El fin de una era, el nacimiento del mito. El 27 de julio de 1990, en la planta de Citroën en Portugal salió de la línea de montaje el último 2CV. Un final anunciado ante la evolución incontenible de la industria, pero no más que eso. La historia hasta entonces escrita por uno de los autos más importantes del siglo iba a trascender cualquier medida de producción. El camino recorrido por el 2CV desde su aparición ante las luces del Salón de París en 1948 ya le había garantizado el aura de leyenda. Lo del 27 de julio, entonces, más que un adiós fue, nada menos, su merecido ingreso al Olimpo automotor. Un pasaje al reconocimiento eterno.
Existe un prólogo en la exquisita historia del Citroën 2CV. La década del 30 se presentaba turbulenta tanto para Europa como también para incipiente Citroën. A pesar de haber lanzado en 1934 el Traction Avant, un modelo revolucionario y su primer gran éxito, la marca francesa aún debía consolidarse como empresa económicamente viable. El ingeniero André Lefebvre y el diseñador italiano Flaminio Bertoni ya formaban una dupla clave en aquellos años para la firma: habían sido los responsables del Traction Avant y a ellos se les encargó el proyecto de trabajar en un auto para el pueblo francés, barato y fácil de manejar y mantener.
“Hay que crear un vehículo que sirva para que los campesinos franceses se motoricen y cambien el carro o la mula por un automóvil”. La premisa de la compañía estaba estrechamente ligada al afán de su fundador, André Citroën, de replicar en Europa lo que Henry Ford había hecho en Estados Unidos con el Ford T. De hecho, Citroën fue la primera marca europea en implementar el sistema de producción de autos en línea que había creado Ford años antes.
TPV (Toute Petite Voiture, en francés) fue la sigla que definió el proyecto y bajo la cual el 2CV empezó a tomar forma. El primer prototipo estuvo listo en 1937, entonces la marca compró un campo a 100 kilómetros de París para realizar las pruebas iniciales. Al cabo de dos años se llegaron a hacer unas 250 unidades armadas con una carrocería de aluminio ondulado, techo de tela, motor de 375 cm3 y 8 caballos de fuerza refrigerado con agua, arranque con manivela y un solo faro. Las autoridades francesas ya habían autorizado su venta, y la firma pensaba lanzarlo aquel mismo año. Pero el inicio de la Segunda Guerra Mundial interrumpió el proyecto.
Durante la Guerra la mayoría de los prototipos y los planos fueron destruidos para que no terminaran en mano de los nazis. Además, la planta donde iba a montarse el 2CV fue utilizada por el ejército para fabricar armamento y vehículos militares. De aquellos ejemplares iniciales, sólo se resguardaron algunos, y de hecho el director de la firma continuó trabajando en el proyecto. El ejemplar que se mantuvo fue un 2CV monofaro, denominado “El Cíclope”. Sucede que, en un principio, el modelo había sido diseñado con una sola luz, inicialmente colocada sobre el capó y luego del lado izquierdo del mismo para que el tránsito que circulaba en sentido contrario no confundiera el auto con una moto.
Con el fin de la Segunda Guerra también llegó el momento de recomponer la infraestructura y la movilidad de los países golpeados por la contienda. Aquello no hizo más que apurar el lanzamiento del auto del pueblo francés. En la 35ª edición del Salón de Autos de París, en 1948, Citroën finalmente presenta el primer 2CV de la historia. No fueron muchos los que supieron interpretarlo desde el inicio como una solución interesante. La prensa, incluso, lo castigó fuerte. De todas maneras, en 1939 la marca empezó su producción en serie en una decisión que rápidamente fue correspondida por el público: inicialmente hubo hasta tres años de espera para los pedidos de compra.
Aquel primer 2CV había recibido algunas modificaciones oportunas durante los años de guerra. Se le introdujo un motor refrigerado por aire, mejores asientos, se cambió el aluminio por acero en su carrocería y se le agregó el segundo faro, lo que redondeó la personalidad con la que el modelo se mantuvo inalterable durante más de 40 años. Con valores distantes del lujo y la velocidad, pero con altísimos parámetros de practicidad y confiabilidad, el Citroën 2CV conquistó millones de personas alrededor del mundo. Aunque contaba con un esquema de suspensiones simple, su aporte técnico rápidamente lo hizo famoso por una virtud muy particular: podía inclinarse, pero era muy difícil que volcara. Y con aquel ADN también dio origen a una familia de modelos basados en su concepto mixto de simpleza y efectividad: el Mehari, los Ami, y la Citroneta.
Llega a la Argentina el primer auto chico de tracción delantera
Las primeras noticias del 2CV en la Argentina empezaron a trascender en 1956. A partir de aquel año, el concesionario Staudt y Cía comenzó a importar las primeras unidades. Y luego en 1960, tras la fundación de Citroën Argentina Sociedad Anónima un año antes, comienzan a ensamblarse los vehículos 2CV AZL en la planta de Jeppener, partido de Brandsen. Era una fábrica de máquinas de coser, Pfaff Bromberg S.A.I.C., mecanizada y muy avanzada para la época. Aquella planta funcionó para Citroën hasta el año 1980.
En 1961 los motores también empiezan a armarse en Argentina, el primero de 425 cm3 y 12,5 CV se incorporó en 1962. Aquel 2CV, además, tenía el tradicional techo de lona, el “paraguas” con el que se lo conoció hasta el final de su producción. En 1963 surge el 2CV AZLE (la “E” de Especial), el primero en sumar la tercera ventana. Para 1966 Citroën ya había producido 30.000 unidades del 2CV y lanza el AZAM, una versión de “lujo”, con motor de 425 cm3 y 18 CV. El habitáculo mejoraba con un nuevo tablero de instrumentos, tapizados de cuerina y limpiaparabrisas eléctrico.
En noviembre de 1969 aparece el 3CV, un modelo que solamente se comercializó aquí con ese nombre porque en el resto de los países siguió llamándose 2CV. Por fuera, las únicas diferencias eran los faros traseros –tenía los del Dyane 6 francés– y las luces de giro delanteras, de forma rectangular. Luego, en 1970, incorporó la apertura de puertas convencional. Aquel 3CV del 69 tenía un motor de 602 cm3 y 32 CV que se mantuvo para el resto de las versiones hasta que Citroën abandonó el país en 1979 debido a la situación política y económica.
Una familia de modelos con el mismo ADN de practicidad
En el segundo año de producción del Citroën popular, en 1950, aparece en la nueva edición del Salón de París el 2CV Furgoneta. Fue concebido como una herramienta para que los granjeros pudieran transportar sus cargas, siempre manteniendo los bajos niveles de consumo y mantenimiento. Tenía suspensión con resortes helicoidales y amortiguadores de fricción, podía transportar una carga de 500 kilos y se estima que se fabricaron más de 1,2 millones de unidades en todo el mundo. Un pionero entre los vehículos utilitarios. En la Argentina la furgoneta empezó a fabricarse en 1967: fue la versión ENTEL, para la empresa estatal que manejaba los teléfonos.
Diseñado para el mercado sudamericano, el Mehari también se comercializó en Francia, España y Portugal. Por su carrocería de fibra de vidrio se transformó rápidamente un vehículo elegido para moverse en zonas rurales o de playa. Se lanzó en 1968 y se mantuvo en producción hasta 1998. Aquella estructura se fabricaba en Uruguay para luego ensamblar el modelo en Argentina, donde apareció en 1971.
En 1970, Citroën Argentina incorpora a su producción el Ami 8 Club, con la misma mecánica del 3CV, pero con algo más de potencia (35 CV) que conseguía por la incorporación de un nuevo carburador. Era un auto más familiar que competía directamente con el Renault 6 y el Fiat 128.
En 1960 irrumpió uno de los modelos más extravagantes de la historia de “la Rana”, como se le decía. Se trató del 2CV Sahara, una versión con sistema de tracción en las cuatro ruedas. Aquel modelo contaba con dos motores de 12 CV, uno en cada eje y dos tanques de combustible. Fue diseñado para utilizarse en las colonias francesas de África y cautivó a un gran número de entusiastas de los 4×4.
Camaleónico, el 2CV tuvo el don de conquistar con el encanto de lo práctico. Fue un carismático compañero de aventuras del queridísimo Tintín, personaje universal de Hergé, y en Argentina, de la inolvidable Mafalda. Aquí Citroën fabricó más 170.000 unidades, en el mundo fueron millones los aficionados que sucumbieron ante su sencillez. Por eso es uno de los autos más importantes de todos los tiempos. Por eso será siempre eterno.
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