En otros tiempos, cuando las computadoras o los teléfonos inteligentes no ocupaban tanto espacio en la vida de las personas, los chicos y los no tan chicos, pasaban horas dibujando. Era un modo de fantasear, de imaginar el futuro. Quienes tenían la suerte de ser hijos de arquitectos o ingenieros jugaban con escalímetros, plantillas y lapiceras estilográficas (muchas veces sin que los padres lo supieran), pero los que no tenían esas cosas difíciles de nombrar, solo lo hacían con una hoja canson y un lápiz negro. Para los amantes de los autos, diseñar un modelo del futuro era llevar la fantasía hasta lugares inimaginables.
Rubén Wainberg es un argentino nacido en Buenos Aires en 1972, y fue uno de esos que dibujaba autos desde muy chico, que soñó con diseñar autos de verdad, y llegó a ser Jefe de diseño de Abarth en Italia. Es la mejor demostración para los soñadores, que se puede soñar y cumplir el sueño, aunque parezca muy lejano.
“Más que sangre, por mis venas corren autos”, es su primera frase hablando un simpático español matizado con italiano, con el que entabla la conversación con Infobae desde su casa, en Torino.
Con esa frase, lo que desnuda Wainberg, es que diseñar autos no fue solo la profesión que eligió, sino que lo apasiona completamente, y a medida que transcurre la entrevista, habrá muchas referencias de cuánto lo apasiona su profesión.
“Creo que mis primeras dos palabras fueron mamá y papá y la tercera cosa que dije fue cupé Taunus, jajaja… Pero en serio lo digo. Ese era el auto moderno más famoso en mi niñez”, aclara.
La cupé Ford Taunus tenía algo atrapante que era compacto, de líneas modernas y sobretodo, 100% deportivas. No es un dato menor, porque a Rubén le gustaban las carreras por contagio familiar.
“Mi papá era apasionado por los autos, corría carreras de regularidad con mi mamá incluso desde antes que yo naciera. Cuando yo era muy chico, me llevaba a las carreras de TC, seguíamos al equipo de Felipe Salgado, que era un Ford, así que me hice fanático de Ford. En esa época corría Tito Bessone con ese auto y yo estaba muy entusiasmado con eso. En casa, los domingos mi papá me levantaba a las 7 de la mañana para que viéramos juntos las carreras de Fórmula 1, y cuando terminaba la carrera, yo me quedaba haciendo autitos en papel. Hacía autitos chiquititos, los dibujaba, los cortaba y los armaba, y así me hice una colección enorme que todavía conservo allá en Buenos Aires”, comenta haciendo un par de pausas porque lo embarga la emoción al recordar a sus padres que ya no viven.
“Estoy seguro que esa fue la chispa que encendió la llama que me trajo hasta aquí. La idea de diseñar o dibujar autos empezó a ocupar un lugar inesperadamente grande en mi vida. Recuerdo que los sábados, me “rateaba” de mis clases de inglés y me iba al centro, que era donde estaban todos los kioskos que traían las mejores revistas importadas sobre autos. Me gastaba todos los ahorros que podía juntar, en esas revistas, que todavía conservo con mucho cariño. Era el único modo de aprender algo de diseño de automóviles.”
Cuando llegó el momento de decidir una carrera universitaria, Wainberg empezó arquitectura en la ORT, donde se recibió de Maestro Mayor de Obras. “Ahí comprobé que dibujaba bien. Mis profesores estaban sorprendidos porque a mí me gustaba mucho la precisión. Yo dibujaba cada detalle, más de lo necesario, podría decirse. Todos dibujaban las puertas y ventanas de las casas, y yo dibujaba hasta los cuadros en las paredes. Y siempre que podía, dibujaba autos. En el cuarto de los chicos, dibujaba autos de juguete, y el primer garage que hice, lo hice con una Ferrari F40 en el interior, jajaja.”
Por ese entonces, estudiar una carrera que le permitiera desarrollarse como diseñador de automóviles, solo se podía hacer en el exterior. Se anotó en un curso de diseño industrial en la misma ORT, que era lo más parecido a lo que quería, y mientras hacía ese curso, supo de la escuela de diseño a la que tenía que ir en Italia.
“El lugar al que tenía que ir era el Instituto d’Arte Applicata di Torino, así que conseguí todo lo que necesitaba saber y mientras duraba ese curso terciario, me dediqué a ahorrar dinero para venirme a Italia. Durante el curso siempre intentaba hacer siempre algún auto, pero no siempre las materias o los trabajos que nos pedían iban para ese lado, así que tuve que esperar a fin del curso, y como trabajo final ahí sí pude hacer un auto. Una locura, hice un karting en escala 1:1 y como en casa no teníamos un garage donde hacerlo, lo hice adentro, mientras mis hermanos estudiaban. No sé cómo no me mataron. Ese fue mi primer auto, digamos así.”
La llegada a Italia fue un poco caótica. Al principio pensó que podría vivir en la casa de un amigo de su tío que vivía en Milán, pero rápidamente se dio cuenta que no era posible vivir en una ciudad y trabajar y estudiar en otra, por más cercanas que estuvieran entre sí. Se mudó a Torino, y empezó su vida allí, compartiendo casa con otras cuatro personas para que fuera más accesible para su economía. En la escuela de diseño pagó medio año adelantado con los ahorros que había conseguido, y se quedó con un poco de dinero para vivir hasta conseguir un empleo y los papeles.
“Tenía seis meses pagos, pero si no tenía los papeles en tres meses me tenía que volver. Por suerte conseguí trabajo en un hogar de ancianos y gracias a ese trabajo pude gestionar el permiso de trabajo y las cosas se encaminaron. No fue fácil, sufrí bastante. Hasta tuve que volver a Argentina para esperar los papeles, pero finalmente lo conseguí, y eso me permitió terminar la escuela”, relata entre risas hoy, que en aquel momento fueron todo lo contrario.
Al terminar el instituto, empezó la vida real del diseñador de autos que Rubén Wainberg quería tener.
“Conseguí un trabajo fue en una compañía italo-suiza, que tenía una sede muy chiquita acá en Torino. Ese primer trabajo fue muy importante porque te muestra cómo son las cosas. Sin la escuela de diseño no era posible conseguir trabajo en ningún lado de la industria, pero una vez que tenés los estudios, cuando entrás a trabajar, te das cuenta que la escuela te sirve para aprender a dibujar y a presentar proyectos, pero no es ni el 10% de lo que después te vas a encontrar. Diría que mi verdadera escuela fue esta compañía, porque ahí aprendí a trabajar en 3D, y a usar Photoshop mucho mejor, que se transformó en mi arma. Ese es mi sable de Samurai. Dibujo con las manos, pero todos siempre me dicen que hago magia con Photoshop”.
A Rubén le fue muy bien en esa empresa, a punto tal que llegó un momento en el que le ofrecieron mudarse a Suiza. “No me convencía. Era un cambio muy grande, yo estaba cómodo en Italia, así que le pedí consejo a mi profesor de la escuela de diseño, Roberto Giolito, que trabajaba en la Fiat, y él me dijo que estaba armando un grupo nuevo de Diseño Avanzado, pero me dijo que no estaba muy seguro que fuera un buen momento en la empresa, que no sabía si me iban a tomar.”
Mientras postergaba la respuesta a los suizos, tuvo tres intentos fallidos de entrevista en Fiat, porque nunca encontraba a la persona que debía entrevistarlo. “En mi trabajo me presionaban diciendo que si no me iba a Suiza, me quedaba sin trabajo. Y si eso sucedía me tenía que volver a Argentina, así que le dije a Giolito lo que estaba pasando y finalmente me consiguió la entrevista. El hombre con el que tenía que presentarme notó que mi acento italiano no era bueno, me preguntó de dónde era, y cuando le dije que era argentino, me contestó que él era español y empezamos a hablar en castellano. Miró mi trabajo, me dijo que mi portfolio estaba muy bueno, que le encantaban mis diseños y mi versatilidad. Llamó a la gente de personal, me dejó solo con ellos y al final del día ya habíamos fijado el sueldo y me habían dicho más o menos qué iba a hacer.”
Wainberg empezó diseñando propuestas casuales, como la idea de un auto urbano de vanguardia. Era una especie de examen, querían ver qué podía hacer. Estaba muy bien para ser los primeros pasos, pero siempre su idea era concebir un auto entero, un concepto integral, así que esperó la oportunidad, y esta se presentó casi por casualidad, cuando otra vez su profesor de la escuela, tuvo la oportunidad de hacer el proyecto Trepiuno, que no es otra cosa que el nuevo Fiat 500 o cinquecento.
“En ese momento, la compañía decidió que el grupo que había participado del proyecto se transformara en el nuevo Centro Style Fiat. Es como habernos transformado, y de ser un grupo de Advance Design específico, pasamos a ser directamente Fiat”. Rubén se entusiasma detallando el proceso, que fue enriquecedor en todos los aspectos, no solo desde el punto de vista del diseño propiamente dicho, sino del trabajo en equipo.
“La creación del 500 fue un hito en mi carrera porque fue un auto trascendente. Nos habían pedido que hagamos un auto chiquito para presentar en el Salón de Ginebra, porque querían ver cómo lo recibía la gente, un concept car, digamos. Así fue que trabajamos en dos propuestas simultáneas de auto urbano. Una era un auto parecido al que yo había dibujado, y la otra era lo que finalmente sería el 500, que por entonces era el Trepiuno. Ambas propuestas gustaron, pero se decidieron por el segundo porque creyeron que podían hacer un auto que fuese un ícono.”
“Estábamos tres diseñadores haciendo cada uno su propuesta. Y el auto terminó siendo un poco de cada uno. Uno hizo una mejor propuesta del frente, yo hice una mejor de la parte trasera y el tercero fue quién resolvió mejor el interior. Entre los tres armamos el auto completo y lo presentamos. Una vez aprobado, nos fuimos dividiendo las cosas para hacer, y ese fue probablemente el proyecto que más me marcó, el que más me hizo crecer a nivel profesional, donde aprendí más que en cualquier otro.”
La parte deportiva siempre residió latente, solo era cuestión de esperar el momento, y el Fiat 500 fue el indicado. “En ese momento no estaba dividido Fiat de Abarth, así que ni bien hicimos el 500, me vino la idea de hacer un 500 Abarth. Hicimos “una squadra” para crearlo, y todos estábamos muy entusiasmados, cada uno quería aportar ideas para ese auto. A partir de ese auto, mi jefe decidió que yo fuera el Chief Designer del exterior de Abarth y eso fue como haber llegado a la cumbre, aquello que había soñado desde chico”.
Como Abarth hace autos deportivos con un desarrollo personal, la dedicación que requiere es mucho mayor y más detallada, algo que a Rubén, con su pasión corriendo por sus venas, no le costaría mucho esfuerzo, más bien todo lo contrario. “Seguí todos los proyectos con un detalle tal que llegué a ser el Jefe de diseño de Abarth. Había que estar muy atento a cada automóvil, porque no todos pueden ser un Abarth, pero cuando aparecía uno, lo desarrollaba prácticamente todo yo mismo. Así que bueno, ese fue mi momento. Por fin podía hacer autos deportivos como quería hacerlos yo”, declama orgulloso de ese momento.
Uno de los proyectos tuvo una estrecha relación con Argentina. Se trató del desarrollo del Fiat Punto Abarth, que corrió durante varios años como categoría soporte del Súper TC2000. Y otra vez la pasión le permitía poner un plus que marcara la diferencia.
“Lo recuerdo con mucho cariño, y fue un orgullo hacer ese auto, así que lo tomé con especial atención siguiendo cada paso del proyecto. Estuve en contacto con el grupo que los iba a mantener en Argentina, me ocupé de cada detalle, hasta de diseñar los camiones en los que se llevaban los autos a los circuitos. No pude ir a la presentación y me dolió un poco, pero a veces esas cosas pasan. Hubiera sido perfecto estar allá, siendo yo argentino, y habiendo creado esos autos que correrían en mi país, desde tan lejos.”
El último proyecto fue el Fiat 124 GT4. Un auto de carrera basado en el Fiat 124 Spider en el que Wainberg puso todo, apostando a un auto que no llegó a fabricarse pese a las exitosas pruebas que habían hecho con el prototipo en pista.
“Me siento muy orgulloso de lo que hice para contribuir a que Abarth creciera y que sea una marca reconocida en todo el mundo. Hasta el 124 de carrera, hice todo lo que estaba en mis manos para impulsarla. Incluso viajando a las carreras para hablar con los equipos, conozco a todos los usuarios y a los clubes de la marca. Creo que fue un trabajo completamente integral, no solo de diseño, sino de posicionamiento de la marca”, explica.
Pero la industria cambió para todos. Las fusiones de las compañías, en este caso primero fue Fiat con Chrysler y después la creación de Stellantis, provocó cambios. Nuevas gestiones, nuevas ideas, nuevos modos de ver el auto, y especialmente el desembarco de los autos eléctricos, han modificado el escenario.
Rubén cree que el futuro es un papel en blanco, que paradójicamente, hay que dibujar. Después de 20 años en la industria automotriz, sabe que las reestructuraciones son procesos que llevan tiempo. Mientras eso ocurre, se sigue divirtiendo con proyectos puntuales de detalles de autos, y colabora con Abarth y con Giolito, creando autos únicos, como el Abarth 1000 SP en el Heritage hub. Le encanta el proyecto y está muy ilusionado con poder contribuir a desarrollarlo.
“Siempre soñé con hacer autos deportivos y es lo que sigo amando. Quizás en el futuro puedo hacer mi propio estudio de diseño, sería cumplir el sueño total. Ahora tengo mi ilusión puesta en el Heritage. La herencia Fiat es gigante, y no solo de Fiat, sino de Alfa Romeo o Lancia. El desarrollo del Abarth 1000 SP que encabezará mi antiguo profesor, es maravilloso, pero lo que más me emociona es la idea de devolverle a Fiat, algo de todo lo que me dio. La oportunidad, el crecimiento y la felicidad de hacer lo que siempre quise. Hay algo impagable que viví, una sensación que no se puede explicar con palabras, y es que yo manejo los autos que hice, y no es algo que todos los diseñadores puedan hacer. Yo tengo un 500 Abarth y un 124 Spider, y cada vez que los conduzco, agradezco poder hacerlo, y pienso mucho en mis viejos. A ellos les dedico todo lo que he conseguido acá”, concluye.
Viene un nuevo mundo en la movilidad. La industria está descubriendo hacía qué lugares mudar su dinámica, su esencia. Los autos eléctricos no hacen ruido, son muy rápidos, pero no hacen ruido. Marcas como Abarth tienen que reconvertirse, así como AMG o Alpine y tantas. Rubén Wainberg se inspiró en la cupé Taunus y terminó haciendo el Fiat 500 Abarth.
“Ese auto es una bomba, un hermoso auto deportivo”, dice aún hoy con cierta nostalgia y a la vez mucha ilusión de que no se pierda aquello que lo hizo soñar con diseñar autos cuando era apenas un chico en su lejana Buenos Aires.
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