Los últimos años han sido una tendencia en toda la agroindustria, dejar de mirarse el ombligo para ver cuánto más producía, y empezar a fijarse también en el impacto que deja el camino productivo. Así, se empezó a hablar de huellas ambientales y trazabilidad.
En este derrotero, ha sido de gran ayuda la impronta tecnológica en pos de la recolección de datos que aportan las maquinarias agrícolas pero también poderosos software que procesan esos datos de interés para convertirlos en información que llega en bandeja a los tomadores de decisiones para convertirlas en dinero.
Así, se puede mencionar que las cosechadoras han ido aumentando su ancho de labor y su potencia, pero las principales innovaciones que han presentado los fabricantes de todo el mundo están vinculadas a un ajustado paquete de agricultura de precisión y gestión de datos.
Hasta hace unos años parecía ciencia-ficción, pero hoy es moneda corriente que el dueño de una cosechadora o una flota de maquinarias (sean tractores, sembradoras, cosechadoras o pulverizadoras), puede saber dónde está esa máquina y qué está haciendo en tiempo real desde su teléfono inteligente o tableta.
De esta manera se pueden corregir también al instante errores que al final del día (o de la campaña) representan muchos dólares. ¿A qué costo? Sólo teniendo esas herramientas y administrándolas acertadamente. Incluso los propios fabricantes pueden detectar desde sus oficinas si hay algún repuesto que cambiar y estar listos para reducir los tiempos de respuesta, algo que, en momentos de actividad intensa (cuando hay que sembrar, pulverizar o cosechar porque el clima apremia), también tiene gran valor.
También están subidas a la ola tecnológica las pulverizadoras, que hoy están en la mira de la sociedad porque son los que sirven para aplicar productos fitosanitarios que permiten proteger a las plantas de plagas y enfermedades. Muchas cuentan con un semáforo (literal) que, a partir de una colorimetría similar a la utilizada para ordenar el tránsito, advierte si, de acuerdo con las condiciones climáticas (viento, humedad relativa, temperatura) se puede hacer o no la aplicación.
Esto tiene dos beneficios: por un lado, el ambiental, porque si no están dadas las condiciones el producto se vuela e irá a parar a poblados o campos vecinos. Pero por otro, porque si se “vuela” hacia otro destino, no estará cayendo como debería en donde el productor lo necesita por lo que será, literalmente, plata tirada a la basura.
Las propias pulverizadoras a partir de una lectura inteligente con sensores en sus “alas aplicadoras”, pueden hacer una aplicación selectiva de herbicidas, esto es, tirar producto sólo donde hay problemas, o sea, malezas. Con esto se han visto ahorros de hasta 80% de producto, con el consiguiente beneficio económico y ambiental.
Otros casos
En el caso de las sembradoras, tampoco se quedan atrás. Porque han incorporado tecnología para hacer una especie de servicio “puerta a puerta” de la semilla. Hoy, el productor puede saber si cada una de las 55.000 semillas por hectárea que está implantando (por ponerle un número a la densidad), fue sembrada a la distancia y profundidad deseada, al tiempo que conoce densidad del suelo, temperatura y humedad (factores clave para la germinación posterior).
Toda esta información, desde que se planta una semilla hasta que está puesta en el camión o en una bolsa plástica (o silobolsa) para guardarla esperando el momento de venta, vale oro, y permite ahorrar mucho dinero, pero también permite a los que trabajan bien, demostrarlo. Es una especie de certificado.
Retomando el tema de la trazabilidad y las huellas que se dejan en el derrotero productivo, lo que permiten, como relata el coordinador de la Plataforma de Huellas Ambientales del INTA, Rodolfo Bongiovanni, es detectar oportunidades para mejorar la eficiencia a lo largo del ciclo de vida de un producto. “Se puede mejorar si se cuantifica”, especificó. Así, por citar, ponderó lo que está sucediendo con la cadena del maní, para la que, hasta hace unos años, la cáscara era un residuo y hoy se convierte en energía eléctrica. También en la cadena del algodón, en la que se está produciendo biodiesel con la semilla y bioelectricidad con la cascarilla que antes se tiraba. O la caña de azúcar, con la que se produce papel, y con los rastrojos (se llama maloja) que quedan en el campo que se produce bioenergía.
Ahora bien, como último eslabón hay que hablar de la capacitación para entender mejor cómo funcionan todas estas innovaciones y usarlas al cien por ciento. En esto están trabajando las empresas de insumos (que recomiendan cómo hacer el uso de sus productos) y las de maquinaria, a través de videos, charlas, capacitaciones on line y todo lo que puedan echar mano. Porque la política es que, cuanto mejor se use, mejor resultado se obtendrá y más contento estará el cliente.
A veces, la cotidianeidad político-económica del país hace olvidar o poner en un segundo plano que los agricultores argentinos son de los más intrépidos innovadores del mundo, pioneros por naturaleza.
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