En 2001, como ocurrió con tantos argentinos, a Gabriel de Meurville lo agarró el “corralito” y perdió todos sus ahorros. Tenía 32 años y su profesión era la de restaurar autos clásicos con especialidad en una práctica muy común en nuestro país, ser filetero. Pero su taller de San Fernando, en la zona norte del Gran Buenos Aires, no hacía autos completos sino en pequeños detalles estéticos. Con la crisis económica, de un día para otro se quedó sin trabajo. Intentó seguir adelante como fuera posible, pero sin clientes, unos meses después tuvo que cerrar su taller.
“Yo me especializaba en acabado final e instrumental. También tenía muchos clientes que traían tanques de combustible de motos para pintar y filetear tal como venían originalmente. Por ejemplo, Alain Baudena me había encargado que haga los instrumentos de las réplicas que hizo para el Museo Fangio en Balcarce, como el Simca Gordini o el Lancia Ferrari”, empieza a recordar de Meurville desde su casa en Church Crookham, Inglaterra, donde se sigue dedicando profesionalmente a la restauración de autos clásicos.
A veces, de las crisis surgen oportunidades inesperadas, y así, aquello que parecía una catástrofe, terminó siendo la puerta de entrada a una vida que ni en sueños hubiera vivido. No fue repentino, recién a comienzos de 2003 tomó la decisión de no luchar contra la corriente e irse al exterior. Y en mayo de ese mismo año, puso un pie en Inglaterra por primera vez.
“Hacía tiempo que yo venía postergando una experiencia que quería hacer en Europa respecto a restauración. El lugar elegido fue Inglaterra por dos razones: primero porque es donde está el mayor mercado de autos clásicos, y segundo, porque mi hermana hacía un par de años que ya se había venido a Inglaterra. Así que la decisión no fue muy difícil de tomar. Vine con la idea de tratar de establecerme lo más rápido posible para vivir esa experiencia. El plan original era quedarme un año, trabajar en un par de talleres de restauración y regresar a Argentina”, cuenta Gabriel.
Pero al llegar a las islas británicas, las cosas no fueron como esperaba. Aquello que parecía ser una maestría en restauración, rápidamente se convirtió en una enorme oportunidad para mostrar su capacidad y no tanto en capacitarse para mejorar.
“Probablemente por esas raíces europeas que tenemos muchos argentinos, uno tiene la tendencia a idealizar todo lo que tenga que ver con estos países, y a pensar que la mano de obra, por ejemplo, es muy superior a la nuestra. Y no fue así. Yo llegué y desde el primer día no hacía otra cosa que derribar mitos. Cuando llegué me puse a buscar trabajo inmediatamente, y me resultó muy duro al comienzo, porque en Londres, que es donde yo estaba, no hay nada de trabajo en restauración. Hay showrooms de clásicos pero no hay talleres, que están en el interior del país. Sabiendo eso, mi hermana me consiguió trabajo en Chichester, pero no en algo referido a los autos clásicos, sino en un frigorífico. Sin embargo, eso me permitió establecerme y empezar a tomar contacto con gente del ambiente”, sigue la saga.
En esa ciudad del sur de Inglaterra hay un restaurador de Bentley y Rolls-Royce que se llama Mark Taylor, y ese fue el lugar en el que de Meurville hizo sus primeros trabajos. Su primer trabajo fue reparar completamente un tablero de Rolls-Royce.
Hubo algo de estrategia en la elección del lugar donde irse a intentar suerte, porque en Chichester estaba la nueva fábrica de Rolls-Royce, sobre las mismas tierras en las que se encuentra el mítico circuito de Goodwood. Esa fábrica se había inaugurado a comienzos de 2003, después de la traumática separación de Rolls-Royce y Bentley, marcas que eran parte de la misma compañía, pero que ese año, tras un fuerte litigio entre BMW y Volkswagen, quedaron separadas, una con cada grupo automotriz alemán.
“Un día apareció un aviso en el diario local, el Chichester Observer, en el que Rolls-Royce buscaba especialistas en pintura y fileteado de carrocerías. Parecía hecho a medida para mí. Así que me agarró tal ansiedad, que esa misma tarde me fui a la fábrica, sin cita previa ni entrevista concertada. Me fui con mi portfolio de todo lo que había hecho en Argentina, y me presenté en la entrada. Por supuesto que no me dejaron entrar. Pero el sólo hecho de haber hecho eso, dio que hablar entre quienes me atendieron, así que ellos lo comentaron internamente, y gracias a eso me dieron una cita”, recuerda.
“La entrevista fue recorrer la fábrica mostrándome lo que hacían y lo que eventualmente tendría que hacer yo. Mi inglés era muy pobre, porque aunque estudié en dos academias en Buenos Aires, nunca había tenido la posibilidad de hablar. Yo estaba en Inglaterra hacía apenas unas tres semanas, y estaba en una entrevista laboral en Rolls-Royce. Ni en mis sueños más salvajes lo hubiera imaginado”, relata de Meurville.
Dos semanas más tarde, tras una segunda entrevista, le confirmaron el trabajo, y comenzó formalmente a trabajar en Rolls-Royce en septiembre de 2003. “No lo podía creer, y para colmo, me llevé una gran sorpresa porque acá, cuando empezás a trabajar, te dan un mes de sueldo como adelanto, así que para mí, que venía comiéndome los pocos ahorros que tenía, me vino de maravillas”, cuenta Gabriel.
“Cuando se confirmó el empleo, recuerdo la alegría de mis amigos, pero especialmente de mi viejo, que me llamó muy emocionado, llorando desde la Argentina. Me cambió la vida. Pude ir a vivir a un lugar más cómodo, me compré mi primer autito, un Peugeot 106, y para colmo, dos meses después, ya en las fiestas, como la fábrica cerraba dos semanas por Navidad y Año Nuevo, me pude ir con ese auto a recorrer algo de Europa, que era un sueño pendiente para mí. Todo eso había ocurrido en sólo 7 meses. Y en ese tiempo también conocí a Gema, quién es hoy mi mujer, con quién este año cumplimos 20 años juntos”.
Pero el trabajo en Rolls-Royce es el eje de la historia. No era una fábrica de autos y nada más. Aunque estaba viviendo una migración interna entre ser íntegramente inglesa a pertenecer a un grupo industrial alemán, era “Rolls”, una de las marcas más famosas y prestigiosas del mundo del automóvil de todos los tiempos.
“Había muchos alemanes en ese tiempo, de hecho, me mandaron a hacer un curso a BASF a Alemania, que me sirvió muchísimo. Mi horario de trabajo era de 7 de la mañana a 4 de la tarde, y al principio yo me quedaba un rato más, porque no me parecía bien irme tan temprano. El tema es que un día vienen y me dicen que mi trabajo era hasta las 4 y que no tenía nada que hacer ahí, que me tenía que ir. Entonces ahí empecé a entender también la filosofía con la que se vive y se trabaja aquí. Aprendí muchas cosas. Había un filetero principal, un inglés, y yo era como un secundario. Pero este hombre se sorprendió al ver como trabajaba porque yo lo hacía de un solo trazo sin tener que parar en el medio”, cuenta de Meurville.
Las cosas le salieron muy bien en poco tiempo. Al año de haber empezado, de Meurville quedó como jefe de sección en el final de la línea de ensamblaje, donde los autos se terminaban. “Tenía que chequear que estuvieran perfectos de pintura y pulirlos, pero si detectaba un rayón, algo que era bastante frecuente, mandarlos para atrás. A causa de esto, como mi trabajo era llevar cada modelo a la cabina de inspección, y si tenía algún rayón profundo llevarlo andando nuevamente a la pintar, calculo que debo haber sido el argentino que manejó más cantidad de Rolls-Royce”, dice riendo a Infobae.
Si bien trabajar en Rolls-Royce era un sueño inalcanzable, Gabriel seguía derribando mitos. Ya había visto que enmascaraban la carrocería antes de pintar los filetes, cosa que él no hacía nunca, y paralelamente, comenzó a sentir que la rutina se ponía un poco pesada.
El contrato del argentino era por dos años, pero se fue unos meses antes. Un tiempo antes de tomar esa decisión, había empezado a trabajar fuera de hora en Jim Stokes, el mayor especialista en restauración de autos Alfa Romeo de preguerra, que está en la el Pipers Wood Industrial Park, a unos 20 minutos de Chichester.
“Así que los fines de semana empecé a trabajar también con Jim Stokes, y ahí me sentía más cómodo, porque el trabajo era mucho más creativo. Si bien en Rolls-Royce estaba en una empresa de gran envergadura, la experiencia era buena también se tornaba algo aburrido hacer todos los días lo mismo. Cuando yo entré en Rolls-Royce se acababa de lanzar el Phantom en 2002. Un autazo, y por ese tiempo, todos los autos recibían el filete lateral. Pero después ya no, los autos se pintaban sin filete y salvo el pedido especial de algún cliente, eso ya no se hacía. El trabajo por el que había entrado a la fábrica ya no era lo que tenía que hacer. En julio de 2005, unos meses antes de terminar el contrato, decidí irme. Tenía mucha demanda de trabajo en Stokes y eso me gustaba mucho más”, relata.
Pasaron 20 años, pero algunos recuerdos no se borrarán jamás. Trabajar en Rolls-Royce implica rozar a muchas personalidades, aunque sea indirectamente. A Gabriel de Meurville le ocurrió con autos de algunas celebridades.
“Me tocó trabajar en los Phantom de Mariah Carey, que tenía todo el interior en un cuero rosado finísimo y sumamente elegante. Y también tuve que terminar los de Silvester Stallone, el de Jay Kay, el vocalista de Jamiroquai, el de Elton John, y también el de Rowan Atkinson, más conocido como Mr. Bean, que lo pidió en un color azul muy especial que se hizo exclusivamente para él y al que llamaron Blackadder blue, por una comedia que hizo hace muchos años”, comenta.
Pero más allá de las personalidades, como a de Meurville siempre le apasionaron los autos, también le llamaban la atención otras cosas que sucedían con los clientes que compraban estos vehículos tan lujosos.
“El día que Atkinson fue a seleccionar los componentes del auto, la personalización que los clientes hacen de su futuro Rolls-Royce, llegó manejando su conocido McLaren F1 color violeta. No me olvido más porque fue la primera vez en mi vida que vi ese superauto. Al estar al lado del circuito de Goodwood, muchas veces a la salida, escuchábamos que estaban probando algún deportivo en la pista y nos íbamos allá un rato. La pasión por los fierros no se separa de la pasión por la restauración”, finaliza este argentino que logró algo que ni siquiera hubiera soñado, y lo hizo tratando de reconstruir su vida después de un golpe tan duro como el que sacudió a los habitantes de Argentina apenas empezado el siglo XXI.
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