Si fuera posible viajar 30 años hacia adelante en el tiempo, y desde el futuro mirar hacia atrás para describir el rumbo que tomó la industria del automóvil desde 2020 a 2050, hay dos posibles respuestas que no estarían alejadas de la realidad.
Una sería que los autos dejaron de tener motores térmicos que funcionaban con combustibles derivados del petróleo, y ahora, en 2050, son propulsados por poderosos motores eléctricos que se alimentan de corriente de la red, de energía solar o de pila de combustible de hidrógeno. La otra posible respuesta, y tan probable de concretarse como la anterior, es que los autos ahora son plataformas de servicios que, mucho más allá de su función primaria de transportar personas, son una herramienta para hacer todo tipo de actividades cotidianas, tales como hacer las compras en el supermercado, tener reuniones de trabajo o ser una sala de entretenimientos.
Es el gran cambio que por partida doble se está dando ya desde hace un tiempo, pero que acelerará sus plazos de desarrollo en los años que separarán al actual 2022 del 2030, es decir menos de una década. Es el famoso cambio de paradigma del que habla la industria de la movilidad constantemente.
“Las marcas ya no fabricamos autos, sino que ofrecemos servicios”, es una frase común a todos los ejecutivos que se refieren al escenario futuro del automóvil.
En cualquiera de ambos casos, ya sea que los autos sean eléctricos o una plataforma de servicios de conducción autónoma, algunas partes seguirán existiendo como esencia, por ejemplo, los neumáticos, llantas, carrocería, más allá de materiales nuevos que puedan aparecer. Pero hay otras cosas que desaparecerán, como los caños de escape, las vías, los filtros y las bombas de combustible, los tanques de gasolina, etc. Y aparecerán en una mayor proporción y cantidad, otros elementos fundamentales para la tecnología que viene como los cables y los conectores eléctricos.
Parece un elemento menor, accesorio, pero realmente no lo es. Un reciente estudio asegura que una de las empresas que provee de conectores de cables, ha crecido tanto en los últimos años, que hoy es una compañía del volumen de una automotriz, nada menos.
El cambio de paradigma se convirtió en un negocio gigante para algunos, y hasta podría trazarse un paralelismo con el combustible. Los cables y conectores, son la nueva versión del aceite y gasolina de los automóviles. Y así como las petroleras fueron y siguen siendo todavía tan grandes o más que muchas fábricas de autos, los productores de estos componentes eléctricos, lo serán también.
El caso de la compañía alemana TE Connectivity es un claro ejemplo de este cambio de actores. Su producto son los conectores de todas las instalaciones eléctricas de los autos a batería, y aunque es una marca que muy pocos conocen, su valor de mercado actual es de 43.000 millones de dólares, lo que le permite superar a varias fábricas de autos de gran renombre. En 2020, TE invirtió más de 125 millones de dólares en una nueva factoría que le permita producir en proporción al crecimiento del mercado de autos eléctricos. Los conectores, según señala la misma compañía, son fundamentales para mantener los estándares de calidad y seguridad de la conducción de electricidad entre las baterías y el motor eléctrico, pero también para cargar esas baterías con mayor velocidad gracias a una menor pérdida de energía en el proceso.
Si esto sucede con los fabricantes de conectores de alta tensión, no es difícil imaginar que sucederá algo similar con quienes son proveedores de baterías, de pantallas LED, de cables para esas pantallas, de cámaras periféricas, de radares, de sensores, de antenas de recepción y emisión de datos y de todo aquello que es parte vital de los autos eléctricos y conectados.
Habrá un período de transición en el que convivan como negocios fructíferos, tanto quiénes explotan petróleo y sus derivados, como quiénes fabrican partes de conducción de electricidad, pero la transformación hay que hacerla sí o sí, y quién lo haya entendido antes, tendrá ventaja.
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