Su techo semicircular, sus grandes ruedas con rayos de madera, sus paredes y ventanas. La imagen completa que se trasluce al ver esta maravillosa primera casa rodante motorizada de la historia, inmediatamente remite al observador actual, a una época que no ha vivido pero ha visto centenares de veces en series y películas del Far West.
Y aunque tampoco pertenece a la época de la colonización en Norteamérca, los rasgos y similitudes con las famosas diligencias o los antiguos carruajes, es inevitable, aunque habían pasado más de 100 años.
De hecho, tan distante era aquel tiempo de la Conquista del Oeste, que apenas unos meses antes de la creación de esta primera casa sobre ruedas, había salido el primer Ford T de la línea de producción en Michigan, iniciado un ciclo que continúa aún hoy, y que dejó al automóvil de Henry Ford como un símbolo de la industria automotriz para siempre.
La cuestión es que una empresa de almacenes inglesa llamada Betail, que se desplazaba por todo el territorio del Reino Unido en los años previos a la Primera Guerra Mundial, vio en un Ford T la posibilidad de moverse más fácilmente y con horarios más flexibles, incluso deteniéndose en el camino si era necesario. Para eso necesitaban tener una casa que pudiera montarse sobre ese chasis que apenas acababa de llegar desde EE.UU. y que era una verdadera revolución para la movilidad en Europa toda.
Una empresa metalúrgica llamada Baico se encargó de alargar el chasis y una constructora de carruajes muy famosa cuyo nombre era Dunton of Reading, fue la responable de la carrocería íntegramente hecha de madera, tal como se hacía entonces.
En su interior se diseñó un ambiente único bien espacioso, en el que estaba incluida la cabina del conductor, que naturalmente no era nada especial, sino que solo tenía un asiento enterizo de Ford T que podía girarse para convertirse en un sofá, el volante y la selectora de marchas, todo a espaldas a una especie de living en el que ubicaron una estufa a leña tipo salamandra que tenía su correspondiente chimenea. Este artefacto, no solo tenía por utilidad mantener calefaccionado el vehículo de un modo que no generara consumo de electricidad, sino fundamentalmente, era una cocina en sí misma, que permitía hacer más completa la utilidad del Ford T como casa sobre ruedas.
Una vez superada la parte delantera, en el centro de la carrocería, se encontraba la puerta de acceso, que era de doble hoja y que al estar elevada, tenía su propia escalera para poder acceder desde el exterior. Una vez adentro, había una mesa rebatible en la misma pared de la puerta y enfrentándola, un gran armario para guardar equipaje, carga o elementos propios de una casa en funcionamiento, como la vajilla o utensilios de cocina. Adicionalmente había otro asiento tapizado en cuero y una gran ventana con cortinados. Después, la zona de descanso en el fondo, tenía dos cómodas camas marineras con sus correspondientes ventanas individuales.
El piso era también de madera, al igual que paredes y techo, aunque en el proceso de restauración se colocó una alfombra para darle mayor calidez. La iluminación era a través de faroles a gas y hasta se le había colocado un buzón para cartas por si la estadía era prolongada en algún sitio.
La historia del vehículo no se supo hasta hace unos años, cuando después estar abandonado por décadas, fue descubierto en Shepperton, cerca de Londres y restaurado a su estado original con un trabajo de que demandó unos cuatro años. Ahora, la casa de subastas Bonhams lo ha publicado para remate el 10 de septiembre próximo, con la expectativa de alcanzar una cifra entre 22.000 y 35.000 dólares para adjudicarle un nuevo propietario.
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