El desafío que enfrenta la industria automotriz con los vehículos del futuro es fascinante y enigmático, pero sobre todo es un papel en blanco en el que hay que escribir la historia desde cero casi por completo. No se trata sólo de una tecnología u otra en cuanto a propulsión, en la que la lucha de los motores térmicos por sobrevivir ante los eléctricos y sus diversas formas parece ser el gran tema para fabricantes y reguladores. Hay todo un mundo que se mueve detrás, donde se redefinen constantemente las propias leyes actuales, y buena parte de esto tiene directa relación con la conectividad.
Tanto es así que, para los científicos de la Universidad Estatal de Carolina del Norte, incorporar una luz adicional a los semáforos, para que sean exclusivamente utilizadas con los autos conectados, permitiría ordenar el tránsito y generar menos emisiones contaminantes en la larga etapa de transición que enfrenta la movilidad mezclando ambos tipos de vehículos.
En la industria hay dos carriles paralelos de evolución. Un auto podrá ser más o menos sustentable dependiendo de si es a gasolina, híbrido, eléctrico o a hidrógeno, pero al mismo tiempo, será más o menos útil como plataforma de servicios para los usuarios de acuerdo a la tecnología que incorpore. Y lo que resulta atrapante como consecuencia de este último punto, es la posibilidad de desarrollar infinitas funciones gracias el sólo hecho de incorporar los vehículos a un ecosistema digital y conectado con los otros autos, con las personas y con la infraestructura de las ciudades.
Podría decirse que el último eslabón de la cadena que crea la conectividad son los vehículos autónomos (conocidos como AV por su significado en inglés). Pero el problema con el que se enfrenta esta tecnología es la de la interacción con los seres humanos y su comportamiento natural, no programado.
Según la Administración Nacional de Seguridad del Tráfico en las Carreteras (NHTSA) de Estados Unidos, el error humano “causó o contribuyó” al 93% de los accidentes investigados el último año en ese país. Entonces, a partir de la idea de que una computadora cumple las normas de tránsito porque es lo que se le ha cargado como información, pero además no se emborracha, no se queda dormida y no se distrae, el desarrollo de los vehículos de conducción autónoma debería ser una solución para mejorar la seguridad vial en una mirada global.
“Sacar al ser humano del escenario podría ser en realidad la respuesta”, dicen en Waymo, una de las dos grandes compañías que tiene actividad reglamentada en determinados estados o ciudades de Estados Unidos junto a Cruise.
Para hacerlo, la solución es la conducción autónoma total, porque el día que todos los autos se muevan por sí mismos dentro de una matriz conectada, no debería haber más accidentes. Por eso, el gran desafío es la etapa intermedia. La combinación de hombres y máquinas en un mismo ecosistema vial.
El estudio de los científicos de Carolina del Norte concluyó luego de varias simulaciones en computadoras, que la incorporación de una cuarta luz en los semáforos podría ser una gran contribución para que vehículos autónomos y los conducidos por humanos, puedan encontrar un punto de funcionamiento que mejore la fluidez del tránsito, y por lo tanto, como consecuencia directa, genere menores emisiones contaminantes que los autos con motores de combustión interna.
La luz sería de color blanco porque representa una fase o zona blanca virtual, en la que, aprovechando los beneficios de la conexión de los vehículos autónomos entre sí y con la red de señalización pública, estos puedan dirigir el flujo del tránsito para todos los automóviles.
El funcionamiento parece complejo de entender, aunque en realidad no lo es tanto. Cuando suficientes AV se acercan simultáneamente a una intersección, esto activaría la luz blanca, que lo que hará es alertar a todos respecto al hecho de tener a los vehículos autónomos coordinando su movimiento para mejorar el flujo de tránsito más eficiente en ese lugar en particular.
La siguiente acción que determinará la presencia de la luz blanca está dirigida a los automovilistas humanos, quienes, alertados de estar precedidos por un vehículo autónomo, sólo deberán seguir lo que haga éste. Si se detiene será porque está dando paso a los que transitan por la calle que cruza, entonces deberá detenerse. Pero sí el autónomo avanza debe hacer lo mismo. En pocas palabras, la luz blanca habilita la fase blanca, por la cual se coordina el paso de uno u otro automóvil según el caudal de cada calle, en perfecta coordinación.
“Otorgar parte del control del flujo de tráfico a los AV es una idea relativamente nueva, llamada paradigma de control móvil”, dijo el profesor Ali Hajbabaie, coautor del estudio. “Y el color de la ‘luz blanca’ no importa. Lo importante es que haya una señal que sea claramente identificable por los conductores para que sepan lo que se supone que deben hacer cuando se acercan a la intersección”.
Hajbabaie dijo además que “los AV mejoran el flujo de tráfico, independientemente de la presencia de la fase blanca. Pero además, si hay AV presentes, la fase blanca mejora aún más el flujo de tráfico. Esto también reduce el consumo de combustible, porque hay menos tráfico intermitente.”
Este estudio muestra una proyección a futuro, de la que dependen muchos factores, entre ellos, el desarrollo más avanzado de la conducción autónoma. Actualmente, los taxis autónomos sólo funcionan en determinados escenarios de algunas ciudades, tanto en Estados Unidos como en China. Mientras que el resto del mundo se encuentra en habilitaciones parciales de conducción autónoma de Nivel 3 (la conducción autónoma total e Nivel 5), en la que los hombres todavía tienen el control del automóvil y sólo pueden delegarlo intermitentemente en determinadas situaciones, velocidades y ubicaciones.
De todos modos, la fase blanca que promueve el estudio de la Universidad Estatal de Carolina del Norte, abre también un nuevo punto a considerar, que es utilizar la conectividad para coordinar el flujo del tránsito en determinados puntos complejos de las ciudades, aun cuando sea un ser humano el que esté al mando de un automóvil y no una computadora.
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