Desde la invención del primer automóvil hasta la del primer aparato de televisión transcurrió casi medio siglo. Durante ese tiempo, la forma de acceder a entretenimiento audiovisual pasaba por la radio o el cine, que eran contemporáneas con el auto, aunque recién en 1927 el cine hizo sonoro.
Unos años después, viendo el éxito de la Feria Mundial de Chicago en la que miles de personas se interesaron por los avances en Ciencia y Tecnología que mostraba la exposición como protagonistas excluyentes, al Director de Investigación de GM, Charles Kettering, se le ocurrió aprovechar la avidez del público para desarrollar un vehículo que trasladara ese contenido por todo el país, como una caravana itinerante. La llamó el “Desfile del progreso” y para realizarla creó un vehículo con la forma de un autobús, pero que no transportaría pasajeros, sino novedades tecnológicas. Su nombre fue GM Futurliner.
En 1936, 8 de esos autobuses, acompañados de varios vehículos menores que trasladaban a las personas que debían armar la exposición en cada ciudad, recorrieron por primera vez los EEUU con singular éxito. El “Desfile del Progreso” se repitió en 1937 y 1938, hasta que, aprovechando la Feria Mundial de New York de 1939, General Motors sorprendió con la segunda versión del GM Futurliner.
La evolución fue absoluta, porque los autobuses dejaron de ser sólo una cáscara hueca y sin ventana como los de la primera generación; se convirtieron en vehículos que verdaderamente transmitían la imagen de algo proveniente del futuro en cada centímetro de sus carrocerías. Los nuevos Futurliner no se parecían a nada que haya existido antes, pero tampoco a lo que vino después, y esa es quizás la verdadera huella que dejaron en la industria automotriz.
Ideados por el famoso diseñador de GM, Harley Earl, eran vehículos aerodinámicos a pesar de sus 3,5 metros de altura, lo que ya los hacía imponentes incluso a la distancia. Medían 10 metros de largo y 2,40 metros de ancho y pesaban 12 toneladas. Estaban pintados con una combinación de rojo y blanco y tenían muchas partes cromadas, incluido un gran logo de GM en el frente en color dorado cromado. Eso resaltaba más aún la curiosa cabina del conductor, que estaba en la parte superior y que al comienzo fue una verdadera burbuja de vidrio, luego reemplazada por un parabrisas curvo, pero con techo, que protegía a los conductores del calor.
Ese techo tenía una forma extraña, ya que formaba parte de una protuberancia longitudinal que venía desde la cola y terminaba cubriendo el asiento del único pasajero que admitía el vehículo. La razón de esa forma era que en esa saliente, se guardaba una enorme parrilla de luces que se elevaba telescópicamente junto a unas bocinas, de modo tal de poder montar una exhibición con iluminación y sonido propio en cada lugar donde la caravana se detenía.
Tanto la propulsión del vehículo como la alimentación eléctrica de esas luces y bocinas, provenían del mismo motor de 6 cilindros de 4.9 litros y 145 CV de potencia.
El Futurliner tenía dos ejes pero ocho ruedas, ya que las delanteras, las direccionales, eran también duales como las posteriores. En ambos lados, dos enormes portones se abrían elevando la superficie más grande y bajando la más pequeña como dos viseras, para permitir que desde el exterior se pudiera ver el contenido de cada unidad, como si de un stand se tratara. Esas eran las dos únicas puertas visibles, pero ninguna de ellas conectaba con la cabina.
El modo de acceder al puesto de conducción era otra puerta escondida en una de las esquinas de la trompa, camuflada entre la voluminosa parrilla y las molduras plateadas que daban toda la vuelta al perímetro del Futurliner. En la esquina opuesta, otra abertura similar permitía acceder a una baulera y al tablero de instalación eléctrica para los espectáculos. La posición del conductor era central, y por la forma que tenía la cabina, quien conducía podía ver sin dificultades unos 270° a su alrededor.
Se construyeron 12 unidades, que durante 1940 y 1941 recorrieron no sólo Estados Unidos sino también buena parte de Canadá. Pero apenas un par de meses después de terminar la segunda gira, el bombardeo de Pearl Harbor por parte de la fuerza aérea japonesa, provocó que el país entrara a la Segunda Guerra Mundial, y el programa, naturalmente se interrumpió.
Terminada la guerra, los Futurliner no volvieron a aparecer de inmediato. Lo hicieron recién en 1952, cuando el nuevo presidente de General Motors, Harlow Curtice, decidió reinstaurar el “Desfile del progreso”.
Pero la televisión ya estaba en los hogares norteamericanos, el entusiasmo por las ferias de ciencia y tecnología ya no era el mismo y después de dos años de intentos con relativo éxito, GM entendió que el mundo había cambiado para siempre. Donaron dos unidades a la Policía de Michigan para que fueran usados como vehículos para capacitación en seguridad y los diez restantes se vendieron a empresas particulares.
Algunos quedaron a la intemperie y el daño al que estuvieron expuestos los convirtió en chatarra. Otros fueron conservados y restaurados y actualmente se exhiben como símbolos de un tiempo en el que no se fabricaban vehículos sólo para ganar dinero, sino para mostrar de qué eran capaces los colosos de la industria.
Los Futurliner no sólo tenían nombre apropiado, forma llamativa y decoración impactante. Fueron hechos uno por uno, algo impensado en la industria actual y simplemente cumplieron una función social inherente al automóvil: transportar. Pero esos magníficos autobuses no llevaron gente ni carga, sino conocimiento. Fueron el Google de los años 30, cuando no existía internet.
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