La micromobilidad es uno de los fenómenos que están apareciendo con fuerza en el proceso de descarbonización de la industria automotriz mundial. El furor de las bicicletas en Países Bajos, o de las e-bixes en todo Europa y la llegada de los monopatines eléctricos, son apenas una muestra de cuán rápido las distintas sociedades reaccionan ante el cambio climático. La pandemia fue un indicador fuerte de cuánto se podría mejorar el planeta sin tantos vehículos terrestres, anfibios y aéreos contaminando. Volvieron las aguas cristalinas a Venecia, aparecieron jabalíes en Cataluña y el cielo volvió a ser celeste sobre Shanghai. Las olas de calor sofocante y de frío congelante en las mismas regiones entre el verano y el invierno, le siguen recordando a la humanidad, lo importante que es cuidar el medio ambiente con mayor intensidad.
El cambio no es solo en los medios de transporte, es en los hábitos de consumo cotidianos de todos, pero mientras la humanidad aprende y corrige comportamientos, la industria del automóvil hace su parte, porque todo suma.
Sin embargo, hay países que por necesidad han adoptado la micromobilidad hace mucho tiempo, décadas para ser más precisos. Es el caso de Japón, un país con casi 378.000 km2, casi lo mismo que las provincias de Buenos Aires y Entre Ríos juntas, pero 125 millones de habitantes, donde no hay espacio y tras la Segunda Guerra Mundial, la economía estaba completamente arruinada. El japonés medio no tenía posibilidades de comprar un automóvil, por más pequeño que este fuera, y entonces se dio nacimiento a lo que hoy se conoce como kei car.
Inicialmente eran como una moto carrozada, de apenas 150 cm3 de cilindrada, a la que las personas trabajadoras podían acceder, y con el correr de los años se fue llevando cada vez más hacia arriba en potencia y dimensiones, para no afectar el mercado de las motocicletas, y permitir que se pudiera acceder a un pequeño auto en el que pudieran viajar más de dos personas. Se resolvieron dos problemas, el económico y el demográfico. El parque automotor japonés, por la naturaleza de su territorio, colapsa permanentemente. Las distancias no se miden el kilómetros sino en horas para llegar de un punto a otro.
Hoy, los kei car tienen el 30% del mercado automotriz del país, manteniendo desde hace 30 años sus dimensiones máximas de 3.4 metros de largo, 1.48 metros de ancho y 2 metros de altura, 640 cm3 de cilindrada y 64 CV de potencia. Pero además, parte de las normas que permiten que un automóvil entre en la categoría de kei car, es que sea de formas cuadradas, para evitar que se deforme el concepto. A cambio de esto, esos autos tienen ventajas impositivas y de costos como el de las patentes. Son tan populares, que en 2020, 7 kei car estaban en la lista de los 10 autos más vendidos de Japón.
Sobresalir con un producto ante tantas limitaciones, no es fácil, naturalmente. Y así como todos los modelos más equipados tienen sus pantallas de infoentretenimiento y conectividad, y algunos incluso adoptaron motores turbo y cajas de cambios automáticas, ya sea convencionales o CVT, hay uno que parece haber descubierto una nueva forma de distinguirse de la media.
Suzuki es la marca que ha presentado su nuevo kei car que apela a diseños retro para captar la atención de los consumidores, con el nuevo Alto Lapin LC. Es un modelo derivado del Alto Lapin lanzado en 2015, pero con detalles y colores que lo hacen representar a un modelo icónico de Suzuki, el Fronte 360 de los años 60. La nueva versión de este popular kei car propone colores de esas épocas como el rosa pastel, el verde claro, o simplemente azul, marrón y beige. Además hay opciones de pedirlo en pintura bitonal con el techo en blanco y marrón.
El diseño de la parrilla y los faros delanteros con bordes cromados, alimentan también esa idea de ser un modelo retro, y en su interior, tanto los asientos como los apoyabrazos de los paneles interiores de las puertas presentan una combinación de cuero sintético de color chocolate y tela escocesa marrón. La consola central tiene una pantalla de 7″ en la parte superior, y en la inferior se encuentran los mandos del climatizador automático y la palanca de cambios. Para seguir con la temática, el cuadro de instrumentos es parcialmente digital aunque tiene el velocímetro analógico.
El vehículo tiene un costo de unos 10.000 dólares en su versión más básica, que llega a superar el equivalente a 12.000 dólares en moneda local, yenes, para la más equipada. Son autos que no se producen pensando en otros mercados que no sea el japonés, aunque ante la nueva ola de micromobilidad que se extiende en todo el mundo, no sería extraño que empiecen a aparecer en otros mercados. Es una oportunidad para la industria, aunque en países como Argentina, con extensiones tan grandes de territorio y distancias inimaginables para Japón e incluso Europa, debería ser un auto de consumo exclusivamente urbano.
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