Quién haya visto Top Gun Maverick en 2022 y también aquella primera película de la serie estrenada en 1986, podrá entenderlo mejor. Hoy, la tecnología permite representar o mostrar tal como son, algunas situaciones de acción que 30 años atrás era prácticamente imposible lograr. De hecho, muchos trucos del cine han sido revelados con el paso del tiempo, generando cierto desencanto en los espectadores al ver el modo en que rodaban ciertas escenas en las películas más emblemáticas de otros tiempos.
Con cámaras pequeñas que parecen imperceptibles, con calidad digital que admite un elevado rango de frames por segundo incluso en velocidad, con computadoras que corrigen o amplifican efectos y con una calidad de sonido de alta fidelidad que trasladan al receptor al interior de la escena, rodar una película de automovilismo en la actualidad ofrece tantas herramientas como la imaginación del director tenga sin mayores complicaciones.
Pero si Top Gun en 1986 fue difícil para sus realizadores, solo hay que imaginar cuánto peor pudo haber sido el rodaje de las dos películas de automovilismo deportivo más famosas de todos los tiempos: Grand Prix en 1966, y Le Mans en 1971.
En la primera, íntegramente dedicada al mundo de la Fórmula 1, protagonizada por Yves Montand y James Garner, el trabajo del director, John Frankenheimer, y del Director de fotografía, Lionel Lindon, fue tan intenso en conseguir que los espectadores pudieran sentirse dentro de los monoplazas a lo largo de las pistas más difíciles del mundo, que dejaron la vara demasiado alta, a punto tal que solo Le Mans, cinco años después, pudo llegar al mismo nivel y ninguna otra lo consiguió hasta el día de hoy.
La explicación, probablemente, haya estado en que no se hicieron set de cine para grabar las escenas con los autos de Fórmula 1 o de Sport Prototipos, sino que se llevaron las cámaras a los autos reales de carrera en los auténticos circuitos donde competían.
Para Grand Prix se utilizaron cámaras a control remoto que habían sido diseñadas para la NASA, fijadas con grandes arneses a una estructura metálica que se agregó a los autos. De ese modo, el ojo del espectador estaba justo enfrente a la cara de Pete Aron (Garner) en el peralte de Monza, o de la de Jean Pierre Sarti (Montand), en las calles de Mónaco en velocidad real, casi tan alta como la de un Gran Premio de Fórmula 1.
Pero además de las cámaras en los autos mismos de carrera, un Ford GT40 fue modificado en la parte trasera, quitando la carrocería y montando una gran cámara de cine con su camarógrafo también, de modo de poder hacer escenas de los autos en acción pero como si la vista fuera la de un piloto que va delante de ellos.
El éxito de la realización se vio reflejado en la obtención de tres premios Oscar, el de mejor montaje, mejor sonido y mejores efectos sonoros, sin embargo, en el cine no tuvo la repercusión esperada y solo con el paso del tiempo, comprobado que el nivel de realismo fue tan alto, se convirtió en una película de culto para los amantes de las competencias automovilísticas.
Paralelamente, pero con algunos meses de distancia, Steve McQueen y el director John Sturges, habían comenzado a rodar su propia película de Fórmula 1 también. Se llamaría “Day of the Champion”, pero cuando vieron que estrenarían después que Grand Prix y que la temática sería muy similar, el proyecto quedó descartado con muchas horas de rodaje ya hechas.
Solo fue cuestión de esperar la oportunidad. Y esta llegó en 1970, con la llegada de los majestuosos prototipos de Porsche y Ferrari para el Campeonato Mundial de Marcas. Fue entonces donde McQueen se dio el gusto de hacer su anhelada película de automovilismo deportivo de modo de poder canalizar en un mismo proyecto, sus dos grandes pasiones, la de manejar autos de carreras y la de actuar.
Tanto era el entusiasmo del astro norteamericano de la pantalla grande, que incluso llegó a tomar una cámara y acostarse en el piso, en plena recta de Mulsanne, solo para registrar una escena en la que Jo Siffert y Derek Bell recorrían los 4 kilómetros de extensión de la zona más veloz de Le Mans a 320 km/h sobre los Porsche 917 de carrera, como ningún camarógrafo se animaba a hacer.
Pero una vez más, como en Grand Prix, las escenas de velocidad no se podían grabar sin un auto tan rápido como los que protagonizaban la película, que montara una o más cámaras para registrar la acción. Así nació el que probablemente sea el auto más llamativo utilizado para esta tarea. A simple vista parecía ser un Ford GT40, el modelo que había competido y ganado Le Mans entre 1966 y 1969, al que se le eliminó el techo de modo de poder recibir una cámara y su camarógrafo al lado del “piloto” que condujera.
En realidad no era un GT40 original sino un automóvil derivado de la primera versión de este, el MK1. John Wyer Racing lo había construido en 1967, cuando el proyecto del GT40 parecía condenado a morir por los fracasos iniciales de confiabilidad, y lo nombró Mirage M1. Pero en 1968, fue prohibido por un cambio de reglas, lo convirtieron nuevamente en GT40 y ganó las famosas 24 horas con el chasis P/1075, mientras que el P/1074 se vio obligado a abandonar. Cuando en 1970, los autos GT quedaron fuera de competencia por la llegada de los prototipos, JWR vendió el P 1074, que era el único chasis que le había quedado.
Ese fue el auto que Solar Productions, la compañía del propio McQueen, alquiló para utilizar como “cámara car”, y con él se rodaron todas las acciones de persecución que hicieron famosa a la película estrenada en 1971. Al auto hubo que cortarle el techo para alojar una gran cámara Arriflex sobre la cubierta trasera del motor. Esa cámara fue estabilizada giroscópicamente y era por un camarógrafo que debía ir mirando hacia atrás o el costado, asistido para mantener la calidad de imagen ante el movimiento y la velocidad por un sistema de aire comprimido.
Aprovechando que por sus prestaciones, el auto podía hacer todas las escenas de acción, se lo dotó de otras dos estructuras para soportar cámaras con otros enfoques. Así, en la trompa se le hizo una suerte de escalón con dos lentes y en la parte trasera se agregó un soporte colgante para una cámara que registrara tomas al ras del piso hacia la trompa de un auto que lo persiguiera.
Hubo también dos Porsche con cámaras a bordo. Un 908 que era propiedad de McQueen, y un 917 de los que alquilaron para grabar las escenas posteriores a la carrera de 1970. En total, la producción se hizo con 25 autos que habían corrido un mes antes en Le Mans. Algunos los alquilaron y otros fueron comprados. Durante la grabación, que duró más de un mes, los autos se mantenían en un taller de Arnage, en las cercanías de Le Mans. La tarea estaba a cargo de Andrew Ferguson, exgerente de Ecurie Lotus. Una vez terminada la filmación, todos los autos se pusieron a la venta.
La película, sin embargo, siguió la misma suerte que Grand Prix. Ambas fueron muy reconocidas por su producción, aunque Le Mans sin estatuillas. Pero en ningún caso consiguieron ser exitosas en cantidad de espectadores. Las películas de automovilismo quedaron a un lado por muchos años, hasta la década del 80, cuando se hizo Pole Position, que sin embargo no era una película de ficción sino una documental del mundo de la Fórmula 1.
Más de 50 años después de Grand Prix y Le Mans, ambos largometrajes siguen siendo considerados los mejores de todos los tiempos.
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