces no solo nos falta fósforo sino que nos falta potasio, nos falta zinc… un montón de cosas que no están disponibles por falta de microbiología”.
Para dimensionar un fenómeno, los números siempre son la mejor alternativa. Por ejemplo, que sobre un total de 189 millones de hectáreas sembradas a nivel mundial en 2017, el 87 por ciento fueron cultivos con resistencia genética a glifosato. En Argentina, por caso, sólo se implantan muy pocos lotes con soja no transgénica. Por la facilidad que esto representa a la hora de los tratamientos contra malezas, el crecimiento en el uso de herbicidas ha sido exponencial: la inversión en estos productos se incrementó 250 por ciento, de 480 a 1.750 millones de dólares, entre 2000 y 2015, de acuerdo con datos de la Cámara de Sanidad y Fertilizantes (Casafe).
Ante este escenario, entonces, los cultivos de cobertura o de servicios son la gran alternativa. Se trata, en pocas palabras, de mantener el suelo siempre cubierto con alguna especie para no darles margen de crecimiento a las hierbas indeseadas. “Lo que buscamos es acomodar el sistema, revertir el desequilibrio del suelo generando microbiología para que tenga mejor estructura, mayor infiltración, más disponibilidad de nutrientes”, detalla Andreoni.
Especies
Entre las especies usadas para este fin -que se suelen sembrar por esta época del año para reemplazar al barbecho químico, en los casos en que no se siembra ni trigo ni cebada- están la avena, la vicia, el nabo forrajero, el centeno, la colza y muchas otras, dependiendo de la zona, la fecha de siembra y el propósito.
Pero la biología es un sistema complejo y no hay una sola solución para los desafíos, la mirada debe ser amplia e incorporar manejos integrales. Por eso es bueno repasar otras herramientas que deberían crecer en la Argentina.
En primer lugar, la rotación de cultivos. Según el Retaa de la Bolsa de Cereales porteña, la participación de las gramíneas dentro de la rotación de cultivos ha cobrado mayor relevancia a lo largo de los últimos años en nuestro país. “Este valor creció del 33% al 41% entre las campañas 2014/15 a 2018/19, lo cual significó un traslado del área de soja del 8% hacia maíz y trigo principalmente. Si bien todas las regiones en general han elevado la superficie destinada a gramíneas, hubo zonas como el Sudoeste de Bs. As.-Sur de La Pampa y San Luis que alcanzaron el 55% sembrado con gramíneas en la última campaña 2018/19”, detalla la entidad.
Respecto al muestreo de suelos a fin de diagnosticar la fertilidad química del mismo y en función de ello elaborar un plan de fertilización, su adopción también muestra una tendencia positiva en los últimos años. “Entre las campañas 2014/15 y 2018/19 prácticamente se duplicó, pasando de un 10% a un 19% de adopción. Hacia el sur de Bs. As. este se realiza principalmente para trigo y cebada, mientras que en otras regiones se hace preferentemente para maíz”, detalla el informe.
Por último, la aplicación variable de un insumo (AVI) permite hacer una gestión eficiente de los mismos y, en términos generales, se reduce la cantidad utilizada por mayor eficiencia de uso, con un menor costo económico y un mínimo impacto ambiental. “Este indicador reúne la aplicación variable de tres insumos: herbicidas, fertilizantes y semillas. A nivel nacional la AVI fue adoptada por un 10% de productores en la campaña 2018/19 y su uso viene mostrando un crecimiento sostenido durante los últimos años. El uso de las tecnologías asociadas está relacionado principalmente a la capacidad de inversión en la misma y al conocimiento que implica usarla”, afirma el Retaa.
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