El uso de tecnología o elementos de la aviación siempre fue una tentación para la industria automotriz. Y a mediados del siglo pasado tuvo una época floreciente impulsada por las marcas más inquietas y pensantes de cara al futuro. Ya se hablaba por entonces de las autopistas electrónicas que vendrían, y se disponía de recursos sobrantes para aventurarse a imaginar la movilidad del siguiente siglo.
Motorama era el nombre de un espacio en la Exposición Mundial de Nueva York, auspiciado por General Motors, destinado a mostrar cómo iba a ser el mundo durante los siguientes 30 años. Millones de personas recorrían la muestra que los guiaba por su vida imaginaria en un futuro que, por entonces, no se vislumbraba muy lejano. Qué mejor escenario entonces para que el gigante de Detroit mostrara en 1956 uno de sus prototipos más radicales y recordados de la historia, el Firebird.
Aquel Firebird II –porque hubo cuatro versiones- no estuvo precisamente pensado para llevarse a la producción en serie, pero era un compendio de tecnología y desarrollos revolucionarios que se conjugaban sobre cuatro ruedas. Representaba la visión más tangible para la industria de cómo una de las compañías más importantes del planeta imaginaba la evolución de los autos. Aunque claramente estuvo algo exagerado…
Como exhibición tecnológica, el Firebird superó todas las expectativas. Se trató de un sedán de cuatro plazas y casi seis metros de largo, dimensiones clásicas para aquellos tiempos, con un motor de turbina, carrocería de titanio y hasta un sistema de conducción autónoma. Sí, lo que hoy aparece como la novedad extrema de la movilidad, la autonomía de los autos, empezaba a delinearse hace ya más de 60 años.
Eran una referencia ineludible en aquellos años los aviones de combate a reacción, en pleno auge. General Motors no escatimó recursos en intervenir su prototipo con elementos de esa industria. El Firebird II estaba equipado con una turbina Whirlfire GT-304 que desarrollaba 200 CV de potencia. Y para compensar los problemas de la temperatura de los gases de escape, ofrecía un sistema de regeneración de energía que además de bajar la temperatura de funcionamiento del motor (540ºC) también alimentaba los sistemas auxiliares del vehículo. Y, dicen, podía funcionar tanto con gasolina como con kerosene.
Su carrocería también rompía los patrones estéticos conocidos y mostraba pinceladas de la industria aeronáutica. Tenía como habitáculo una burbuja transparente que permitía la visibilidad en 360 grados, las puertas se levantaban automáticamente y la cerradura era una llave magnética que se insertaba en una ranura. Aerodinámicamente disponía de alerones, spoilers y hasta un timón; que no tenía función práctica pero que hacía un exótico aporte al particular diseño. La parte trasera estaba dominada, en el centro, por un enorme escape del propulsor a reacción y, sobre los laterales, los cilindros con forma de misiles eran los tanques de combustible.
Sin embargo, lo más relevante de su concepción recalaba en el material elegido para construirlo: fue el primer auto de la historia construido con titanio. General Motors había buscado una excelente resistencia a la corrosión, además de reducir el peso. Aunque no necesitaba pintarse, la utilización de este material elevaba los costos de fabricación y alejaba de la práctica cualquier intento de producción en serie.
Las autopistas inteligentes recién están en etapa de planificación y desarrollo, a pesar de algunos primeros casos concretos en Estados Unidos y Europa. Y la autonomía en la conducción de los autos, salvo en el recorrido de Tesla, se encuentra a un par de etapas de la madurez ideal en la mayoría de las automotrices. Pero General Motors fue pionera con su Firebird, que estaba preparado para conducirse solo. Incorporaba un sistema con un sensor que detectaba un cable enterrado por debajo del pavimento, y así era capaz de mantenerse dentro del carril sin intervención del conductor. También disponía de comunicación para que el conductor permanezca en contacto con un operador automático a lo largo de su ruta, quien podía guiarlo hasta destino o incluso tomar el control del vehículo.
La mayoría de las innovaciones que la compañía combinó en el Firebird, quedaron en el camino, tal como ocurre comúnmente. Pero otras novedades llegaron a implementarse en autos de serie y luego también fueron replicadas por diversas marcas. Por ejemplo, fue el primer auto en equipar frenos a disco en las cuatro ruedas y suspensión independiente. La caja de cambios de cuatro marchas se gestionaba con un comando eléctrico y el aire acondicionado ya ofrecía controles individuales, algo que aún no incorporan la totalidad de los vehículos del mercado.
El afán de adivinar el futuro continúa siempre vigente en la industria. Igual que el recuerdo de aquel disparatado prototipo de General Motors. Al fin y al cabo, en Motorama no estaban tan equivocados.
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