Robert Opron y Michel Jardin. Dos nombres totalmente desconocidos y lógicamente insignificantes para la memoria popular nacional fueron, paradójicamente, los creadores de un auto que enamoró como pocos a cientos de miles de usuarios en la Argentina. Opron y Jardin nunca pensaron en ello. Aventurados en el mandato de darle a Renault una variante cupé basada en el prestigioso R18 imaginaron aquella luneta arriesgada y delinearon una silueta altamente seductora para la época. El marketing y las publicidades se encargaron del resto. Pero la dupla creativa ya había dado en el blanco de la pasión argentina, como si su expertise incluyera un vasto conocimiento del paladar nacional. Por eso la Fuego fue emblema de una época, mucho más que en Europa, elevada aquí por sus hazañas deportivas y por una rivalidad memorable con la Sierra XR4.
Lanzada en Francia en 1980, la Fuego fue el resultado final de una atrevida estrategia de Renault, que ponía a la marca a competir entre los deportivos europeos, una categoría dominada por marcas con mayor prestigio en la materia, como Alfa Romeo, por ejemplo. El atrevimiento francés venía impulsado por la experiencia que la firma había construido en el terreno de la competición.
El éxito en Europa fue inmediato: resultó la cupé más vendida del Viejo Continente en 1981, y aquel año, justamente, marca su llegada a la Argentina. Si bien era un modelo de una automotriz popular como Renault, ofrecía un mix que generaba particular atracción: una línea aerodinámica agresiva, espacio para cuatro ocupantes cómodos, varias motorizaciones y una llamativa terminación fastback en la cola que además de personalidad le daba enorme practicidad para acceder a su generoso baúl.
Ofrecía desde un motor de 1.4 litros y 64 CV, un 2.0 de 110 caballos, y, por supuesto, el inolvidable turboalimentado de 1.6 litros y 132 CV, con el que la Fuego superaba los 200 km/h de velocidad máxima. Su prontuario dirá que fue uno de los primeros autos de producción en contar con un motor turboalimentado, tecnología que la marca francesa trasladó de su experiencia en la Fórmula 1 a la calle. El catálogo de impulsores, incluso, abarcaba una variante turbodiésel de 2 litros y 88 caballos. Según la marca, con ese motor la Fuego llegaba a los 177 km/h, lo que la transformaba en el vehículo gasolero más veloz del mundo.
En la Argentina desembarcó en 1981, importada, y desde 1982 empezó a fabricarse en Córdoba. Aunque aquí no se produjo la versión turboalimentada, el último deportivo de fabricación nacional encontró su punto máximo con su evolución final, la Fuego GTA que se presentó en 1990 y tenía un motor 2.2 de 123 caballos que le permitía llegar a los 205 km/h de velocidad máxima.
El pico de popularidad y éxito que consiguió en la Argentina contrastó con una realidad algo más amarga en el Viejo Continente. Mientras acá el modelo se afianzaba con notables resultados deportivos con la habilidad conductiva de Juan María Traverso y la preparación de los motores de Oreste Berta, en Europa dejó de fabricarse en 1985. Las ventas se habían desplomado y en los países en donde más perduró no tuvo vigencia más allá de 1987.
En 1986, y justamente un año después del cierre de la línea de producción europea, acá se lanza la GTX II, el segundo modelo nacional que, con nuevo diseño de tablero y llantas, sucede a la GTX que se fabricaba desde 1982. Aquella primera GTX tenía un motor 2 litros con una potencia de 103 caballos, con una caja manual de cinco velocidades.
Un año más tarde mejoró su apuesta mecánica con un motor 2.2 litros y 116 caballos como reemplazo del 2 litros. Y sumó un equipamiento notable para su categoría por aquellos años: la computadora de a bordo. Además, el sistema de frenos pasó a tener discos en las cuatro ruedas, con cálipers delanteros más grandes, mientras que las llantas crecieron en tamaño, de 13 a 14 pulgadas. Para entonces ya era la cupé del deseo para los argentinos.
La GTA que llegó en 1990, considerada la segunda generación del modelo, fue desarrollada exclusivamente para el mercado nacional por un estudio de diseño en los Estados Unidos. Lucía mucho más deportiva, elevaba su nivel de atracción y así se convirtió en uno de los modelos más irresistibles. Una tentación que se inmortalizó con su clásico color rojo. La GTA incorporó además nuevos faros y una parrilla rediseñada, alerón, cambiaron las llantas, se suprimieron las molduras laterales y su interior pegó un salto de calidad con flamantes tapizados de pana y comandos al volante para la radio. En el 91 recibió nuevos cambios: un volante de tres rayos, tercera luz de stop y nuevas butacas, y pasa a denominarse GTA Max.
Aquellas actualizaciones comerciales en el modelo nacional estaban precedidas por un compendio de hazañas inigualables en competición. La película de la Renault Fuego tiene secuencias dignas de un guion escrito con precisión cinematográfica. Pero fue sólo obra del talento –nada menos- de una dupla memorable en el automovilismo argentino: Juan María Traverso al volante y el Mago Oreste Berta detrás del rendimiento de los motores. En TC2000, una categoría joven pero incipiente por entonces, el equipo oficial Renault se transformó en imbatible desde 1986 hasta 1993. La Fuego consiguió ocho títulos consecutivos, seis para Traverso, uno para Oltra (con el equipo Benavídez Competición) y otro para Guerra. La Ford Sierra XR4, sensación del Óvalo en las calles, no pudo en las pistas con aquellas cupé blancas y amarillas.
La épica la aportó el propio Traverso en la carrera de General Roca, Río Negro, el 3 de abril de 1988. Ese día el Flaco ganó la carrera con su Fuego en llamas y soportando los embates de un aguerrido Silvio Oltra. “Se me rompió una manguera y comencé a perder aceite, fundamentalmente sobre los escapes. Llegué a derramar prácticamente todo el lubricante en las últimas tres vueltas, lo que hizo levantar la temperatura del motor hasta ponerlo al rojo vivo”, relató Traverso al bajarse del auto. Dos años antes, en Pigüé, había relegado al tercer lugar a Mario Gayraud y su Ford Sierra, al ganarle la posición y sostenerla con su Fuego en tres ruedas. Aquellas imágenes inolvidables, sumadas al carisma del Flaco, adornaron la campaña de la Fuego en la Argentina.
Tantas conquistas memorables por supuesto alargaron la vida de la Fuego en el país y le aportaron el aura de leyenda. Ante la actualización necesaria que imponía el mercado, en 1992 Renault Argentina finalizó la producción de la cupé Fuego. En total, fabricó 19.952 unidades en Santa Isabel a lo largo de una década, mientras que en todo el mundo se hicieron 265.257 ejemplares. No fue un modelo que encuentre en las cifras explicación lógica para su recordada trascendencia. Sus argumentos más contundentes fueron puramente emocionales. Mística, cómo le dicen.
SEGUÍ LEYENDO: