Frecuentemente, en las obras de ficción, los extraterrestres son caracterizados como feos, si son malos, o como lindos, si son buenos. Lo mismo ha ocurrido con sus naves espaciales. Las que llegan a la Tierra para destruir a la especie humana son negras y con formas agresivas, y las que vienen a rescatar al planeta de su autodestrucción, son blancas y de líneas limpias y agradables.
Entonces, si un auto nace con el nombre de Extra Terrestrial Vehicle, hay que prepararse para que el impacto pueda ir en cualquier dirección. Se puede encontrar una maravilla sobre ruedas o un artefacto extraño, que genere más temor que tranquilidad.
En el año 2014, un diseñador norteamericano llamado Mike Vetter, elaboraba kits de carrocería en The Car Factory, en el estado de Florida. Había construido varias versiones de réplicas de Ferrari y Lamborghini, usando un Pontiac Fiero como base. Pero un día recibió algunas notificaciones judiciales por esas creaciones que emulaban autos que no eran en realidad, y debió dejar de construirlos. Ese fue el motivo por el que empezó a crear sus propios diseños.
Así nació el EVT (Extra Terrestrial Vehicle), usando como plataforma un Chevrolet Cobalt, un sedán con motor de 4 cilindros y 2.2 litros de cilindrada, muy popular en EE.UU. en esos años.
El diseño se basó en una forma aerodinámica que debía parecer elevado del piso. Para lograrlo, Vettel ensanchó la carrocería, la llevó hasta la altura más baja que fuera posible, y con ella cubrió completamente los perfiles de las cuatro ruedas, de modo tal que no se ven, salvo tirándose al piso. La carrocería está muy extendida hacia adelante, de modo de poder extender el parabrisas en la misma línea del capot. Las puertas se abren estilo ala de gaviota, pivotando hacia arriba y adelante por la inclinación misma del techo.
Las dos plazas delanteras son las únicas habitables, ya que al asiento posterior, de mínima superficie solo se accede pasando entre ambas butacas principales. Las puertas, una vez cerradas, no tienen ventanillas convencionales, sino un vidrio pequeño a la altura de los espejos retrovisores exteriores, y dos ventanas circulares como ojos de buey, que se replican con otras dos similares que serían las ventanas de las plazas posteriores.
Al levantar el capot, la forma de cuña exterior desaparece. El motor está ubicando muy adentro, casi debajo de la base del parabrisas, y lo que se encuentra en primer lugar es el radiador de agua del impulsor, delante de lo cual solo hay un espacio vacío hasta llegar a la parrilla.
La parte trasera es también disruptiva y extraña, con formas cuadradas que parecen emular lo que fue el Nautilus del capitán Nemo, en la novela de Julio Verne, 20.000 leguas de viaje submarino. Sobre la superficie de ese cuestionable remate, una plataforma se levanta plana, para hacer las veces de baúl, considerablemente más voluminoso que la cabina misma del automóvil.
Toda la carrocería fue hecha en fibra de vidrio con calidad y terminaciones dignas de una industria de autos en serie de alta gama. Vetter, incluso fabricó él mismo el parabrisas, porque por su forma y dimensiones, no tenía modo de conseguirlo. El auto fue un gran esfuerzo que demandó un costo cercano a los 90.000 dólares en 2014.
No fue el único, sino el primero. Después de este EVT basado en un Chevrolet Cobalt, Vetter hizo un Toyota MR2 y hasta un Porsche Boxter, además de otros basados en el mismo modelo de GM. Cada uno le demanda casi un año de trabajo, y luego se ponen en subastas. Hasta ahora, ha podido vender todos los autos, ya que siempre hay un amante de los autos excéntricos dispuestos a pagar por una pieza única y extraña.
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