Rolls-Royce es la primera marca de autos que, inconscientemente, se asocia con el lujo, la realeza, la capa más alta y rancia de la sociedad. Reyes, príncipes, estrellas artísticas y deportivas y demás celebridades han depositado la confianza para ser transportadas, de manera confortable y segura, en sus berlinas y limusinas. Le han surgido competidores durante tantos años, pero supo mantenerse como un sello de alto vuelo. Puesto a reflexionar sobre los “prejuicios morales” y mucho antes de la invención del automóvil y de la aviación, Friedrich Nietzsche dijo en su libro Aurora que “cuanto más se eleva un hombre, más pequeño les parece a los que no saben volar”. Con esa suficiencia rayana con la soberbia, Sir Charles Stewart Rolls sentó las bases de su compañía, pero también la usó para soltar su pasión de viajar por los aires y quedar en la historia por lo que hizo en vida y por cómo encontró la muerte, de la que se cumplen 110 años.
Y si Rolls interpretó las necesidades de los estratos sociales más elevados fue porque, precisamente, fue nacido, criado y consentido tempranamente en ese ámbito. El hijo de Lord y Lady Llangattock de Monmouthshire fue dado a luz el 27 de agosto de 1877 y provenía de un entorno privilegiado, pero tuvo a su favor la exploración de sus inquietudes como para dejar mucho más que el nombre en una familia de sangre azul. Y haber creado una marca centenaria fue uno de los logros que cosechó en los escasos 32 años que vivió.
Piloto de carreras, experto en globos aerostáticos y sólo la segunda persona en Gran Bretaña en tener una licencia de piloto, Rolls fue tan brillante como intrépido. Impulsado por una pasión por el automovilismo en el cambio de siglo, vio un potencial ilimitado en el vuelo propulsado a medida que avanzaba su primera década.
Estudió mecánica y electrónica y estaba maravillado por los avances en ingeniería. Por eso de joven también tuvo un estrecho vínculo con la servidumbre en su casa de familia, ya que con ellos jugaba primero y trabajaba ya más grande en motores; los armaba y desarmaba, los investigaba y era más feliz cubierto de grasa que de finos perfumes franceses. Sus amigos lo llamaban Dirty Rolls.
Su primera carrera fue en 1899, cuando en una París-Boulogne Rolls terminó cuarto en la clase turística, conduciendo un Panhard y Levassor de ocho caballos. En 1903 compitió en una competencia trágica que unió París y Madrid, en la que murieron 34 personas, entre conductores y espectadores. Ese mismo año, tuvo el récord no oficial de velocidad en tierra al volante de un Mors de 82 caballos, a más de 130 kilómetros por hora, en una pista del Parque Clipstone perteneciente al Duque de Portland.
En 1904 conoció al primer gran personaje que le cambió la vida. El 4 de mayo, Charles Rolls se reunió con un ingeniero llamado Henry Royce, quien ya era conocido en el club de automóviles en el que frecuentaba. Era un hombre cuyos modelos tenían cualidades de refinamiento y silencio, las que Rolls buscaba en los autos vendidos en su negocio de Londres, CS Rolls and Co.
Ese fue el momento fundacional de Rolls-Royce, una marca que es un símbolo de lujo en los autos y de eficiencia en los motores de aviación. Para las parrillas de los mejores automóviles del mundo todavía se usa la insignia de doble R entrelazada de Rolls y Royce, al igual que los motores de miles de aviones jet intercontinentales.
El poco tiempo que convivieron mostró sus cualidades bien complementarias. Henry Royce era un adicto al trabajo, perfeccionista. Rolls era el emprendedor, un tipo osado que le puso cabeza a la fusión, pero que además se valió de sus contactos con la alta sociedad (se lo conocía como un playboy) para lograr el impulso de la empresa recién surgida.
En su papel de Director Técnico, Rolls-Royce, usufructuó las conexiones que, por herencia familiar, tenía en el mundo de la política, los medios y los círculos reales. Con ese potencial, el Silver Ghost, primer modelo de la marca, se convirtió en una referencia en la alta sociedad. Tanto que se lo ha visto al propio Rolls haciendo de chofer de personalidades de la época.
El Silver Ghost, lanzado en 1906, era un auto de exquisita belleza, calidad y refinamiento, con sus partes metálicas recubiertas de plata real y aluminio. Completó una prueba de resistencia de 24.000 kilómetros en la que resultó ileso, una hazaña increíble para sus tiempos. Y Rolls demostró el refinamiento del Silver Ghost a la multitud, equilibrando un vaso de agua con reborde en el motor en marcha y sin derramar una gota.
Justamente ese mismo año viajó a Estados Unidos para presentar sus autos en el Salón de Nueva York. Mientras estuvo allí asistió a una exposición organizada por el Aero Club of America. Y conoció a los hermanos Wilbur y Orville Wright, los pioneros de la aviación. Trabaron una rápida amistad y empezaron a verse con frecuencia en Europa.
Después de haber ayudado a desarrollar autos casi perfectos, la atención de Rolls se centró en los desafíos en el aire. Hizo cientos de ascensos registrados en globos. En su primer vuelo en una aeronave con motor, la Ville de Paris en 1907, describió la experiencia como “algo por lo que vale la pena vivir; fue la conquista del aire”.
El paso siguiente fue tener su propio avión y lo mandó a construir basado en los planos y partes de los hermanos Wright. Durante su aprendizaje sufrió golpes, pero no se amedrentó. Voló exhibiciones y exposiciones y llegó a establecer un récord.
Louis Bleriot había sido el primero en cruzar el Canal de la Mancha en un avión propulsado en 1909, pero Rolls llevó este logro un paso más allá. El 2 de junio de 1910, en un viaje de 90 minutos para cubrir 80 kilómetros, voló a Francia y regresó sin parar. El Rey Jorge V, que acababa de ser ungido, le envió un mensaje de felicitación y la prensa lo calificó como "el héroe más grande del día".
Seguía siendo socio de Royce en la compañía pero había renunciado a su puesto como Director Técnico. Prefería volar a conducir autos porque, bromeaba, "no hay policías en el aire".
Pero no lo iba a poder hacer por mucho tiempo más porque en esos años, además de ausencia policial, en el aire había mucho menos seguridad para viajar, por la endeblez de máquinas forjadas en una industria incipiente, como la aviación.
El 12 de julio de 1910, mientras Rolls llevaba su Wright Flyer al límite, ocurrió un desastre en una competencia aérea en Bournemouth, durante el festejo del centenario de la ciudad. Había vientos fuertes ese día. Incluso, un rival francés que ya había volado y se había estrellado, sin lesiones, le advirtió al británico que demorara su despegue hasta que mejoraran las condiciones climáticas. Se negó y avanzó sobre su rutina: un vuelo circular que sería seguido por el aterrizaje en la marca designada cerca del gazebo de los jueces.
Poco después de haber despegado, los espectadores escucharon un crujido, y vieron cómo las partes de la cola del avión comenzaron a astillarse y se precipitó cuando estaba a no más de 25 metros de altura. Rolls no sobrevivió al impacto. Su cuerpo quedó tendido al lado de la nave. De ese modo, justo 40 días después de haber logrado la proeza inédita de cruzar el Canal de la Mancha en ida y vuelta, Sir Charles Rolls se convirtió en la primera víctima mortal de la aviación a motor en Gran Bretaña.
Un fotógrafo quiso retratar la escena, pero quienes estaban allí le quitaron la cámara y la destrozaron contra el piso. Por eso, el único registro que hay de esa tragedia son imágenes a distancia del avión destruido, que acompañaron las crónicas publicadas días más tarde. En una de ellas se contó que Rolls había llegado a Bournemouth con una mirada de fatalidad, una extraña predicción de un final repentino.
Desde 1912, una estatua de Charles Rolls que conmemora su corta vida fue erigida en los jardines de Guilford, en el paseo marítimo de Dover. Su vida puede haber terminado repentina y trágicamente, pero su legado sigue vivo hoy. Antes de conocer a Royce, hablaba del deseo de tener un auto que llevara su nombre como sello, del mismo modo que Steinway o Broadwood están conectados a los pianos. Y gracias a la tradición en curso de construir los mejores modelos hechos a mano en Goodwood, Inglaterra, su aspiración fue cristalizada.
Porque el aura que rodea los autos de Rolls-Royce incluso excede su cotización, elevada de por sí, pero que puede estar a veces por debajo de lo que se paga por súper deportivos. Sus modelos se elevan del resto por convertir un abstracto en algo tangible: la sensación de superioridad que se experimenta al viajar en uno de sus autos. Lo mismo que supo experimentar Sir Charles Stewart Rolls cuando se subía a un avión, aun sabiendo de los riesgos que estaba tomando, que caracterizó con una frase: “El poder del vuelo es como un nuevo regalo del Creador, el mayor tesoro que se le ha dado al hombre”.
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