Lo llamaron “The Stampede”, o en español, la estampida. Fue el nombre del evento de develación con el que Ford presentó esta semana en Detroit, la séptima generación del precursor de los Pony car, el clásico Mustang.
No fue tan larga como sí exitosa la vida de la generación 6, nacida en 2014, por lo que algunos podrán creer que Ford intenta dar un golpe de efecto que genere sorpresa. Cuánto influirá en esa decisión, la salida al mercado del Mustang Match-E eléctrico, solo ellos lo saben, pero no se puede negar que “hizo ruido” en los amantes del clásico que lleva casi 60 años de vida, encontrarse con un SUV a baterías, completamente opuesto al espíritu del Mustang, con el mismo nombre.
Lo que es una realidad es que Ford decidió recuperar la atención de los fanáticos de los típicos autos deportivos americanos, con una nueva versión del Mustang, y lo han conseguido con creces. Después será subjetivo si es más o menos atractivo, si se identifica mucho o no tanto con las líneas de la generación 6, pero eso siempre es motivo de polémicas y también de costumbres.
El auto es bastante distinto a su inmediato antecesor. La parrilla es más alta y el ingreso de aire es mucho mayor, los faros delanteros casi abandonaron por completo la inclinación de su borde interno, tan característico de las dos versiones anteriores, y que representaban mucho de la imagen del auto. Ahora son tres bloques de luz LED que tienen mucha vinculación estilística con las luces traseras. El capó sigue siendo largo pero ya no tan musculoso como el anterior, aunque en la versión GT tiene una impresionante entrada de aire en el centro que le da más agresividad al diseño.
En el perfil, la línea de las ventanillas traseras es opuesta a la de la generación 6, en la que la línea superior bajaba copiando la descendente del techo hasta encontrarse con la de cintura que venía desde las ventanillas principales. Ahora va al revés, hacia arriba, dejando de lado la silueta clásica e identificatoria del Mustang. La parte trasera es probablemente la que menos ha cambiado, representando claramente el modelo conocido.
El cambio grande está en el interior, donde se mantiene el volante de tres rayos pero se acompaña de muchas pantallas, tanto en el cuadro de instrumentos como en la zona central del tablero. Se agrega un freno de mano clásico en aspecto, aunque eléctrico, y por lo tanto completamente novedoso. Se ha pensado para los amantes del drifting o la conducción deportiva en la que el derrape controlado es parte esencial.
Lo bueno es que el motor es el mismo V8 que todos los que compran un Mustang quieren encontrar. Se trata del afamado Coyote de 5 litros de cilindrada, dotado de una nueva gestión electrónica que sin embargo no modifica el sonido tan característico del modelo.
Pero el nuevo Mustang tendrá también el motor EcoBoost de 2.3 litros y 4 cilindros, y si bien no se anunciaron valores exactos, se aseguró en la presentación, que ambos impulsores, el de 8 y el de 4 cilindros, tienen mayor potencia que sus predecesores y esto significa que el Coyote podría superar los 500 CV y el EcoBoost estaría por encima de los 300 CV. En ambos casos, el Mustang 2023 vendrá con dos opciones de transmisión, la caja manual de 6 velocidades y la automática de 10 marchas.
Finalmente, se ha develado la versión max extrema, llamada Dark Horse. Es un serie con una configuración estética con terminaciones específicas de pintura, que solo tendrá la motorización Coyote V8 y caja manual.
Que sea distinto a otros Mustang es una apuesta de Ford. Ya la hizo con el eléctrico y ahora la refuerza con un “petrolero” de los de antes, adaptado a los tiempos actuales en diseño y equipamiento. ¿Será el último V8 o habrá una generación 8?
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