Los autos eléctricos que han llegado al mundo de la movilidad como la salvación para una industria que, con sus productos, ha estado contaminando el medioambiente a niveles que ya no se pueden tolerar, si se pretende detener el fenómeno del calentamiento global. Sobre esto no hay discusiones. Los motores térmicos que queman combustible derivado del petróleo para funcionar deben ser reemplazados en algún momento, acaso más tarde que temprano, por algún tipo de opción que no emita gases de efecto invernadero.
Y, sin dudas, la solución que está más a mano son los autos eléctricos, los cuales están alimentados por una batería de iones de litio como las que se utilizan en los teléfonos inteligentes y en las computadoras portátiles. El único problema que tiene esta tecnología, como lo deben tener todas las otras opciones que se presentan para mover los automóviles del futuro, es que cuando se hacen las cosas con apuro, se van saltando pasos que en algún momento “pasan la factura”.
La movilidad eléctrica todavía genera autos caros, consume electricidad que no proviene en la mayoría del mundo de fuente renovables y tiene una limitación técnica que debe combatir y que se manifiesta de dos formas distintas pero conectadas indivisiblemente entre sí: la autonomía y el tiempo de recarga.
Que un auto con motor de combustión interna tenga una capacidad de circular sin detenerse de unos 600 kilómetros no es mejor que los 800 o más que plantean muchos fabricantes de autos eléctricos. ¿Entonces por qué se intenta seguir superando esa marca si ya es mejor que la de los autos convencionales que se ven en las calles de todo el mundo? La respuesta es que mientras un vehículo alimentado por petróleo se recarga en 5 minutos, el eléctrico lo hace en al menos 30, y eso si se lo conecta a un supercargador, porque de otro modo la demora es de una hora y media hasta 7 horas, según la potencia de la corriente con la que se lo esté cargando.
Por eso los fabricantes trabajan al mismo tiempo en dos caminos paralelos como son: aumentar la autonomía a través de tecnología, como puede ser la de baterías de estado sólido, o a través de baterías de la tecnología actual de mayor tamaño y capacidad. Esto hace que los autos sean cada vez más pesados y voluminosos, y entren en conflicto con la seguridad debido a este aspecto.
En los últimos días, Jennifer Homedy, Directora de la NHTSA, la Administración Nacional de Seguridad del Tráfico en las Carreteras de Estados Unidos, expresó una creciente preocupación por el aumento de peso de los automóviles en los últimos años, incluyendo a los eléctricos en su intento por ofrecer más autonomía.
“Me preocupa el mayor riesgo de lesiones graves y muerte para todos los usuarios de la carretera debido al incremento de los pesos en vacío y al aumento del tamaño, la potencia y el rendimiento de los vehículos en nuestras carreteras, incluidos los vehículos eléctricos”, dijo la funcionaria, quién sin hacer una mención puntual, parece estar observando este fenómeno en vehículos como el impresionante Hummer EV, 4.200 kilos, o la pickup Ford F-150 Lightning, 3.000 kilos, como máximos exponentes de grandes vehículos que superan las 3 toneladas.
Pero si bien esos dos vehículos parecen ser los representativos de una situación extrema, la realidad es que los sedanes eléctricos de alto rendimiento como el Audi e-tron pesa casi 2.600 kilos, y un Mercedes-Benz EQS se acerca a los 2.500 kilos en vacío.
El problema del peso es que la masa en movimiento crece exponencialmente, y ante un impacto, cuantos más kilos sean los que se están desplazando, más fuerte es el golpe, y por lo tanto, las consecuencias que pueden generar en las personas a bordo.
Del otro lado de la misma situación están las pruebas de choque realizadas por Euro NCAP, en las que se ha comprobado que la estructura de protección que las baterías de los autos eléctricos requieren para que no haya explosiones ante un accidente, actúan junto a las celdas mismas como un gran amortiguador de impactos, con una deformación que absorbe energía y la disipa correctamente.
Pero en este caso, el problema de la masa más grande lanzada contra un objeto de menor porte como puede ser un automóvil convencional o incluso un vehículo de cualquier tipo que es alcanzado lateralmente, podría causar más daño que en un vehículo más liviano.
La ecuación no es sencilla. El beneficio de una nueva tecnología puede traer otras consecuencias invisibles en un primer momento. El tiempo pasa a una velocidad constante, y lo que se fue mejorando día a día a través de 130 años de experiencias, no se puede igualar en un par de décadas. Será cuestión de tomar las decisiones que generen menos daño y la movilidad eléctrica está en ese punto en este momento.
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