El advenimiento de nuevas marcas de autos a partir de la movilidad eléctrica es uno de los fenómenos más llamativos de la industria en el siglo XXI. El cambio de paradigma se reflejado de inmejorable modo con Tesla, la marca creada por Elon Musk hace 20 años, nacida exclusivamente para fabricar vehículos que no funcionaran con motores de combustión interna, sino impulsados por una batería de iones de litio.
Y Tesla es la referencia porque se ha convertido en un actor protagónico del mundo del automóvil actual, incluso superando niveles de venta de marcas tradicionales en varias oportunidades.
Más allá del hecho en sí mismo de ser una marca de autos sustentables, el mayor valor que ha impulsado a la cima a la compañía nacida en Palo Alto, California, es el desarrollo tecnológico, ese es su gran fuerte. Pero hay cosas que no se pueden comprar, la historia y la mística son dos de ellas.
Ettore Bugatti inauguró en 1909 su fábrica de autos en Molsheim, Francia, en el corazón de la Alsacia, muy próximo a la frontera con Alemania. Los autos nacieron con un concepto claro, tenían que ser autos pequeños, livianos y fáciles de manejar. Primero fueron autos de competición, pero en 1922, con la llegada del Type 30, se inició la era de los autos de paseo de lujo, que continuaría con el Type 41 Royale en 1926.
La era de la preguerra fue de éxito absoluto, tanto en las pistas como en las calles, pero entre 1940 y 1945, la fábrica debió cerrar e incluso ceder lugar para fabricar armamento anfibio para el ejército alemán. Con el final de la guerra, Bugatti recuperó las instalaciones y comenzó a fabricar nuevamente, pero debido a la falta de fondos, no pudieron producir nuevos modelos. El desgaste de Ettore Bugatti para recuperar su fábrica en Molsheim había sido muy grande, enfermó dos años más tarde y murió de neumonía en París en 1947.
La marca ya no recuperó la esencia y nueve años más tarde cerró su producción tras haber fabricado 7.900 vehículos. En 1987, el empresario italiano Romano Articoli compró los derechos de la marca y construyó un auto deportivo llamado EB 101, lanzado en 1991. La fábrica estaba ahora instalada en Italia y la marca, Bugatti Automobili Spa ya no era ni parecida a lo que su fundador había creado. Solo duró hasta 1995, cuando también cesó su actividad.
Recién en 1998, el Grupo Volkswagen compró los derechos de uso de la marca, y un año más tarde nació el primer modelo del auto que se haría famoso como el Bugatti Chiron. En 2001, con la llegada del Veyron, se decidió restituir la marca a su lugar de origen, Molsheim, donde actualmente se producen todos los modelos exclusivos de la marca, incluso después de haber sido adquirida por Mate Rimac en 2021.
Esa historia es necesaria para entender por qué los autos originales de una marca como Bugatti tienen tanto valor. Porque son el legado que muy pocos pueden lucir. Y es esa la razón por la cual, después de más de dos años intentándolo, finalmente consiguieron convencer a un coleccionista suizo, Hans Matti, para que le vendiera a la propia marca, cinco autos de enorme valor.
Los autos son un Bugatti Type 51, un auto de carreras de Gran Premio de fábrica que condujo el propio Louis Chiron; un Type 49 que fue el vehículo personal del mismísimo Jean Bugatti y que tiene las iniciales “JB” en sus puertas; un Type 35B que es propulsado por el motor original del Type 51; un Type 37 sobrealimentado; y un Type 35A con motor, caja de cambios y el eje trasero originales de un Type 36, que compitió en la pista de Montlhéry.
Y naturalmente, apenas se cerró la operación, los cinco autos y una enorme cantidad de fotografías y documentos que certificaban los eventos y reuniones de las que cada auto había participado en sus años de gloria, fueron directamente al Château Saint Jean en Molsheim, el hogar de Bugatti Automobiles, donde cada uno de ellos había sido fabricado.
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