Cuando el amor golpeó la puerta de Flaminio Bertoni, el escultor ya tenía 28 años y un talento inusual. El joven italiano había perdido a su padre a los 15 años, lo que hizo que tempranamente entrara como aprendiz en la empresa Carrozzeria Macchi de Varese, su ciudad natal. Allí dio sus primeros pasos en el taller de carpintería, pero luego pasó al departamento de hojalatería. El destino empezaba a jugarle a favor de lo que vendría.
Por otra parte, Bertoni nunca se apartó de su vocación artística y logró matricularse en la Escuela de Bellas Artes. Con algún prototipo de diseño propio a cuestas, empezaba a darle forma a su taller en el Norte de Italia y hasta podría haber sido uno más de los tantos carroceros de la península que le aportaron creatividad a la pujante industria automotriz. Pero el amor pudo más.
La joven Giovanna Barcella apareció entonces en la vida de Bertoni y el escultor sintió que había encontrado el amor de su vida. No coincidía su madre con aquella relación tan repentina y pasional. Imaginaba que Flaminio debía construir su futuro junto a una prima de la familia, tal cual las costumbres de aquella época. Nada más alejado de la realidad: el joven artista cerró su taller, tomó sus proyectos y huyó con Giovanna a París, donde ya había hecho contactos gracias a su virtuoso portfolio como dibujante.
Fue recomendado por algunos amigos para presentarse nada menos que ante André Citroën, uno de los fabricantes más importante de la época. El constructor francés lo contrató en abril de 1932, dos días después del nacimiento de Leornardo, el primer hijo de Flaminio y Giovanna. Al poco tiempo Bertoni ya era nombrado jefe de Diseño de Citroën, cargo que ocupó hasta su muerte en 1964. En ese lapso, la creatividad y el talento del escultor italiano le dejaron a la marca francesa algunas de su creaciones más icónicas y rutilantes.
Lo primero que realizó Bertoni fue crear un doble chevron de grandes dimensiones para la parrilla del Citroën Rosalie, un modelo ya existente, para mostrar con mayor orgullo a la marca. Luego llegó el primer desafío integral para el desarrollo de un automóvil: había que diseñar y lanzar un vehículo económico, confortable e innovador. Numerosos proyectos del modelo que debía asegurar el futuro de la marca ya habían sido descartados por el constructor francés por deficientes. Bertoni, entonces, mandó a contratar a un ingeniero aeronáutico, André Lefebvre, con el que formó una dupla exitosa. Lefebvre se encargó de desarrollar la mecánica del modelo y Bertoni fue el responsable de trabajar en la habitabilidad, la ligereza de la carrocería y la aerodinámica. Resultó el nacimiento, nada menos, del revolucionario e histórico Traction Avant, un éxito de ventas para Citroën.
“Hay que crear un vehículo que sirva para que los campesinos franceses se motoricen y cambien el carro o la mula por un automóvil”. Aquella premisa del director de la Oficina de Estudios de la marca fue el siguiente objetivo del tándem Bertoni-Lefebvre. Inmediatamente se pusieron a trabajar en el proyecto denominado TPV (Très Petite Voiture, Coche Muy Pequeño). Para entonces el escultor italiano ya había revolucionado el campo del diseño de automóviles: no presentaba sus proyectos en planos, sino que los moldeaba en maquetas de arcilla, a partir de sus habilidades como escultor.
El TPV debía reunir varios requisitos para poder motorizar a los campesinos, desde transportar huevos sin que se rompieran, hasta cargar todo tipo de mercaderías para llevar de las campiñas a la ciudad. Además, tenía que ser fácil de conducir por alguien sin experiencia, no podía ser costoso de mantener y debía consumir poco. Por supuesto, también, estaban obligados a concebirlo con el ADN de la compañía: la tracción delantera.
Citroën no reparó en gastos para movilizar aquel proyecto y en septiembre de 1939 ya había terminado 250 unidades del flamante modelo en su fábrica de Levallois-Perret. Estaba armado con una carrocería de aluminio ondulado, techo de tela, motor de 375 cm3 y 8 CV refrigerado con agua, arranque con manivela y un solo faro. Las autoridades francesas ya habían autorizado su venta, pero la Segunda Guerra Mundial puso en pausa el lanzamiento.
Luego de la Guerra, los procesos para presentar finalmente el TPV se aceleraron: Francia había soportado cuatro años de ocupación y debía enfrentar su reconstrucción luego de haber perdido gran parte de su parque móvil. La puesta en marcha del proyecto acarreó algunas modificaciones. Inspirándose en la motocicleta de Bertoni, el ingeniero Walter Becchia desarrolló el motor bicilíndrico refrigerado por aire, que sería luego una de las características esenciales y más trascendentes del modelo. También se cambió la suspensión por otro sistema más moderno con muelles helicoidales y amortiguadores de fricción.
El Citroën 2CV se presentó al público en el Salón de París de 1948, pero se empezó a vender a partir de julio de 1949. Aunque la prensa lo castigó duro, el público rápidamente lo adoptó como una solución para la movilidad que requería la época: inicialmente hubo hasta tres años de espera para los pedidos de compra. El 2CV se desenvolvía muy bien en ciudad, andaba sin problemas en caminos de tierra, servía para el campo, era espacioso y con cuatro puertas, y resultaba súper económico.
El 2CV empezó a desandar el camino que lo llevó a convertirse en mito y que, años más tarde, en 1966, lo trajo también a la Argentina para convertirse en un ícono popular. Mientras tanto, Bertoni junto a Lefebvre se anotaron otro hito: el DS Tiburón, un vehículo extraordinario que inauguró una nueva era en la industria. Aquel modelo ofrecía un confort de marcha fuera de serie gracias a su esquema de suspensión y su dirección asistida. La lograda aerodinámica le permitía conseguir mayor velocidad y le aseguraba menor ruido en el habitáculo a los ocupantes. Además, le sobraban virtudes: la concepción interior, el diseño y sus innovaciones fueron referencia para la industria durante años.
Entre otras distinciones, en 1999 el DS fue elegido como “Mejor objeto de diseño mundial del siglo XX”. Y el 2CV aún hoy es uno de los autos más populares y emblemáticos de la historia del automóvil. Pero la visión de André Citroën y el talento inigualable de Bertoni tal vez no hubieran sido suficientes sin aquel amor incontenible por Giovanna.
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