Destino final es una saga del cine de terror cuyo primer episodio cuenta la historia de un grupo de jóvenes que no se sube a un avión porque uno de ellos anticipó, en una epifanía, que la aeronave iba a estallar, y desde ahí la muerte empieza a perseguirlos. James Byron Dean no tuvo esa ayuda metafísica para vislumbrar que un deportivo que se había comprado era, en realidad, la trampa mortal que lo iba a llevar a una tragedia irreversible. El Porsche 550 Spyder quedó con esa mancha indeleble: la de haber sido el arma que mató a uno de los grandes mitos de la historia de Hollywood, quien con apenas 24 años estaba recién empezando una carrera cinematográfica promisoria y se vio trunca cuando, vaya paradoja, iba camino a una carrera de autos con su reciente adquisición: Little Bastard.
Dean, nacido en un pequeño pueblo del estado de Indiana y quien en las luces neoyorquinas de Broadway había empezado a libar las mieles del éxito, ya estaba instalado en California al calor del estado dorado y del fulgor de las estrellas hollywoodenses. Había terminado el rodaje de su tercera película protagónica y, como le sobraban tiempo y dinero, quiso seguir despuntando el vicio de la alta performance con un cambio de modelo. Hasta entonces conducía un Porsche 356 Speedster, el primer modelo de serie producido por la marca alemana que a llegaba a una velocidad de 225 kilómetros por hora, una osadía para aquellos tiempos, mediados de la década del 50, y para la actualidad también.
Su pasión por las carreras de automóviles le llevó a tomar una decisión: competir en una prueba que se celebraba en Paso de Robles (California). Para ello, había encargado un Lotus MK10 con el que iba a competir, pero la entrega se retrasó, por lo que no le llegaría a tiempo para la carrera. Eso le llevó a aceptar la oferta de un íntimo amigo suyo para hacerse con un Porsche 550 Spyder, del que solo se fabricaron 90 unidades.
George Barris, encargado de preparar el deportivo especialmente para Dean, -y años después del Batmóvil que brillara en la serie televisiva de los 60, entre otros muchos coches-, fue quien convenció a Dean de quedarse con el 550 Spyder, al que personalizó con un color gris metálico, el número 130 en sus puertas y un par de líneas rojas en su parte trasera. Tras probarlo el 21 de septiembre de 1955, decidió quedarse con él: no solo por su rapidez, sino también por el reto que suponía manejarlo, lo que hizo apodarlo como Little Bastard.
James Dean era el presente y el futuro de Hollywood. Nacido el 8 de febrero de 1931, para esos años se había convertido en un ícono juvenil con tan solo una película estrenada que lo tuvo como protagonista, Al este del edén, por la que fue nominado al premio como mejor actor en los Oscar y en el BAFTA, su equivalente británico. Tenía un carácter controversial y desobediente embalado en una bella fisonomía, porque era un hombre muy apuesto, lindo. Eran los Estados Unidos de la posguerra, una pintura que se vio, entre otras películas, en la saga Volver al Futuro, justamente ambientada en el viaje al pasado que hace Marty McFly, a finales de 1955 (noviembre, específicamente), coincidente temporalmente con el año en que Dean era tan deseado como venerado.
El 23 de septiembre de 1955, la flamante estrella se encontró con un grupo de celebridades en un restaurante Los Ángeles. Y les enseñó su nueva adquisición. Estaban dos bellas actrices como Grace Kelly y Ursula Andress, quien ni siquiera quiso subirse al auto; la cantante de jazz Eartha Kitt dijo haber visto algo siniestro en el vehículo. Y Alec Guinness, el más veterano del grupo que por entonces ya era un cuarentón, le aconsejó que no lo condujera en la carrera, porque lo veía demasiado peligroso.
Según contó el propio Guinness años más tarde, le preguntó a Dean cuán rápido era el Porsche. “Llega a 240 kilómetros por hora”, respondió el jovencito. Y la réplica fue tan contundente como premonitoria: “Son las diez de la noche del viernes 23 de septiembre de 1955. Si manejás ese auto, vas a ser encontrado muerto en él a esta hora la próxima semana”.
Sin el respaldo del destino, Dean tuvo, sin embargo, la advertencia de Guinness, el mismo que en 1977 se convirtió en Obi Wan Kenobi en la primera película (aunque se tratara del Episodio 4) de Star Wars. Pero el jovencito de 24 años tampoco podía saber que el británico iba a soltar una premonición más cercana a los poderes de un jedi que los de un actor común y corriente.
El 30 de septiembre James puso rumbo a Robles para participar en la carrera. Viajaba en compañía de su amigo Bill Hickman, quien conducía una camioneta que remolcaba el Porsche 550, mientras que su mecánico, Rolf Wuetherich, y el fotógrafo Sandford Roth, iban en otro auto. Pero la impaciencia de Dean le hizo cambiar de planes. Se bajó de la pick up y se puso al volante de Little Bastard con la excusa de irse acostumbrando a su conducción antes de la carrera. Rolf decidió acompañarlo.
Ese auto requería de mucha pericia conductiva porque era muy liviano. El Spyder, un vehículo de aluminio, apenas pesaba 600 kilos y podía superar sin dificultad los 220 kilómetros por hora. Por eso lo llamaron Pequeño Bastardo, por lo indómito que resultaba.
Era un Porsche, la misma marca del auto con el que se mató el actor Paul Walker en 2013, cuando el Carrera GT impactó contra un árbol y un poste de luz y se prendió fuego. Era la estrella de la saga Rápido y furioso, como también lo era Little Bastard… El motor erogaba 110 caballos de potencia, tenía distribuidor centralizado y doble carburador weber, y estaba acoplado a una caja de cambios de cinco velocidades. De estirpe de competición pese a haber sido vendido como un auto de calle.
A pesar de la advertencia de un policía de tráfico que los detuvo paró por exceso de velocidad, James apenas levantó el pie del acelerador hasta el cruce de la Ruta 41 con la 466. Allí el Ford Custom Tudor que conducía Donald Turnuspeed (un veterano de la marina de sólo 23 años) chocó con el Porsche, que en aquel momento iba a una velocidad de 135 kilómetros por hora. James no pudo frenar y Little Bastard se estrelló contra un poste.
El auto quedó convertido en un amasijo de metal. Rolf Wuetherich salió disparado del Spyder y sufrió varias lesiones (moriría en 1981 en un accidente de tránsito en Alemania), pero ninguna de gravedad, y el estudiante que conducía el Ford sólo sufrió heridas leves.
Dean murió camino al hospital conduciendo su Porsche. Eran las 17:15 del viernes siguiente. Guinness falló por cuatro horas y cuarenta y cinco minutos.
Los restos del Porsche 550 Spyder, ya mítico por ser el vehículo en el que perdió la vida James Dean, fueron comprados por George Barris. Y, precisamente ahí, es donde se desata la leyenda negra del coche, la que algunos atribuyen a puras habladurías del propio Barris, interesado en revalorizar lo que había quedado del coche del actor.
Según la leyenda popular, cuando los restos del coche estaban siendo depositados en el taller de Barris, los cables de la grúa se rompieron, el coche cayó sobre uno de sus mecánicos y le rompió las dos piernas. Tras lo ocurrido se negó a repararlo, por lo que decidió desmontarlo y venderlo por piezas.
El motor ser lo quedó Troy McHenry, el chasis fue para William Eschrid y las ruedas quedaron en poder de un joven neoyorquino que se presentó en su taller interesado en los neumáticos. El relato dice los tres iban a preparar sendos autos de competición con las piezas de Little Bastard: McHenry perdió la vida tras chocar contra un árbol; Eschrid fue gravemente herido tras salirse del circuito; y el joven neoyorquino ni siquiera pudo llegar a correr porque, camino al circuito, se le reventó un neumático y sufrió un accidente contra una cuneta.
Pero no se queda ahí: un hombre que intentó robar el volante perdió un brazo en el asalto y un incendio carbonizaría todo el taller... salvo lo poco que quedaba de Little Bastard.
Los escasos restos del coche fueron, entonces, utilizados en diferentes exposiciones a lo largo y ancho de Estados Unidos para concienciar sobre los riesgos de la velocidad, y su raíd trágico siguió encendido. En Sacramento, parte del auto se cayeron y rompieron la cadera a un estudiante; en Oregón, el camión que lo transportaba se quedó sin frenos; y en Nueva Orleans, el coche se rompió hasta partirse en 11 piezas. Cuando regresaban al taller de Barris, los restos de Little Bastard desaparecieron misteriosamente para siempre.
Lo que sí está claro es que James Dean fue detrás de su destino antes de que el destino lo sorprendiera. Su belleza e irreverencia lo habían entronizado como el ícono juvenil de esos años, por lo que su muerte se tradujo en un ataque de histeria colectiva entre quienes lo consideraban más que un artista, sino una filosofía. Con su trágico final, se había cumplido una de las frases que se le atribuyen: “Vive rápido, muere joven y deja un hermoso cadáver”. Había nacido el mito de quien fue como su película icónica: un rebelde sin causa.
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