Una señal de películas que cobró notoriedad en el cable antes de Netflix tenía como slogan la frase “pasa en la vida, pasa en las películas”. Si una historia real es buena, por lo aleccionadora, lo dramática, lo emblemática o lo bizarra, puede dar lugar incluso a más de un filme. En 1981 se estrenó Cannonball Run, cuya traducción en Latinoamérica fue Los locos del Cannonball. Un gran elenco, encabezado por Burt Reynolds, le daba cuerpo a la satírica mirada cinematográfica de una enorme carrera ilegal, de las más grandes del mundo, en la que un grupo de infractores cruzaba los Estados Unidos de este a oeste en sus autos de calle y con el único propósito de quebrar una ley.
La desobediencia llevada al límite del disparate es el extremo humorístico que le puso el director Hal Needham a la película, que es un compilado de gags absurdos de un tenor que la acerca a Top Secret! (de 1984, otra sátira, en este caso del régimen comunista en Alemania Oriental durante la Guerra Fría). Pero el guion de Cannonball Run fue escrito por Brock Yates, periodista de la revista Car and Driver que fue uno de los impulsores de una picada que uniera los extremos oceánicos de Estados Unidos, cansado de disponer de los mejores autos para probar, por su profesión, y encontrarse con una limitación de velocidad que le impedía disfrutarlos en las rutas interestatales de su país.
Esas carreteras estadounidenses tenían un máximo de velocidad permitido de 55 millas por hora, el, equivalente a 88 kilómetros. Esa disposición integraba una amplia ley marco, la de Aire Limpio (Clean Air Act), que salió a la luz en uno de los momentos de mayor convulsión y conmoción política de aquel país: el proyecto fue presentado por el senador demócrata Kenneth Roberts (por el estado de Alabama) el 9 de julio de 1963 y la ley se sancionó en el Senado el 19 de noviembre del mismo año (ya tenía media sanción de la Cámara de Representantes). Cuatro días más tarde, John Fitzgerald Kennedy era asesinado en Houston. Por ende, la promulgación de la ley estuvo entre los primeros hechos de gobierno de Lyndon Johnson, quien como vicepresidente de JFK asumió el control del Ejecutivo.
La norma apuntaba a regulaciones y controles para bajar los niveles de contaminación ambiental, que ya a principios de los años 60 empezaba a ser una gran preocupación. Y se le apuntó al mercado automotor reduciendo los límites de velocidad en las rutas más importantes de los Estados Unidos, algo que, por cierto, a los fabricantes poca mella les hizo en esos años: casi en paralelo, aparecían los muscle car americanos, como el Ford Mustang, el Chevrolet Camaro, el Dodge Charger y el Pontiac GTO, los que precisamente no se destacaban por tener motores ecológicos, sino todo lo contrario.
Si es cierto que comedia es tragedia más tiempo, pues entonces tuvo que madurar el enojo en dos periodistas para emprender una aventura transgresora y peligrosa porque tenía como único fin mostrarse desobedientes. Para Brock Yates y su compañero Steve Smith, cruzar el país usando las Interestatales a toda velocidad tenía también como finalidad demostrar que un buen conductor con un auto en buenas condiciones podía viajar rápidamente por esas rutas sin por ello ser un peligro.
El nombre de la travesía surgió como homenaje al primer loco que estableció un récord cruzando Estados Unidos de costa a costa, Erwin George “Cannon Ball” Baker. Se trataba de un personaje que, antes de la Segunda Guerra Mundial, había tomado como hábito la búsqueda de fama con el intento de marcas extravagantes, ya sea en motos, autos, camiones o tanques. Lo hacía con una sola premisa: “No record, no pay”, es decir que no cobraba el cachet si no lograba su cometido.
Desde la ilegalidad, la largada y la llegada debían tener, de todos modos, la forma de constatar el tiempo utilizado, para que el registro no quedara sujeto a la habladuría de los protagonistas. Por ello, pusieron como salida y destino dos estacionamientos privados: partirían desde el Red Ball Parking Garage, en la calle 31 de Manhattan (donde entonces Car and Driver guardaba los autos prestados por los departamentos de prensa de las marcas para pruebas), y concluirían el viaje en el Portofino Inn, en Redondo Beach (California), un hotel que eligieron porque era un sitio famoso entre los pilotos de la época.
El primer Cannonball Run fue en 1971, y con un solo vehículo participante: una van Dodge Custom Sportsman que les había prestado Chrysler. Estaba dotada de serie con un motor V8 de 5,9 litros y 225 caballos. Y la equiparon con llantas de aleación, butacas de competición y una pequeña heladera. La bautizaron Moon Trash II, en honor al responsable de Prensa de Dodge B.F. Mullins, a quien apodaban Moon, por el favor que les había hecho.
Los tripulantes fueron tres: Yates, Smith (quien ya había dejado Car and Driver y trabajaba en la agencia de publicidad Walter J. Thompson, pero siguió adelante con el proyecto) y Brock Yates Jr., el hijo del periodista de sólo 14 años, al que subieron a la furgoneta con el propósito de estar atento a la presencia de controles policiales camineros.
Salieron el 3 de mayo de 1971. Lograron cruzar Estados Unidos en 40 horas y 51 minutos. Sin embargo, estaban seguros de que había mucho margen de mejora. Brock Yates escribió una columna en la edición de agosto de 1971 de Car and Driver para contar la aventura y alentando a que más participantes se sumaran, para que efectivamente se convirtiera en una competencia. Esa fue prácticamente la única publicidad que se le daría a una carrera que no tenía ni fecha de inicio programada.
¿Cómo se convirtió en un evento disparatado? Con los participantes que empezaron a confirmar su presencia. Los primeros fueron Los pilotos de carreras polacos en América, quienes en un telegrama le decían a Yates: “Si podemos encontrar California, les ganaremos de forma limpia”. Eran tres corredores profesionales, Oscar Kovaleski, Brad Niemcek y Tony Adamowicz (este último era, junto con Mario Andretti, el único en tener licencia de la Federación Internacional del Automóvil en Estados Unidos por ese entonces). Y para participar habían optado por una van Chevrolet a la que le agregaron un tanque de nafta adicional, con el fin de cruzar el país casi sin tener que cargar combustible.
Yates ya no corrió con una furgoneta, sino que optó por una Ferrari 375 GTB/4 Daytona, con un V12 de 4.4 litros, que le prestó un amigo. Y en la elección del copiloto tampoco anduvo con chiquitas: Dan Gurney, ex piloto de Fórmula 1 y ganador en las 24 Horas de Le Mans, quien primero declinó de la invitación pero finalmente aceptó. “He decido que ya no podemos estar sentados sobre nuestros culos sin hacer nada. Todo el mundo está aterrorizado con la idea de ofender a alguien, y casi caigo en esa trampa”, explicó.
Las características de los participantes eran eclécticas. Los que se sumaban a la cruzada en contra del límite, los que querían aprovechar el impacto publicitario para mostrar productos y otros que no se ajustaban a lógica alguna. Por ejemplo, tres neoyorquinos que querían participar pero no contaban con un auto. ¿Cómo lo consiguieron? Encontraron en el New York Times un aviso en el un señor adinerado se pedía llevar un Cadillac Sedan Deville a California. De ese modo, Lary Opert, Ron Herisko y Nate Pritzker tuvieron su vehículo.
La primera carrera fue ganada por Yates y Gurney, quienes cubrieron los 4.630 kilómetros en 35 horas y 54 minutos. Pararon nueve veces para cargar nafta y una sola por la policía. A Gurney le pusieron una multa de 90 dólares. Los “polacos” llegaron segundos (36 horas y 56 minutos), mientras que el trio con el Cadillac neoyorquino terminaron terceros (36 horas y 56 minutos). Es un misterio si el dueño del auto se enteró de lo que habían hecho.
La competencia se convirtió en película con algunos personajes que se fueron sumando en las ediciones siguientes. Por ejemplo, en la edición del 72 se unieron tres mujeres con el equipo “The Right Bra Racing Team” (el corpiño correcto): eran Judy Stropus, Peggy Niemcek y Donna MaeMims (todas involucradas en el mundo de la competición), quienes participaron con una limusina. En ellas se inspiraron para la dupla que en el film corría con un Lamborghini Countach, que manejaba Farrah Fawcett.
Otros personajes de la película son dos sacerdotes encarnados por Sammy Davis Jr. y Dean Martin, los que surgieron de Peter Brock, Dick Gilmartin y Jack Cowell, quienes efectivamente se disfrazaron de curas por si la policía los paraba; iban con un Mercedes-Benz 280 SEL que, en su argumento ficticio, le debían llevar a un arzobispo a California. Llegaron terceros en 1972. Igual, en el trayecto no sólo los detuvieron sino que además debieron pagar 310 dólares de multa. La carrera fue ganada por Steve Behr y Bill Canfiled, y con un Cadillac prestado.
En 1975 se realizó la quinta edición del Cannonball. La fama del evento era ya mundial y atraía a toda clase de competidores. En esa edición participaron 18 equipos con una variedad inusual de autos. Lo ganaron Jack May y Rick Cline con una Ferrari Dino 246 GTS. Yates, que terminó tercero, ya tenía casi decidido dar por terminada la locura pero un cineasta amigo lo convenció para hacerla una vez más.
Ya habían estrenado película Cannonball, en 1976, con David Carradine como protagonista y también en tono de comedia. Pero esa road movie, que contaba la historia de un convicto que busca ganar la carrera tras salir de la cárcel, no despertó gran interés en la taquilla.
En 1977, Hal Neddham había dirigido Smokey and the Bandit, película protagonizada por Burt Reynolds. Y la edición de 1979 del Cannonball Run se hizo con la idea de la película ya instalada. Fue la más numerosa, con 47 equipos participantes, muchos súper deportivos, un par de autos de lujo (Rolls-Royce y Jaguar) y motos. Pero el vehículo más llamativo fue la ambulancia TransCon Medivac de Brock Yates, Hal Needham, Pamela Yates y Lyle Royer, con el fin de eludir la policía.
En el film, una ambulancia es gran protagonista, porque es conducida por Reynolds y Dom DeLuise. De hecho, cuenta la leyenda que algunos policías supieron que habían sido engañados después del estreno…
Los ganadores del último Cannonball en 1979, Dave Heinz y Dave Yarborough, establecieron un tiempo de 32 horas y 51 minutos al volante de un Jaguar XJS. Ese tiempo se convertiría en el récord a batir para toda una nueva generación. Aunque la carrera luego perdió fuerza e interés, salvo por algunos aventureros nostálgicos. Además, las interestatales se convirtieron en autopistas y los límites de velocidad subieron. Es más: hubo una secuela de la película, The Cannonball Run 2, de 1984, que repitió director y reparto pero ya fue un fracaso.
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