Enzo Anselmo Giuseppe Maria Ferrari era un prometedor piloto de carreras en la década del 20, cuando la competición empezaba a convertirse en una pasión en el mundo. Consiguió su primer gran triunfo en 1924, en Pescara. En 1929 fundó su propia estructura, la Scudería Ferrari. Decidió bajarse de los autos para dedicarse a pleno a la conducción del equipo en 1931, motivado por la persona generó los dos quiebres más grandes de su vida: el 19 de enero de 1932 nacía Alfredino, su primer hijo y el único que tuvo producto de su matrimonio con Laura Dominica Garello. Dino llegó al mundo para cambiarle los objetivos a Il Commendatore. Tanto que fue el artífice, 24 años más tarde, de hundir a Don Enzo en el momento más oscuro de su vida. Y con una profundidad tal que jamás pudo recuperarse hasta el momento de su muerte.
Ese momento de quiebre, ocurrido en 1956, será el eje de la historia que Hollywood contará sobre Enzo Ferrari, en el formato tan en boga de biopic, con la dirección de Michael Mann y el rol protagónico de Hugh Jackman, quien se pondrá en la piel de uno de los italianos más importantes del siglo 20. El rodaje, de acuerdo a los reportes de la prensa especializada, comenzará apenas ceda la pandemia y exista un marco para programar con cierto largo plazo.
La elección de Hugh Jackman como Enzo Ferrari no fue la primera que se barajó. Christian Bale fue el plan A antes de que él mismo rechazara la oferta porque el papel conllevaba ganar bastante peso y, según el actor, eso podía afectar negativamente a su salud. Tras el abandono de Bale, los productores empezaron a buscar otra opción suficientemente buena en el menor tiempo posible para evitar retrasos.
Michael Mann es uno de los directores más afamados en el campo de la acción cinematográfica. El último mohicano (1992), Heat (1995), Collateral (2004) y Enemigos públicos (2009), se destacan en el género. También dirigió Alí, la biopic que retrató la vida de Muhammad Alí, uno de los boxeadores más grandes de todos los tiempos. Y fue el creador de la serie División Miami, recordada por las escenas de persecuciones a alta velocidad en las calles de la Florida, con súper deportivos, entre ellos Ferrari, como la Testarossa blanca que conducía el personaje de Don Johnson.
Ahora Mann tiene el desafío de retratar, a través del australiano Jackman, cómo repercutió en Ferrari el golpe más duro que le dio la vida. Dino fue más que el primer hijo; fue un aprendiz, el depositario de la sabiduría que su padre había ido incorporando, desde los trucos pícaros y el sexto sentido que sumó como piloto hasta la pátina de estratega que mostró como uno de los conductores más sagaces de una estructura deportiva. Ya de pequeño, el chiquilín deambulaba por el taller, interesado por el mundo de los coches y la mecánica, y llenaba de preguntas a mecánicos e ingenieros.
Pero el panorama de Enzo empezó a oscurecerse cuando supo que el futuro de su primogénito era de corto plazo. Cuando entraba en la pubertad, el joven Dino sufría repentinos y ocasionales estados de flojedad y cierto cansancio en sus movimientos físicos. Al principio, su padre creyó era una suerte de somatización por el ingreso a la adolescencia. Se ocupó de llevarlo a andar mucho en bicicleta, buscando fortalecerlo, mientras amenizaban la travesía hablando de nuevos coches, motores y diseños.
Aun siendo joven, Dino entendía mucho de automovilismo, y comentaba que quería ser perito técnico para que los ingenieros le tomasen en serio, y no lo vieran únicamente como al hijo del jefe. Finalmente se diplomó y siguió estudiando al tiempo que trabajaba en los talleres del padre. Cursó estudios especializados en Suiza, donde destacó su proyecto sobre un motor 1500. Los profesores decían que verdaderamente había salido al padre. También estudió economía y comercio en Suiza, a pedido de Enzo.
Pero paralelamente, la familia recibía el mazazo de un diagnóstico médico: Alfredino sufría distrofia muscular, una patología que en ese entonces no tenía cura y, por ende, su muerte era cuestión de tiempo. Don Enzo, lejos de rendirse, se rebela frente a la enfermedad de su hijo y mueve cielo y tierra buscando una solución. Hasta se convirtió en autodidacta leyendo bibliografía que le permitiera encontrar el remedio. En su deseo desesperado, creía que podría curarlo como arreglaba sus motores.
Al verse impotente mientras Dino empeoraba, su matrimonio entró en crisis y su vida privada, tormentosa, era el contraste de los éxitos deportivos que ya estaba consiguiendo en la Fórmula Uno, con los títulos mundiales logrados por Alberto Ascari en 1952 y 1953, y por Juan Manuel Fangio en 1956.
Aun en reposo, siguió colaborando con ideas para el desarrollo de los nuevos motores de Ferrari, ya que una vez que se graduó, de inmediato se le encargó la creación de los V6 que la marca comenzó a utilizar a mediados del siglo pasado. Esto en gran parte debido a la insistencia de Alfredino y del Ingeniero Vittorio Jano para crear una línea de autos, de calle y competición, equipados con estos motores así como con los V8. Incluso, en una de las últimas notas que le envió a su padre, hablaba de lo “importante planificar las pruebas de inyección directa para el próximo invierno, incluso si es muy largo, porque creo que es la única forma, junto con las vueltas, de superar los 100 Hp por litro”. Y lo cerró con “muchos besos. Tu Dino”.
Dino Ferrari no llegó al invierno siguiente: murió en pleno verano boreal, el 30 de junio de 1956. Tenía sólo 24 años. Dos meses más tarde, Fangio se coronaba por cuarta vez en su carrera y por única ocasión con la Scudería, y nada menos que en Monza.
Según reconstrucciones históricas, Dino les reprochó a sus padres no haberle contado sobre la enfermedad que sufría. Y que la pronta e inesperada partida, más el remordimiento, convirtieron a Enzo Ferrari en un ser aun más impenetrable de lo que había sido hasta entonces. Además, desde ese momento sólo se lo vio en público con sus ojos cubiertos con los lentes negros, uno de los sellos con los que se lo reconoció hasta el final de sus días. Desde entonces, Enzo visitó todas las mañanas la tumba de su primer hijo antes de ir a trabajar.
Cabalgando con la depresión de Enzo y su esposa, la compañía entre en un momento complicado, con deudas millonarias por afrontar y el riesgo de perderlo todo.
Y aun en la crisis y dentro de la penumbra en la que estaba inmerso, surgió uno de los momentos de mayor creatividad en la historia de la marca, con la aparición de modelos que en la actualidad son los autos más codiciados por coleccionistas, como las 250 GTO y la 275 GTB, por las que se pagan varias decenas de millones de dólares, como sucedió como una GTO 250 de 1963 que en 2018 fue vendida en 80 millones.
Desde lo deportivo, Ferrari atravesaba un momento de éxito, con los cuatro títulos de Fórmula Uno logrados entre 1956 y 1964 (además de Fangio, se sumaron Mike Hawthorn, Phil Hill y John Surtees. Y en las 24 Horas de Le Mans disfrutó de un dominio avasallante entre 1960 y 1965, con seis victorias en serie y una racha que sólo fue cortada por la tenacidad de Ken Miles y Carroll Shelby, los creadores del Ford GT40 MkII, en otra historia que en 2019 también llegó al cine con Christian Bale y Matt Damon como protagonistas.
Justamente Ford había intentado comprar Ferrari, aprovechando la debilidad económica y financiera del Cavallino Rampante, e incluso habían llegado a un principio de acuerdo. Pero a último momento, Don Enzo se retiró de las negociaciones, lo que enfureció a Henry Ford II. Y en ese entonces nació el apetito de venganza que se cristalizó en Le Mans de 1966. Finalmente, Il Commendatore le terminó vendiendo la mitad de las acciones a Fiat en 1969, que con el paso de los años tomó el control total de la empresa hasta 2014.
Como homenaje a su hijo, Don Enzo permitió que el ya prestigioso diseñador Sergio Pininfarina construyera un prototipo para el Salón de París de 1965, y le exigió que solamente llevara el emblema “Dino”. Cuentan que la gran respuesta de público, empujó a que aquel Dino entrara en producción en Maranello. Fue el Dino 206 GT, que finalmente se lanzó a principios de 1968, con motor V6 central ubicado transversalmente, toda una novedad para la marca.
En 1969, y creada por Enzo Ferrari, nació Dino como submarca de Ferrari. Aquellos modelos equipados que pertenecían a esta gama llevaban el emblema “Dino” en lugar del Cavallino Rampante. Se trataba de los deportivos con motores V6, pero también los que equipaban V8, como por ejemplo los 308 GT4 y 308 GTB. La división continuó hasta 1976, cuando Ferrari decidió volver a unificar la insignia para todos los productos de Maranello. El mito continuó. Y la tristeza de Don Enzo también.
Dino no fue el único hijo reconocido por Don Enzo: en 1945 nació Piero Ferrari, fruto de una relación extramatrimonial con Lina Lardi. Il Commendatore demoró mucho en aceptarlo como heredero; hoy Piero tiene el 10 por ciento de la empresa, en la que empezó a trabajar en 1970, y mantiene el apellido, el que finalmente tomó en 1978: ya que el divorcio fue ilegal en Italia hasta 1975, no pudo hacerlo hasta la muerte de la esposa de Enzo, Laura, en 1978.
Pero Piero nunca tuvo el cariño paternal que dispuso Alfredino, y el que a Enzo Ferrari sólo se le volvió a ver, muchos años después, con el piloto Gilles Villeneuve, el canadiense al que vio como un hijo pese a que le destruyó una gran cantidad de autos en la Fórmula Uno y el que, vaya paradoja, también vio partir joven, con sólo 32 años. Hoy, juntos, Enzo y Dino Ferrari están unidos en el nombre del autódromo de Imola, el trágico escenario donde Ayrton Senna encontró la muerte, también demasiado temprano, a los 34 años.
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