El dilema es mucho más grande de lo que parece. Hasta los países más poderosos e industrializados de Europa lo están viendo con preocupación. Impulsar la movilidad eléctrica requiere grandes inversiones y grandes pérdidas. Los autos eléctricos son maravillosos, y llenar las calles y rutas con estos vehículos es una postal muy atractiva para los gobiernos que impulsan el cuidado del medioambiente. Pero esa es solo la parte linda de la película. Detrás del cambio de paradigma en la movilidad hacia vehículos sustentables, hay muchas otras cosas que se mueven o que, como consecuencia de la transformación, generan nuevos problemas para resolver.
El primero es que la red eléctrica debe aumentar su capacidad de entregar energía al mismo ritmo de la fabricación de autos a batería que se enchufará a ella. Pero esto no es posible porque la industria automotriz produce autos mucho más rápido que lo que demanda construir represas hidroeléctricas o parques de energía eólica o solar para generar energía renovable y transportarla hasta los centros de distribución. Por esa razón, entre otras que tienen que ver con la geopolítica y hasta con la invasión de Rusia a Ucrania, es que el costo de la electricidad ha aumentado a niveles que poca gracia les debe causar a los usuarios de autos eléctricos.
El segundo problema es que los autos a batería (EV) son muy caros para el poder adquisitivo promedio de los usuarios, entonces para que más personas se vuelquen a esa tecnología, los gobiernos deben generar subsidios que permitan bajar el precio final que pagarán las personas.
Y el tercer inconveniente que se está presentando es que, además de generar un gasto en esas subvenciones, los gobiernos también están empezando a notar una merma en la recaudación por patentamiento de autos nuevos, ya que otra de las medidas que se tomaron para favorecer el cambio de movilidad de las personas hacia esta tecnología, era eximir de pago de patentes a los EV.
Paralelamente, la industria automotriz insiste en la necesidad de impulsar los híbridos enchufables como una respuesta de “mitad de camino” entre los contaminadores petroleros y los limpios eléctricos. El auto híbrido que se puede cargar conectándose a la red domiciliaria, es un auto más accesible en precio que un eléctrico y a la vez es menos contaminante que un motor de combustión interna. Emite menos CO2 a la atmósfera, pero no tanto como para ser una tecnología definitiva sino una de transición.
Y aquí también hay otro problema para resolver. Porque el híbrido tiene un sobrepeso respecto al auto convencional debido a montar el motor de combustión interna y sus partes, y el tanque de combustible, pero además llevar su batería y el motor eléctrico. Esto hace que, cuando funciona con el motor térmico, tenga que arrastrar más peso y por lo tanto consuma más. Entonces, para mejorar al máximo la eficiencia, los fabricantes han empezado a construir algunas carrocerías con más partes de aluminio que de acero. Pero eso también es más costoso, entonces el auto tendrá un sobreprecio por los materiales que se usan.
El dilema podría ejemplificarse con una balanza. De un lado está el peso del costo en dinero, y del otro, el peso del daño ambiental producido por la contaminación. En el medio podrían estar los híbridos enchufables, pero también las otras tecnologías capaces de producir electricidad “onboard”, como puede ser la complementación de energía solar o el uso del hidrógeno para generar carga a través de pilas de combustible.
En Suiza ya han decidido levantar los subsidios a los híbridos enchufables por los motivos expuestos de mayor consumo cuando no utilizan el motor eléctrico. Ahora es Alemania la que plantea una situación análoga, aunque con un radio mayor de afectación.
El Ministerio de Economía alemán quiere poner fin a los subsidios para los híbridos enchufables antes de lo planeado, originalmente era para fines de 2022, pero a la vez pretende reducir en un tercio el que le seguirán otorgando a los vehículos eléctricos ya a partir de 2023.
Según informa el diario alemán Frankfurter Allgemeine Zeitunglas, la propuesta del ministerio eliminaría el subsidio de 4.500 euros para un híbrido enchufable, mientras que en el caso de los autos eléctricos, la ayuda bajaría de los actuales 6.000 euros a 4.000 para 2023, y más aún en los dos años siguientes, cuando solo sería de 3.000 euros.
Si se continúa con estas políticas de reducción de las ayudas, lo que hoy es un crecimiento de la movilidad eléctrica que en Europa ya es cercano al 10% del mercado de autos nuevos, podría aminorar la velocidad, pero las industrias empezarían a sufrir probablemente grandes pérdidas económicas, ya que por cantidad y precio, los autos a batería no dejan grandes márgenes de ganancia para los números globales de las compañías.
“Estas medidas pondrían en peligro el aumento de la movilidad eléctrica e ignoraría las realidades de los consumidores en Alemania”, dijo el jueves en un comunicado Hildegard Mueller, Presidenta de la Asociación Alemana de la Industria Automotriz (VDA). “Los híbridos enchufables sirven como pioneros para la transición a la movilidad eléctrica”, afirmó.
Si se pretende llegar al objetivo de dejar de fabricar motores de combustión interna para 2.035 como pretende la Comisión Europea desde julio de 2021 cuando presentó su Plan Fit for 55, las decisiones que se tomen en estos años serán vitales. Si se deja de invertir en subsidios y exenciones de patentamiento, muchos compradores se retraerán y sostendrán el mercado automotriz de motores de combustión interna por más tiempo. Si se mantiene esa política de subsidios, los gobiernos tendrán menores recursos para invertir en infraestructura de generación de electricidad de fuentes renovables.
No habrá resultados hasta por lo menos un par de años más, cuando se pueda comprobar empíricamente cuál camino es el correcto. Habrá que hacer un balance entre la situación financiera de las empresas automotrices y los gobiernos, y el daño ecológico que se pueda medir para entonces. Mientras tanto, la “Espada de Damocles” que significa el calentamiento global sigue pesando sobre la humanidad, que debe hacer lo posible para no sobrepasar en más de 1,5° la temperatura del planeta para 2050.
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